In theory, there is no difference between theory and practice,
in practice, there is.
Y. Berra
Por siglos, el ser humano se ha concebido a sí mismo como un ser racional. La racionalidad es justo lo que lo separa del resto del reino animal, lo que le permite construir y asegurarse resguardo, alimento y bienestar en general. Dicha imagen existe desde los tiempos de Platón, quien presenta una analogía del alma humana con una carroza movida por dos caballos alados: las pasiones elevadas y las del apetito, guiadas por la razón, que la llevará finalmente, si todo sale como debe, al mundo de las ideas. Es en la Ilustración donde vemos claramente cómo la razón se convierte en el rasgo a rescatar y cultivar en los seres humanos: se confía en la razón humana y se cree que ella nos llevará a mejorar tanto la sociedad como las vidas individuales.
Con todos los acontecimientos terribles que han marcado a la humanidad –tales como guerras, masacres, destrucción de ecosistemas completos, mismos que defendían tener proyectos de racionalidad de fondo–, la concepción entusiasta de la razón como guía para el desarrollo y la mejora se tambalea, pero no deja de estar presente en el imaginario social, no deja de sonarnos como algo deseable, como algo que, en efecto, deberíamos perseguir.
El presente ensayo busca hacer una revisión de esto, busca analizar el sistema político y social en el que nos encontramos, la racionalidad que se encuentra detrás de él, los principios sobre los que se basa y, muy particularmente, analizar si es posible concebir como racional una ideología que tiene las consecuencias que experimenta nuestro medio ambiente. Se buscará también explorar alternativas para los conceptos clave con los que se defiende el sistema en el que nos encontramos, partiendo de un escenario que busca ser realista acerca de nuestras capacidades como seres humanos y las formas alternativas por las que podríamos movernos en el mundo.
Cualquier reflexión que verse sobre el medio ambiente debe cuidar sus presupuestos, su punto de partida. Y es que si no se es muy consciente del lugar en el que se está parado, los esfuerzos y las reflexiones corren el riesgo de dirigirse a problemas aparentemente urgentes que se alejan del origen real de los problemas que busca enfrentar. En el caso de los problemas medioambientales que presenciamos, es necesario dar un paso atrás y comprender el sistema en el que nos encontramos, el sistema de producción, de consumo y de explotación de recursos naturales y de la fuerza de trabajo de los grupos más vulnerables. Es necesario, en suma, partir del sistema capitalista y neoliberal en el que nos encontramos.
Laval y Dardot, en su libro La nueva razón del mundo: Ensayo sobre la sociedad neoliberal, presentan al sistema neoliberal como una racionalidad que llega a todos los niveles de la vida de los seres humanos en la sociedad actual; una racionalidad gubernamental que estructura y organiza, que da forma a nuestra existencia y tiene como base dos principios fundamentales: la competencia como norma de conducta y la empresa como modelo de subjetivación.
El neoliberalismo no es un heredero directo del liberalismo, es estructuralmente distinto y se dirige a metas distintas. En el paso de uno a otro, encontramos que se deja de concebir a las reglas del mercado como leyes naturales, el liberalismo falla y el neoliberalismo encuentra que es necesario dirigirlas y resguardarlas, y designa al Estado la función de asegurar los intereses y las dinámicas del mercado. El neoliberalismo surge desde dos corrientes: la ordoliberal de los alemanes y la neoliberal austro-americana. Ambas teorías buscan extrapolar los valores del mercado a la vida social. Si bien es cierto que los ordoliberales consideraban que debían mantener los criterios económicos lejos de algunos aspectos fundamentales de las vidas de los seres humanos y tenían aún en mente la idea de proteger a la población y buscar su bienestar, la conjunción de ambos principios los llevó a contradicciones que no pudieron ser conciliadas. Por su parte, los austro-americanos no tuvieron ningún reparo en aplicar criterios económicos a todos los elementos de la vida social e individual.
De la teoría evolutiva –específicamente de la traducción profundamente desafortunada de la teoría evolutiva– a las ciencias sociales de Spencer, obtuvieron las bases para establecer un principio de competencia constante y cruda de todos contra todos. La cooperación sólo puede darse dentro de un contexto de contrato en el que cada individuo busca asegurar su propio bienestar y coopera sólo en tanto recibe un beneficio por estar dentro del contrato.
