Como historiadora, siempre me he preguntado cómo es que instituciones religiosas fundadas por mujeres persisten durante siglos y siglos en la historia de la humanidad. Son instituciones que han sido establecidas por mujeres, contra viento y marea, y que han sido sostenidas por otras mujeres, ofreciendo siempre un servicio que la sociedad necesite, sea material, educativo, sanitario, asistencial o simbólico. Han sido mujeres que están invisibles en la historia y que, a nivel social, parecen insignificantes (subrayo la palabra parecen, porque para nada lo son), pero que han sido muy activas, cuidando huérfanos, enfermos, ancianos, ofreciendo educación y una oración que generalmente traspasa los muros de monasterios y conventos. Las religiosas han sido pilares sustantivos no sólo de la labor eclesial, sino de la civilización misma y, sin embargo, ocupan siempre, a nivel social, un lugar secundario o subordinado, sin tener reconocimiento ni valoración social. Pero esto pasa en todas las religiones, no nada más en la católica, y en todos los momentos de la historia Occidental, desde que el eremitismo dio paso al monacato masculino y femenino. Pero antes de hablar del monacato femenino, cabe recordar que las religiones monoteístas tienen una impronta masculina, aunque han reservado espacios para las mujeres generalmente en el campo de la oración y el servicio social, espacios que han sabido ser muy bien aprovechados por ellas.
Las monjas y las religiosas son mujeres que viven en comunidad y hacen votos de pobreza, obediencia y castidad. Existen en muchas religiones, como el budismo, hinduismo, taoísmo y, desde luego, en el cristianismo, en el que las podemos encontrar en el catolicismo, así como en la Iglesia Anglicana, Luterana y Ortodoxa griega. Las hay famosas como Santa Escolástica, fundadora de las Benedictinas, y místicas que perduraron por su escritura, como Hildegarda von Bingen, Hadewich de Amberes, Juliana de Norwich, Margarita Porete, y la conocidísima para nosotras Teresa de Ávila, entre otras. En México, hemos tenido también varias místicas escritoras como María Angélica Álvarez Icaza, Julia Navarrete y Conchita Cabrera.
El libro que hoy presentamos pone atención precisamente en mujeres religiosas, en el contexto del catolicismo de Aguascalientes. Yo celebro que haya un libro que pone atención en estas mujeres y que genere conocimiento sobre ellas y desde ellas. Y, sobre todo, que las haga visibles. Invito a todos los presentes a leer este libro.
La historia del monacato masculino nos remite a la historia de la Orden Carmelita que surgió en el Monte Carmelo aún antes del nacimiento de Cristo, cuando algunos hombres contemplaban a una dama vestida de blanco y azul en el cielo, que seguramente prefiguraba una Inmaculada, y a la cual le rindieron honores y tuvieron devoción. Al principio, vivían por ahí solos, como ermitaños y ascetas, pero poco a poco se fueron reuniendo en pequeños grupos hasta que San Benito hizo su primera regla.
En el caso de las mujeres religiosas, también ellas tienen antecedentes precristianos en los grupos de vestas, ménades y bacantes en Roma y Grecia antiguas. Luego, en la Edad Media, muchas mujeres comenzaron a reunirse y conformar comunidades espirituales en torno a un servicio o carisma religioso. En Europa, muchas Beguinas decidieron vivir en sus respectivas casas, pero a la vez haciendo comunidad, y en una especie de retiro de oración y trabajo hasta que la autoridad eclesiástica las metió al carril de los monacatos femeninos hasta entonces conocidos.
Con el tiempo surgió la diferencia entre una monja que vive en un monasterio, dedicada a la vida contemplativa, y una religiosa que vive en un convento, dedicada al servicio en la sociedad ya fuera en la educación, la salud o la asistencia social. Este libro nos habla de las religiosas de vida activa, mas no de las de vida contemplativa (y yo me pregunto por qué).
Me pregunto: en el catolicismo, ¿cuántos tipos y clases de monjas hay? Muchísimas. Parece que el viento sopla donde quiere y genera una diversidad de carismas impresionante. Entiendo el carisma como un servicio que religiosas y monjas ofrecen ante las necesidades de la sociedad generadas por la pobreza y las miserias producidas por los diferentes sistemas sociales que hemos padecido en diferentes épocas históricas.
En la Edad Media, los conventos fueron un importante lugar para la educación femenina y algunas de estas instituciones proporcionaron oportunidades para que las mujeres pudiesen formar parte del campo educativo (y posteriormente, de la ciencia). Después de la Edad Media, podemos decir que las monjas y religiosas han sido pioneras en la educación de las mujeres, en el campo de la atención a enfermos y en el de la protección social de niños, ancianos y discapacitados. Es decir, podemos ver que las personas más vulnerables de la sociedad han sido atendidas siempre por mujeres, especialmente por religiosas. Gran cantidad de energía femenina ha estado presente en la atención de estas necesidades. Energía femenina que no ha sido siempre compensada, reconocida o valorada.
