Este libro del doctor Alfonso Pérez Romo es un relato autobiográfico acerca de un viaje, un viaje espiritual que comenzó desde que era un niño, desde que su padre le contaba sobre su tierra de origen, como él mismo lo escribió: “El hecho de ser hijo de un inmigrante gallego puso en mi corazón el amor a Galicia, y en mi alma una ilusión por vivir la experiencia del Camino de Santiago”.

La portada del libro es una ventana que nos permite mirar hacia fuera; la fotografía fue tomada por su nieto Alejandro Revilla en la que fuera la casa de su abuelo, en el Seijo, con ese paisaje que su padre vería de pequeño con sus abuelos.

La escritora Silvia Molloy considera que las autobiografías y los relatos autobiográficos muestran los nexos entre la autofiguración, la identidad nacional y la conciencia cultural, ya que el “yo” habla desde lugares diferentes, por ello la autobiografía es siempre un volver a contar, porque la vida es, siempre, necesariamente, relato. El autobiógrafo cuenta como rememoración lo que vivió, lo que escuchó contar y lo que leyó en una articulación de los sucesos de la memoria y de su decisión de dejarlos por escrito.

// En este texto, el doctor Pérez Romo nos narra desde su “yo” los sucesos que lo unen a España y a Santiago de Compostela. Nos describe sus emociones, los paisajes, los sonidos, los olores de esa Galicia que llama “derrotero sentimental”, el rumbo al que dirige sus recuerdos.

“Galicia” nos dice, “es la tierra de mi padre”. Qué frase más fuerte y contundente, con ella los lectores comprendemos el título del libro, ese destino sentimental que lleva atado a su propia historia, a los orígenes de sí mismo. Nos introduce poco a poco a esa tierra, tan lejana y poco conocida para muchos de nosotros, con la fineza de lenguaje que le conocemos, detalla palabras que todavía hoy utilizan en algunas comarcas de aquellos lugares, como el “ferrado,” el “cuartillo”, o la “plaza de castaño” que significa que quien planta un castaño en el terreno comunal siempre será su dueño. Nos describe acuciosamente los lugares, el pueblo donde nació su padre y toda Galicia, con un profundo conocimiento de su historia, introduciendo en sus recuerdos a las “meigas” o brujas gallegas, esos, –nos dice– “seres fantásticos que se entrometían en sus vidas” generalmente con turbadoras intenciones.

//Cuando el doctor Pérez Romo, con esa suavidad con la que escribe, nos lleva hacia los lugares que vio su padre de pequeño, las montañas, el mar, los campesinos, nos invita a los lectores a preguntarnos cómo serían los lugares que contemplaron nuestros ancestros.

El historiador Antonio Castillo Gómez señala que “las vidas escritas no se cuentan tal y como pueden haber ocurrido, sino como las recuerdan quienes las han vivido”, y las miradas sobre la vida propia, familiar o colectiva está condicionada por el momento en que se escribe y las circunstancias del escritor. En este caso, el doctor Pérez Romo decidió escribir su historia ahora que han pasado los años y que pudo cumplir aquel sueño de su infancia.

Quiero subrayar el cariño con el que nos presenta a su “abuelito Evaristo”, la relación espiritual que tuvo con él a través de las cartas que su madre les inspiró, misivas en las que se intercambiaron un afecto que nunca se pudieron dar en persona. El doctor nos conecta a sus lectores con sus emociones, del mismo modo que él de pequeño se enlazó con sus abuelitos en España. Ahora, desde sus palabras, recreamos la imagen de unos niños pequeños aprendiendo a escribir y dedicando sus primeras letras a ese abuelito de quien tanto les contaban. Y nos comparte un tesoro, una de esas cartas, en donde su abuelo escribió en 1932 a un chiquillo de siete años como sigue: “Sr. Don Alfonso Pérez, querido nietito.”

Al leer las circunstancias de sus abuelos y luego de sus padres en México, en realidad nos comparte no sólo su historia personal y familiar, que muchos calificarían como “privada”, sino que nos cuenta la historia de tantos otros que han llegado a nuestro país. Es también un relato acerca de inmigrantes y sus familias, su voluntad por integrarse y arraigarse. La historia de su padre, que en 1910, a los dieciséis años llegó al puerto de Veracruz, inevitablemente nos enlaza con las historias de tantas personas que han tenido que dejar su tierra para buscar refugio, paz o trabajo en cualquier otro país, abandonando su “patria” –la tierra de sus padres– y su identidad, para construirse nuevamente en otro espacio.

Asimismo, el doctor nos narra su historia familiar en México y nos introduce a las historias de infinidad de familias en este país, sus recuerdos nos dejan ver el México de aquellos años aciagos de la Revolución Mexicana. En sus palabras visualizamos el San Luis Potosí de 1917; Parral, en Chihuahua; la vía de ferrocarril; los estadounidenses; Pancho Villa y su terrible asesinato, así como su evocación del impacto que este evento tuvo en su familia; esos temores que recorrieron el país de punta a punta, y que él como niño grabó para siempre en su memoria.