Aquellos que se encuentran “al fondo de la cadena alimenticia” están destinados a perecer, como parte de un proceso natural de eliminación selectiva. Es absurdo invertir recursos en programas sociales, cada quién debe ver por sí mismo y, una vez más, los que están al fondo deben dejar paso a los más “aptos”. “El neoliberalismo combina la rehabilitación de la intervención pública con una concepción del mercado centrada en la competencia, cuya fuente hemos visto que se encontraba en el spenceriano de la segunda mitad del siglo XIX” (Pierre & Dardot, 2013: 63).
Al hablar de la subjetivación moldeada conforme a la empresa nos referimos a que el individuo se convierte, bajo una racionalidad neoliberal, en una inversión y sólo vale conforme a las características que tiene y lo que puede ofrecer en términos de productividad, es decir, se mueve en el mundo conforme a cálculos de costo-beneficio. Bajo la nueva racionalidad, tanto la naturaleza como el trabajo se convierten en mercancías, las relaciones sociales son también traducidas a términos económicos.
El neoliberalismo surgió como una teoría que se centraba en asegurar la libertad de los individuos y asegurar el flujo económico necesario para una vida cómoda. Las riendas del sistema se ponen en manos del mercado en tanto es visto como la mejor opción ante un Estado centralizado que ha mostrado tendencias a devenir en sistemas totalitarios problemáticos.
Sin embargo, la distancia entre la teoría y la práctica fue demasiada y el neoliberalismo ha desembocado en el sistema actual, en el que el mercado resultó no ser la mejor opción y en la que no hay institución que pueda hacerle frente. Nos encontramos con Estados que han perdido demasiado poder y que, en la mayoría de los casos, fungen como herramientas que facilitan los intercambios económicos. Quienes ostentan el poder son las empresas multinacionales que, en nombre de la competencia feroz y la búsqueda imparable de ganancias propias del capitalismo, acaba con nosotros y con el planeta a velocidades alarmantes. Es necesario preguntarnos exactamente qué cambios trae consigo el cambio de racionalidad que extrapola los valores del mercado a la vida de los seres humanos y a todas las interacciones sociales.
¿En dónde nos deja un sistema que nos invita, casi nos empuja, a sólo encargarnos de nosotros mismos? ¿Qué clase de sociedad forja? Es posible apelar aquí, como herramienta descriptiva, a lo que sucede en las grandes ciudades donde todos son anónimos y se encargan de sus tareas, evitando a cualquiera que pueda interferir en su camino. Parte importante del sistema neoliberal es que necesita explotar la fuerza de trabajo de aquellos de los que puede sacar más provecho y es importante que las realidades de quienes son explotados y viven en condiciones infrahumanas sean lo menos reconocidas posible.
El sistema neoliberal debe generar una nueva subjetividad. Si el nuevo sistema de inteligibilidad se basa en los criterios de intercambio económico, todo debe leerse por medio de ellos: “Esto significa que el análisis en términos de economía de mercado o, en otras palabras, de oferta y demanda, servirá como esquema capaz de aplicarse a ámbitos no económicos [...] una especie de análisis economicista de lo no económico” (Foucault, 2012: 280). Foucault da el ejemplo de la relación de los padres con los hijos en términos económicos, los padres evaluarán su relación en términos del costo de su inversión y de su ganancia económica y psicológica.
La política neoliberal debe cambiar al hombre mismo, debe recrear una armonía entre la forma en que se vive y piensa con los condicionantes económicos a los que hay que someterse. Impone, para ello, concepciones de progreso y de racionalidad, establece eso a lo que se debe aspirar y traduce todos los elementos de nuestras vidas y nuestras relaciones a términos de costo-beneficio, a posesiones materiales y comodidades que llegan al absurdo.