Se ha estudiado mucho la historia de las monjas y religiosas en Europa y en América. Actualmente hay un congreso de Historia de mujeres religiosas que conjunta investigadoras e investigadores de Estados Unidos, Europa y Canadá que, en sus últimos aportes historiográficos, han encontrado que el estilo de vida de las religiosas ha sido históricamente muy atractivo para muchísimas mujeres, estilo que les ha permitido llevar una vida autónoma y desempeñar un papel en la vida pública (no siempre visible), y que eventualmente ha generado conflictos con la jerarquía eclesiástica. En todo caso, el papel de las religiosas ha sido importantísimo en el desarrollo del catolicismo mundial, y su influencia se ha extendido a grandes áreas de la sociedad y la cultura, a través de sus servicios en los ámbitos educativo, de la salud, asistencial y espiritual.
En México, muchas personas también han estudiado la vida religiosa femenina como Josefina Muriel, Rosalva Loreto, Sergio Rosas, Cecilia Bautista y muchas más. Para el siglo XX, José Miguel Romero de Solís, en su libro El Aguijón del Espíritu, señaló que las religiosas habían sido uno de los pilares para la reorganización católica en México en el siglo XX después de los embates anticlericales de la Revolución Mexicana. La tesis doctoral de quien esto escribe comprobó esta afirmación, al tiempo que arrojaba luces sobre la importancia de las religiosas en Aguascalientes antes, durante y después de la Revolución Mexicana. Esta importancia continuó haciéndose notar posteriormente en varias publicaciones que pretendían hacer visible la silenciosa oposición de las religiosas que padecieron la Revolución Mexicana. Así también, al estudiar un movimiento social importante en la década de los años setenta del siglo XX local, di cuenta de algunos cambios que experimentaron algunas congregaciones religiosas luego del Concilio Vaticano Segundo que, por cierto, creo que tuvo (o podría tener todavía) el efecto de que a las religiosas se les dejara de ver como menores de edad o personajes secundarios de la historia eclesial.
A nivel local, tenemos también los estudios de Christian Medina sobre las religiosas Clarisas Capuchinas; el estudio de Víctor Moreno sobre la Compañía de María Nuestra Señora; los estudios de Cinthia Iniesta y su servidora sobre las Religiosas de la Pureza; y los estudios de María Angélica Hernández sobre las Maestras Católicas del Sagrado Corazón de Jesús. Me parece importantísimo también destacar que algunas congregaciones religiosas a nivel local están haciendo esfuerzos por rescatar sus propias historias. Pongo por ejemplo el caso de las Maestras Católicas, quienes aliándose con historiadoras locales, están preparando una serie de libros que rescatan las historias de vida de TODAS y cada una de las religiosas que han pasado por su congregación y que han muerto dentro de ella, preservando con ello las vidas invaluables de sus religiosas, así como la memoria de su congregación.
Finalmente, quiero terminar observando una paradoja que está presente en este libro: la invisibilidad de estas mujeres. A las religiosas “las vemos, aunque al mismo tiempo son invisibles”, afirma la autora, y es muy cierto. Las religiosas han sido invisibles en la historiografía, incluso en la historia de la Iglesia, es verdad, pero al mismo tiempo, en cierta forma esa invisibilidad les ha da dado cierta libertad y agencia. Entonces, la invisibilidad ¿las ha desempoderado o les ha permitido actuar con libertad, aunque subterráneamente en la sociedad? La paradoja es que han sido las dos cosas juntas. Por un lado, su invisibilidad ha ocasionado que ellas no sean reconocidas ni compensadas por su trabajo. Pero, por otro lado, la invisibilidad les ha permitido actuar en una sociedad mexicana cuyas leyes, hasta 1992, negaban la personalidad jurídica a las asociaciones religiosas. Por un lado, la invisibilidad impide el reconocimiento, el agradecimiento y la compensación por su trabajo, lo cual les hace tener siempre problemas para atender sus enfermedades, reparar sus casas, etc. Pero, por otra parte, la invisibilidad les ha dado cierta autonomía interna que les ha permitido desarrollar un papel históricamente invaluable en la sociedad, que ha de ser visibilizado por historiadoras e historiadores dentro y fuera de las instituciones religiosas.
1 Universidad Autónoma de Aguascalientes- El Colegio de San Luis, México, 2017.
2 Aranzadi, J., Introducción histórica a la antropología del parentesco, Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid, 2008.
3 Moreno, Arnulfo, “La familia de Jesús”, Seminario Mayor Arquidiocesano San Pedro Apóstol, Facultad de Teología, Santiago de Cali, Colombia.
4 Arias, Magdalena, “Pater-mater y genitor-genitrix en la diplomática medieval asturleonesa (775-1037)”, en Analecta Malacitana, Revista electrónica de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Málaga, ISSN: 1697-4239. En http://www.anmal.uma.es consultada en agosto de 2017.
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