En esta ilación de recuerdos aparecen las figuras vitales de su madre y de su padre, a los que describe con emotividad. En realidad, la narración de la propia vida también es un homenaje a los otros, los que han dado significado al camino. El doctor nos cuenta que su madre lo enseñó a leer y de ella aprendió la fuerza moral que le ha acompañado toda su vida, y a su padre, lo define por sus virtudes, su tesón, su amor al trabajo, su constancia, su honestidad y su amor al campo.

El doctor Pérez Romo se refiere a su llegada a Aguascalientes en ferrocarril en unas cuantas líneas, pero nos da cuenta de un modo de vida y de comunicación social, económica y cultural que fue esencial por más de un siglo en México. Ese ferrocarril protagonista de tantas historias, como aquel en el que Pancho Villa metió hombres, armas y caballos, o en el que las mujeres viajaron sobre los techos para seguir a sus revolucionarios, esos mismos ferrocarriles que transportaron a tantas y tantas familias a lo largo de décadas.

Es interesante observar cómo leer su historia nos mueve a evocar tiempos idos con una cierta añoranza. Su narración sobre las calles de Aguascalientes, los personajes que por mucho tiempo formaron el paisaje citadino como el lechero o el cartero, o los primeros aparatos de radio. Nos va contando la historia de la vida cotidiana en los lugares, lo que hacían las personas comunes, y nos aporta información para la construcción de la historia desde lo local hasta lo internacional.

El hilo de su narración es como recorrer la historia de lo que somos los seres humanos de cualquier pueblo, ciudad o país, inmersos en los espacios, el tiempo, los caminos, los amores, los amigos, los sueños y los proyectos.

En este ejercicio de memoria, probablemente le fueron surgiendo las emociones y las personas que dieron sentido a su vida en distintas épocas, la historicidad del ser, como diría Heidegger, es consustancial al ser humano –nuestra existencia está hecha, amasada, por el tiempo, somos tiempo– y somos tiempo compartido con los demás seres humanos que viven nuestra temporalidad. En el camino de ese tiempo del doctor, identificamos también la historia de los otros, aquellos que poblaron su paisaje, quienes vivieron en esos tiempos y lugares.

La historiadora Anna Caballé señala que “siempre vivimos en espacios, en atmósferas, en esferas que de algún modo remiten a nuestro espacio inaugural, aquel del que todos procedemos, la primera esfera humana, el vientre materno”. Este libro es un homenaje a esas esferas, una de ellas fue su esposa, la Negrita, que tuve el honor de conocer y quien fuera su esposa por sesenta años. A través de ella nos entrega algunas historias familiares enternecedoras.

Después de estos relatos de tinte más personal, el doctor nos presenta la Galicia que atraviesa la Ruta Jacobea hasta llegar a Santiago de Compostela que es, apunta “una de las más hermosas ciudades del mundo”.

Al leerlo recordé aquellas sesiones del Diplomado sobre la Edad Media del año 2003 en las que el doctor nos enamoró de su historia, de la catedral, del Pórtico de la Gloria, que aquí señala como “el más valioso tesoro artístico de la catedral […] que esculpió el Maestro Mateo en 1188.” Y no sólo lo describe con detalle sino que nos comparte el poema “En la Catedral” de Rosalía de Castro, una de las grandes poetas de la literatura española del siglo XIX, nacida en Santiago y con la que el doctor comparte esa raíz gallega y amor por esta hermosa ciudad.

Como lo apuntó desde la introducción del libro, fue la novela La Casa de la Troya, la que le permitió conocer “piedra a piedra” Santiago “antes de estar ahí”. En todo el texto nos expresa su admiración por la ciudad, pero confiesa que esta novela le abrió a los escritores de Galicia, entre ellos Rosalía de Castro con la “dulzura de su lengua gallega”, y otros como Emilia Pardo Bazán, Ramón del Valle Inclán, Gonzalo Torrente Ballester, Salvador de Madariaga o el Premio Nobel Camilo José Cela, y a muchos más a quienes nos invita a leer. Su referencia a las lecturas no deja de asombrarme, es un lector incansable y todo lo recuerda para compartirlo ahora en su texto, en el que expresa su orgullo por las letras de su tierra de origen.

Nos dice: “Llegué a Santiago por primera vez con una sensación íntima, personal, como si a pesar de formar parte de una multitud de peregrinos, era yo el primero en llegar, y también con el extraño sentimiento de haber estado antes allí”.

Quienes hayan realizado el Camino de Santiago y quienes no hayan tenido la oportunidad de visitar Galicia, a través de este libro podrán acercarse a su belleza y a su historia desde el amor de un hijo mexicano-gallego, un viaje que él comenzó desde muy pequeño, como nos dice, llegamos a: “Santiago, meta presentida todos los días del camino, con la misma emoción que ha llenado los corazones de millones de hombres”.

Los invito a leerlo, a unirse a este viaje imaginario por el tiempo, a visitar con él Galicia, la tierra de su padre, su derrotero sentimental.

Notas

Referencias