Dan Ariely analiza el impacto de mezclar el mundo económico con el mundo social a nivel de la concepción que se forja y las conductas que se obtienen. Argumenta que nos movemos en dos mundos distintos. Uno es el social, en el que hay lugar para actos altruistas y cohesión social genuina, donde uno está dispuesto a hacer favores y ayudar sin tener en mente cálculos de costo-beneficio; el otro es el mundo económico en el que es recomendable y necesario hacer cálculos para saber si la acción a realizar es o no una buena idea, una buena inversión.2
La forma de movernos en un mundo y en otro son radicalmente distintas: “De hecho, sólo pensar en dinero nos hace comportarnos como la mayoría de los economistas creen que nos comportamos y menos como los animales sociales que somos en nuestra vida diaria” (Ariely, 2008: 75). Una vez que el mundo económico y sus valores han desplazado al social, no es sencillo dar vuelta atrás. Para ilustrar el fenómeno, Ariely presenta el experimento aplicado a una primaria en la que los padres de un grupo de niños solían llegar tarde a la hora de la salida, causando problemas a la institución y a los niños. Los directores del lugar decidieron imponer una sanción monetaria a aquellos padres que llegaran tarde por sus hijos, pensando que así lograrían combatir esa tendencia. El resultado fue el contrario, los padres llegaban aún más tarde y el sentimiento de culpa disminuyó considerablemente –los padres dejaron de mostrar remordimiento por llegar tarde por sus hijos, elemento presente antes de la multa–; el dinero que pagaban los excusaba en algún sentido de llegar a la hora en que llegaban, podían redimir su falta por medio de la multa.
Lo más complejo del experimento fue que, al ver el fracaso en los resultados, los directivos eliminaron la multa, esperando poder mejorar la situación, pero las tendencias se mantuvieron: los padres llegaban tarde y no mostraban ya remordimiento. Ese fue el resultado de llevar los principios económicos a ese particular aspecto de la vida y, sostiene Ariely, es lo que sucede en general cuando vaciamos el complejísimo contenido que tienen nuestras relaciones sociales a términos de un simple intercambio de corte económico.
Vivimos, además, en un presentismo que se encarga de los deseos inmediatos de algunas clases sociales, que no es capaz de ver las consecuencias de sus acciones y que se dedica únicamente a asegurarse lo que desea en ese momento, sin prever las condiciones de los que vendrán ni las de los que deben sacrificarse para que sea posible tener todas las comodidades que se hacen pasar por indispensables.
El capitalismo se expande, su expansión constante es su característica principal y su meta. Se busca producir más, vender más y conseguir más ganancias, los métodos y las consecuencias terminan por ser irrelevantes siempre y cuando se cumpla con las metas del desarrollo. Se extraen recursos naturales y se arrojan al ambiente múltiples y complejas sustancias sin control: lo que importa es producir, las consecuencias de la producción y del consumo de esa producción parecen ser irrelevantes. Vivimos en un sistema capitalista que pretende que los recursos del planeta, tal como la ambición que lo guía, son interminables.
Algo muy similar a las consecuencias en la primaria del ejemplo anterior sucede con el ambiente: los valores de los recursos naturales se traducen en valores económicos. Los daños al medio ambiente se convierten en multas, se “exige” a las empresas que repongan con dinero la contaminación del agua, la tala de bosques, la explotación de minas, la destrucción de ecosistemas completos.
Esto, evidentemente, sin alcanzar a ver el panorama completo: arrojar basura y químicos al mar no sólo se traduce en agua sucia, la vida marina completa peligra, vidas humanas se verán afectadas, en tanto muchos seres humanos dependen del mar para su alimentación y es uno de los muchos ejemplos que pueden ponerse. Una suma de dinero, sea la que sea, no puede reponer el daño que se ocasiona, el ambiente ha tomado siglos para desarrollarse tal y como está, el ser humano llega y lo destroza en unos años.
Se vive como si lo humano y el medio ambiente fueran dos elementos separados, nosotros –por medio de la razón– debemos someter a la naturaleza y asegurar sus frutos, asegurarnos una buena vida a costa de... todo. Los niveles de contaminación de la atmósfera nos tienen ya en un punto sin retorno: el planeta aumentará varios grados centígrados su temperatura y las consecuencias de ello serán terribles para nuestra existencia en el planeta y la de las especies con las que lo compartimos. ¿Cómo es posible que, ante la desaparición masiva de especies, la destrucción masiva de bosques y selvas, ante las pruebas del calentamiento global, el sistema continúe como si nada sucediera?
