Si el ser humano por naturaleza limita y nombra, liberando así el acto extraordinario de la creación, dando evolución a la ingeniería, la ciencia, las virtudes entre especies, el arte y, obvio, el teatro, entonces: ¿cuál es el acto más trascendente de mi ser sobre los otros?

El arte es el tema sugerente e inhalante en este artículo. Abriré esta metáfora debido a lo intangible del elemento y el acto de respirar. Mencionar al aire es como las imágenes que se imprimen en nuestra memoria y se quedan ahí conectadas con todo nuestro sistema nervioso. El arte de la escena es entonces el lugar donde las imágenes son vistas desde y por seres a quienes les corre la sangre impulsada por el aire, sienten, se emocionan y ambos –actor-espectador– danzando en la frontera del proscenio generan huellas anémicas impresas en toda la sustancia corporal. La dermis ha sido acariciada, el actor ha preñado su cuerpo sin tocarlo o conocerlo.

El aire es el que ayuda a oxigenar el cuerpo del actor quien representa al personaje del diseño del director, quien se ha basado en el ritmo de la vida, propia o prestada –dicho sea de paso– por inspiración; es que el dramaturgo ha escrito el drama y el espectador puede ser tentado. Lo intangible en la escena no es sólo el ir y venir de los estímulos, no es sólo escuchar el suspiro, la risa o la incomodidad de la sala, donde el espectador se ha dejado tocar por la ficción, existe también otro intangible.

Es quizá el resultado invaluable de la relación. Este hecho quizá sea el más secreto, el menos medible, el más entrañable; la memoria del espectador en su soledad cuando concilia el sueño, cierra los ojos y recuerda la escena y su piel, sus gestos, todo su sistema nervioso, en un gran instante regalado y aparentemente inconexo recuerda al personaje.

El sentido de sobrevivencia del espectador lo obliga a negar la verdad de la ficción como realidad. Quizá este hecho también lo estremezca y lo lleve a buscar al siguiente culpable; el actor, quien ha preparado y con plena alevosía lo ha hecho sentir. En lo sucesivo, la razón justificará al espectador, quizá nombrando el talentoso trabajo, escenográfico o la iluminación o cualquier elemento de la producción o el efecto seductor de un colectivo en la obscuridad observando la ficción.

Pero atendiendo a la verdad es que este acto mágico sucede si y sólo si, la ficción, la verdad escénica, esto es, el teatro, se devela y aparece. El discurso del montaje, el entrenamiento psicofísico del actor y actriz, las decisiones estéticas de la poesía a plasmar en el montaje pesado por el director y toda la creatividad de los talentos dentro y fuera, son un gustoso tema a señalar en otra cita. Ahora concentrémonos en el hecho intangible del espectador al cerrar los ojos y pensar, visualizar o reflexionar sobre el teatro, la obra.

//Ésta, podemos asegurar, es la mejor de las recompensas para un artista y cualquier ser humano: que alguien me conserve en su memoria es una dicha.

Sistemas de divulgación de los productos artísticos y teatrales existen muchos y con grandes variables que van desde el presupuesto de quien lo adquiere, el presupuesto del artista que también tiene que producirlo y divulgarlo, los contactos, el tamaño de la producción y hasta si los artistas piden agua dentro de los requerimientos técnicos, en el caso de ser comprado el producto, o, por ejemplo, la repartición de los impresos informativos de mano del actor, quien lo hace para apoyar y tratar de contribuir para un mejor honorario sobre su trabajo que, de entrada, ya es invaluable. Éste, el anterior, también es tema para aplicar en otras ocasiones, haciendo citas y diagnósticos según el área o incluso los usos y costumbres. Lo que en verdad nos determina es generado en la memoria.

Citando a Patricia Cardona con su tesis sobre la percepción del espectador, ésta, su percepción imparcial desde la sala, es la más exacta, la más cruel y las más generosa, pues no depende de él sino del artista. Si el espectáculo es realizado con el rigor, la conexión orgánica, la naturalidad de quien ha sobrepasado la mecánica y se mueve en la región del virtuosismo, mas allá de lo que puede ser evidente y puede llegar a habitar la región de hacer mirar al asistente, justo lo que no es visible, este acto inspirador de la magia es el que se imprime en el intangible de la memoria, ésta es entonces la publicidad perpetua. El inconsciente colectivo del espectador sabe que nadie puede realizar lo que el actor ejecuta y por eso lo observa, reconoce al verlo que es un acto precedido de una segunda naturaleza primigenia y gestada.

//El actor hace despierto, lo que los demás
sólo se atreven a hacer soñando.
Luis de Tavira

El rigor y virtuosismo sobre las piezas teatrales ha sido, es y será siempre, el mejor medio de divulgación, pero para que esta máquina perfecta funcione, hay que ver teatro, leer teatro, hacer mucho teatro de parte de quienes les gusta generar la verdad en esta gran frontera de la boca-escena. Por parte del espectador, tendrá que seguir afinando su sistema nervioso, arriesgándose en actos de fe viendo teatro, para vivir por siempre en el instante de cerrar los ojos, actor, espectador y teatro.

Notas