En las décadas de los cincuenta y sesenta, el estado de Aguascalientes contaba con menos de 200,000 habitantes (INEGI) y su economía dependía en gran medida del comercio, de las actividades agrícolas e industriales (fundamentalmente talleres del ferrocarril), así como de la derrama salarial que se hacía a los maestros de las escuelas primarias. En ese entonces, la ciudad capital era muy pequeña, no existía aún el primer anillo de circunvalación y sus habitantes utilizaban los autobuses del transporte urbano para llegar a sus destinos: azules, rojos, verdes y amarillos eran los colores que identificaban sus rutas. En aquellos años, al igual que en la actualidad, los camiones urbanos eran verdaderas “cafeteras” y circulaban atiborrados de pasajeros.

Había pocos carros en la ciudad y muchas bicicletas. Los jóvenes que disponían de automóvil acuñaron el verbo “maderear” para referirse al paseo dominical que hacían por la calle Madero acompañados por la novia, mientras que los de “a pie” visitaban la Plaza de Armas o el Parián para disfrutar del café y de las “aguas frescas” que se vendían en las neverías Nápoles (atendida por Reyna), el Salvador y en el local de revistas Excélsior (muy ricas las aguas de horchata y de limón con chía). En la Feria de San Marcos, su jardín era el núcleo de la verbena popular y también de la “combebencia”. Rodeaban al jardín (lado sur) las terrazas “América” y “Negrete”, con buena música para bailar, aunque los bailes formales se desarrollaban en los salones “Las Palmas”, “Los Globos” y, posteriormente, en “El Piano Bar”.

Pocos eran los médicos y los hospitales en el Aguascalientes de ese entonces. Uno de ellos, el Hospital Esperanza, estuvo ubicado durante muchos años en la calle General Barragán, casi esquina con Pedro Parga. En este hospital nacieron un buen número de hidrocálidos. Recuerdo, además, el consultorio del doctor Marco Antonio Cabrera ubicado en la calle Primo Verdad, poco antes de llegar al templo de San José; a los doctores Villalobos (oftalmólogo), Villanueva Gándara y Marcelino Padilla quienes atendían a sus pacientes en sus respectivos consultorios de la calle Pedro Parga, entre Morelos y Zaragoza.

A finales de los años sesenta, existían solamente tres escuelas de bachillerato: el Instituto Autónomo de Ciencias y Tecnología (I.A.C.T.), la prepa del Colegio Portugal y la prepa Benito Juárez. Al concluir los estudios de este nivel educativo, los jóvenes estudiantes emigraban en su mayoría a la Ciudad de México buscando ingresar a la UNAM o al Instituto Politécnico Nacional (I.P.N.), o buscaban otras alternativas de estudios superiores en universidades de provincia como la de Guanajuato, San Luis Potosí o Guadalajara.

// En el Aguascalientes tranquilo de las décadas antes citadas, el biólogo Oswaldo Mooser Barandum realizó su trabajo clínico, académico y de investigación. Suizo de nacimiento (1903) pero mexicano de corazón,

el doctor Mooser fue un hombre dotado de gran talento y disciplina en el trabajo y fue también un agudo observador de la naturaleza. En su casa ubicada en la calle Madero, hoy ocupada por la tienda Comercial Eléctrica, estableció su laboratorio de Análisis Clínicos. Trabajando mañana y tarde, en poco tiempo se ganó la confianza de los médicos por su conocimiento de las técnicas analíticas y la veracidad de sus resultados. Un buen amigo que asistió a ese laboratorio buscando remediar sus males me comentó que, en la toma de muestras, el doctor Mooser daba confianza y tranquilidad con comentarios como el siguiente: “no es nada peligroso, se cura con penicilina”. Fue un hombre generoso con las personas sin recursos económicos, ya que durante varios años prestó sus servicios de manera gratuita en el Hospital Hidalgo.

Gopherus auffenbergi Mooser

El paleontólogo José Rubén Guzmán Gutiérrez afirma que, en 1953, Oswaldo Mooser inició sus investigaciones en Aguascalientes colectando restos fósiles de vertebrados del pleistoceno. Con este propósito, el doctor Mooser exploraba la región y los alrededores de la ciudad, como el arroyo El Cedazo y el cerro del Picacho durante los fines de semana (sábados y domingos). Sus hallazgos y publicaciones hicieron de él un reconocido paleontólogo. A manera de ejemplo, señalo los títulos de dos de sus publicaciones: 1) A Porcupine from the Pleistocene of Aguascalientes, Mexico (Hibbard y Mooser, 1963) y 2) Pleistocene Mammals from Aguascalientes, Central Mexico (Mooser y Dalquest, 1975). Además,

//dos de sus colecciones de fósiles se encuentran en los Estados Unidos de América, una en la Universidad de Pennsylvania y la otra en el Museo de Historia Natural de Nueva York.

En este contexto, vale la pena señalar que el Museo Regional de Historia de Aguascalientes posee una colección paleontológica que incluye los restos óseos de la tortuga endémica (Gopherus auffenbergi). Estos restos fueron localizados en el arroyo El Cedazo por Oswaldo Mooser en 1972.²

Ahora bien, en la década de los setenta, el estado de Aguascalientes contaba ya con un Instituto Tecnológico y una universidad joven fundada en 1975: la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA). Luego de rendir protesta como segundo rector de la UAA (1978-1980), el doctor Alfonso Pérez Romo señaló en su mensaje: “Recibo una Universidad sana y vigorosa… Es hora, por tanto, de aplicar todas las energías a la consolidación de sus recursos materiales y humanos” (UAA, Memoria 1978-1980). Con este propósito, la UAA contrató a varios profesores-investigadores de reconocido prestigio en sus áreas de trabajo, entre ellos al doctor Oswaldo Mooser.

Fue en el Departamento de Microbiología y Parasitología del Centro Básico en donde el doctor Mooser desarrolló sus actividades académicas. El decano en turno era el M. en C. Juan José Martínez Guerra. En el laboratorio de parasitología trabajó con los estudiantes del área biomédica a quienes orientaba con paciencia en el desarrollo de sus prácticas. Abro un paréntesis para subrayar que en la vida académica hay profesores que destacan por su inteligencia y modestia, y que además muestran disposición para colaborar con sus compañeros de trabajo: el doctor Mooser fue uno de ellos.

En efecto, tuvo buenos amigos en la UAA como el doctor Rigoberto Gómez Torres y la maestra Ma. Luisa Rodríguez Vázquez (Licha). Con ellos y con el doctor José Manuel Ramírez Isunza, colaboró en investigaciones sobre la enfermedad de Chagas y juntos publicaron el trabajo “Aislamiento de una nueva cepa de Trypanosoma cruzi en el estado de Aguascalientes (Arch. Inst. Cardiol. Méx., 1983). Conviene señalar que en mayo de 1979, el Centro Básico de la UAA realizó la Primera Semana de Ciencias, dentro de cuyas actividades se otorgó un merecido homenaje al doctor Mooser por sus relevantes méritos científicos.

Finalmente, al llegar el invierno de su vida, con tristeza y nostalgia regresó a su país de origen, en donde murió en el año de 1983 (RIP).

Notas

Referencias