Jorge Riechman nos da pistas para la respuesta: la única forma de salir o evitar en algún grado la fatalidad ambiental que viene necesitará de dos cosas: 1) reducir el uso de materiales y energía a escala planetaria y 2) reducir los niveles de desigualdad planetaria. Evidentemente no se trata de tareas sencillas, pero más allá de la complejidad de ponerlas en práctica, existen fuertes conflictos de intereses que evitan que acciones en esa dirección se lleven a cabo.
La reducción de uso de energía y materiales va en contra de las metas de las grandes empresas que se expanden conforme a los principios del capitalismo y que tienen, gracias al neoliberalismo, un sistema que asegura sus intereses y la generación de individuos que cumplen con sus funciones. No sólo no tienen interés en hablar del daño al medio ambiente, sino que se dedican activamente a atenuar la inquietud que los fenómenos que vivimos pudieran generar. Primero que nada, defienden que la situación no es tan catastrófica como se dice, esparcen la idea de que la tecnología y los avances científicos nos darán una solución, que lo más importante es mantener el libre mercado, pues éste nos asegurará la buena vida y, mientras tanto, continúan acabando con el planeta y generando injusticias que pasan desapercibidas.
En nombre del desarrollo y de la libertad se mantiene un sistema cuyas consecuencias ambientales ya están encima de todos y amenazan la vida de los seres humanos en el planeta, y el panorama es especialmente oscuro para aquellos que se encuentran en condiciones de injusticia.
El sistema, nos dice Riechman, impone un paradigma social dominante que consta de cinco elementos clave: primero, sostiene que lo que importa es el individuo, que siempre buscará sólo su propio beneficio; segundo, que podemos tener un control unilateral sobre el ambiente, como si lo que afectamos en él no fuera a tener ninguna consecuencia para nosotros; tercero, que vivimos dentro de una “frontera” en infinita expansión, que si el planeta Tierra se agota, siempre podremos ir a otro planeta y así colonizaremos todo lo que sea necesario colonizar para continuar creciendo; como cuarto punto se defiende el determinismo económico como algo de sentido común, establece que las cosas son de la única forma en que pueden ser, así es el capitalismo y así seguirá siendo, no podemos pretender que las ganancias o el desarrollo disminuyan, estamos montados en un tren que no para y no puede cambiar de dirección y, por último, se cree que la tecnología lo arreglará todo.
La única forma de mejorar las condiciones de lo que inevitablemente viene implica levantarse en contra de este paradigma, hacer salir del autoengaño a las personas que viven tan cómodamente dentro de él, cual si se tratara de una nueva religión. En palabras de Riechman, “la sustentabilidad económica y la justicia social sólo pueden realizarse contra el capitalismo” (Riechman, 2015: 85).
La propuesta, pues, implica un cambio radical en nuestras formas de vida, implica renunciar a muchos elementos que nos parecen fundamentales en pos de una vida más sencilla y más amigable para con el medio ambiente. En buena parte, es necesario revisitar los conceptos que guían nuestro estilo de vida actual y ver sus fundamentos y a qué responden.
El sustento teórico de cualquier propuesta que pretenda ser llevada a la práctica debe no sólo ajustarse a una rigurosidad analítica, también debe explorar las consecuencias que pueden desprenderse de ella y debe ser posible revisar y ajustar ese fundamento teórico una vez se hayan llevado a la práctica conforme a sus resultados reales. Las definiciones de libertad, progreso y racionalidad, claves en el fundamento teórico del neoliberalismo deben ser revisadas.
Considero que es primordial replantearnos la idea de libertad y acotarla a un panorama realista: somos seres sociales y finitos que viven en un planeta con condiciones muy particulares que obedecen a múltiples límites biofísicos. Somos seres que se encuentran en relación de interdependencia con el planeta y sus recursos. Pretender que la libertad consiste en hacer lo que le venga a uno en gana en el momento en que le venga en gana e ignorar las condiciones desde las que partimos, resulta ingenuo y dañino.
La libertad concebida como opuesta a la coerción externa es algo deseable,
//la libertad de decidir y la libertad de autoconstruirnos es de suyo valiosa, pero se trata de una libertad situada en un contexto y no es posible concebir a la humanidad cual elemento independiente tanto de los otros como de los ecosistemas dentro de los que se mueve y a los que pertenece.
En buena parte, el sistema neoliberal defiende una clase de libertad sin restricciones de ningún tipo y sin consecuencias. Es necesario preguntarnos si es buena idea defender un sistema que parte de una concepción tan problemática e irreal.
Por su parte, el progreso o el desarrollo deben también replantearse. En general, se ha aceptado la idea de que una buena vida implica comodidades y lujos, incluye gasto de energías que provienen de fuentes no renovables y la siempre abierta posibilidad de consumo. Implica también que cada quién ve por sí mismo y se ahorra la fatiga y la incomodidad de considerar a quienes son menos afortunados. Se presupone que el capitalismo es una meritocracia en la que todos tienen la oportunidad de alcanzar una buena vida.
Un desarrollo que se enfoca en el individuo e ignora la situación de injusticia de la que partimos, se encuentra también en un imaginario parcial e irreal. Hemos aceptado una concepción del desarrollo y del progreso que le da más importancia a lo que un individuo tiene y a lo que puede acceder sobre sus relaciones interpersonales, su papel dentro de la comunidad y su conexión con el medio ambiente.
Debemos comenzar por dejar de lado la conexión progreso-consumo y aceptar que, en tanto seres sociales, no podemos hablar de un progreso y un desarrollo si éste sólo alcanza a unos cuantos y deja a la mayoría en condiciones precarias y riesgosas en todos los sentidos. Necesitamos dejar de aspirar a tener y a consumir, necesitamos un nuevo concepto que tome en cuenta elementos que se le escapan a una visión economicista de la vida humana, elementos que, irónicamente, hacen que la vida humana valga la pena.
Por último, considero importante revisar la noción que tenemos de nuestra racionalidad y cuestionar su papel protagónico dentro del sistema neoliberal, cuestionar si las acciones de ese sistema pueden, en efecto, considerarse como racionales.
Primero que nada, es importante partir de reconocer que la idea de la razón como un principio ordenador que da sentido, como una capacidad que tenemos en tanto seres humanos que puede guiarnos siempre al movernos en el mundo no es tampoco demasiado realista, nuestra racionalidad está bastante limitada. Di Castro, en su revisión de lo que entendemos por racional, concluye tres características principales que debemos tomar en cuenta:
//Lo racional no necesariamente está ligado a lo universal, lo necesario, lo óptimo y lo unívoco.
Lo racional no necesariamente se contrapone a lo pasional, lo contingente y lo diverso.
Esto no quiere decir que lo racional no sea parte primordial de las capacidades humanas, que sea deseable actuar conforme a buenas razones o que no podamos aspirar a que nuestra sociedad responda a principios racionales; lo que se busca es hacer hincapié en la necesidad de ser conscientes de las limitaciones de la razón y evitar pensarla como la mejor opción para enfrentarnos a todo.
Nos movemos en un mundo complejo que no puede ser reducido a la racionalidad tradicional, una racionalidad meramente instrumental, como la que se defiende desde el sistema neoliberal, en la que se pierde la complejidad misma que implican nuestras facultades cognitivas y afectivas. El mundo y nuestra existencia en él no pueden ya analizarse desde los conceptos heredados del sistema capitalista y neoliberal, no alcanzan.
Una vez que concluyamos que es necesario revisar estos conceptos fundamentales, deberemos establecer nuevos sistemas teóricos que nos permitan movernos de una forma distinta en el mundo.
El ser humano no puede reducirse a un animal racional calculador de costos-beneficios que se preocupa siempre y únicamente por su propio bienestar. Es aquí donde entra el elemento emocional, que en buena parte permite la empatía con los otros y que constituye las relaciones sociales. Somos capaces de mirar por nuestros propios intereses, pero también somos capaces de ayudar desinteresadamente, de dedicar tiempo y atención a los otros sin obtener nada de ello.
Nos movemos en el mundo guiados por una mezcla de creencias y emociones, esa unión de elementos nos permite explicar que tampoco seamos esclavos de nuestras pasiones inmediatas y podamos prever lo que viene y actuar conforme a ello. No es sencillo, pero somos capaces de actuar de forma prudencial y altruista, no estamos atados a una racionalidad instrumental ni a una afectividad presentista a la Hume. En palabras de Thomas Nagel: “Así, cualquier acto prudencial o altruista debe ser explicado por la conexión entre su meta –el futuro interés del propio agente o el interés de otro– y un deseo, el cual lo activa en ese momento. Esencialmente esta postura –la humeana3 – niega la posibilidad de acciones motivacionales a distancia, ya sea de tiempo o entre personas” (Nagel, 2004 [1970]: 27).
Somos más que lo que presenta el sistema neoliberal: individuos egoístas en lucha constante de todos contra todos. Somos seres que pueden elegir hacer las cosas de una forma distinta: “En este sentido, podríamos plantear que la autonomía ligada a la elección de los deseos es la capacidad para elegir un modo de vida; vida que es mucho más compleja que una simple jerarquización de preferencias guiadas por el egoísmo” (Di Castro, 2009: 145).
Las ideas, las concepciones que se defienden tienen profundas consecuencias en la forma en que nos movemos en el mundo. Si no podemos concebirnos como algo más que el sujeto neoliberal, entonces parece que el sistema no puede cambiarse, no tenemos eso a lo que podemos aspirar. Si no analizamos la posibilidad de actuar con miras a lo que viene y no sólo con respuestas inmediatas a los deseos del momento, no podremos mirar más allá de nuestro tiempo y de nuestra comodidad presente.
El cambio climático es el principal reto al que nos enfrentamos como sociedad, como humanidad. Se avecina a toda velocidad y nuestro sistema económico, político y social lo ha generado. Necesitamos un cambio completo y, tal como dice Riechmann, no existen atajos para enfrentarnos a lo que viene, para buscar que las consecuencias sean un poco menos terribles.
// No hay atajos y los intereses económicos de las grandes empresas multinacionales, el sistema capitalista y neoliberal da la impresión de ser un kraken que acaba con todo y no parará de crecer hasta acabar con todo.
Hemos internalizado el paradigma social dominante y la ideología es un elemento que se transforma tan lentamente que es posible que, para cuando se tome conciencia de la situación real, sea demasiado tarde.
Sin embargo, es posible concebir una sociedad distinta, es posible cuestionar las bases teóricas sobre las que descansa el sistema actual y comenzar a otorgarle protagonismo a la importancia de la cooperación, de la justicia, de nuestra relación real con el planeta, aceptar los límites de nuestra racionalidad y reconocer los límites biofísicos de nuestro planeta. Comenzar a concebirnos como seres que no pueden definirse con criterios económicos sea, tal vez, una buena forma de comenzar a hacer un cambio real.
Ariely, Dan (2008). Predictably Irrational, The Hidden Forces that Shape Our Decisions, N.Y.: HarperCollins Publishers.
Di Castro, Elisabetta (2009). La razón desencantada, Un acercamiento a la teoría de la elección racional, México: UNAM/IIF.
Foucault, Michael (2012). Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, Siglo XXI.
Laval, Christian y Pierre Dardot (2013). La Nueva Razón del Mundo: Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelona: Gedisa.
Nagel, Thomas (2004). La posibilidad del altruismo, México: FCE.
Riechmann, Jorge (2015). Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Madrid: Los Libros de la Catarata.
1 Licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de Aguascalientes y alumna del 5to trimestre de la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa. Correo: ann.pmo29@gmail.com.
2 Muchos argumentan que tal división no existe y es posible que tengan buenos argumentos de su parte; sin embargo, su opinión se decanta a señalar que sólo la segunda esfera, la económica, es la que tiene vigencia en nuestros tiempos y eso va en línea con el proyecto del neoliberalismo.
3 El autor hace referencia a la teoría de la motivación de David Hume que en filosofía se conoce como "humeanismo" o "postura humeana".
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