Uno de los sucesos que se pueden considerar como emblemáticos del inicio del siglo XX es, sin duda, el funeral de la reina Victoria de Inglaterra en 1901. Con ella terminaba una época, la Victoriana, que vio el auge del Imperio Británico gracias a su predominio sobre los mares. Pero, en una Europa de Imperios, los desafíos a la hegemonía de Albión no tardarían en surgir. Las tensiones insalvables entre Alemania y sus aliados, por un lado, y Gran Bretaña y la Triple Entente, por el otro, harían estallar el conflicto que hoy conocemos como Primera Guerra Mundial.
Aunque el Reino Unido salió vencedor de este trance, su predominio sobre los mares ya había recibido una herida, la misma que no haría más que acrecentarse después de 1945 tras la rendición de las potencias del Eje. La Segunda Guerra Mundial les había enseñado a los otrora fieles súbditos de Albión que el hombre blanco no era invencible. A partir de las fuertes derrotas infligidas por Alemania y Japón en los primeros años de la conflagración, africanos, hindúes, israelíes, árabes y un sinnúmero de grupos humanos verían nacer en su seno la llama de la liberación del dominio británico. Es en este escenario, el de una Gran Bretaña y su Imperio en plena decadencia, que surge un personaje que calará hondo dentro de la cultura popular de la pasada y presente centurias.
Heredero del llamado thriller de espías imperialista, es decir, novelas de espionaje de principios del siglo XX, donde el protagonista desbarataba siniestros complots de las potencias enemigas del Reino Unido, James Bond aparece por primera vez en la obra Casino Royale (1953), del periodista y antiguo agente de la Inteligencia Naval británica, Ian Fleming. En un principio, la popularidad del agente secreto 007 se limitó a los países anglófonos, aunque el verdadero núcleo de fieles lectores seguía concentrado en Gran Bretaña, quizás porque, consciente o inconscientemente, Fleming creó a su personaje para paliar un poco la pérdida de relevancia que su país estaba teniendo en el contexto mundial, ensombrecido por la disputa entre los dos colosos de la Guerra Fría, Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Lo interesante es que, después del ingreso de James Bond en la cinematografía, un personaje netamente británico se convertiría en un icono mundial. En el paradigmático trabajo sobre el agente 007, Bond and Beyond, the Political Career of a Popular Hero, de Tony Bennett y Janet Woollacott, encontramos el siguiente comentario:
Puede argumentarse que una de las razones por las que las novelas de Bond fueron capaces, a través de los filmes, de trascender el mercado específicamente británico, al cual la temprana tradición del thriller de espías imperialista había sido limitada, y reclutar un conjunto de lectores internacional, consiste en la construcción de Gran Bretaña como defensa de los intereses de Occidente como un todo.
Resulta un tanto evidente afirmar que, dentro de los personajes que se han vuelto verdaderos iconos dentro de la cultura popular a partir de los años sesenta del siglo pasado, se encuentra la creación del escritor Ian Fleming: James Bond, miembro de MI6, el Servicio Secreto británico que opera allende las fronteras del Reino Unido. Se calcula que casi dos tercios de la población mundial han visto, por lo menos, una película sobre las peripecias del 007. Si a lo anterior aunamos su permanencia de casi seis décadas en el gusto de los espectadores cinematográficos, tenemos por resultado una aceptación del personaje que se extiende por un tiempo y un espacio muy significativos.
Asimismo, el agente 007 ha sido satanizado por un gran número de grupos sociales. Para las feministas, él es un símbolo del hombre macho que somete a la mujer a sus bajos instintos y siempre toma ventaja de sus debilidades. Para algunos investigadores de tendencia marxista, James Bond representa la encarnación de la decadencia del mundo occidental, una especie de AIE (Aparato Ideológico del Estado), cuya función es la de establecer y guiar los gustos–preferencias de las masas en detrimento de la conciencia de clase. Para ciertos sectores académicos,
//Bond es la expresión de la nostalgia por el antiguo imperio británico, la personificación de los deseos no satisfechos de los súbditos de su majestad, es decir, el de pertenecer a un país que todavía tiene un papel preponderante en el orden mundial.
A este respecto, resulta interesante lo dicho por el enemigo acérrimo de Bond, Ernst Stavro Blofeld, cuando el 007 aparece providencialmente para evitar que aquél someta a las potencias nucleares a un chantaje, en el filme Los diamantes son eternos: “¿Seguramente no viene a negociar, señor Bond? Su lastimosa y pequeña isla ni siquiera ha sido amenazada”.5
Lo interesante de estos planteamientos es que, al momento de presentar sus proposiciones, los grupos mencionados muestran argumentos que pueden resultar convincentes. Tal parece que todo mundo ve en la figura de James Bond lo que desea ver y, lo más sugestivo, encuentra en él lo que quiere encontrar. Esto nos lleva directamente a las teorías de Joseph Lacan, retomadas por los citados investigadores del fenómeno Bond, Tony Bennet y Jane Woollacott: “[...] la figura de Bond ha proporcionado un foco ‘dentro de la construcción ideológica de relaciones de género e identidades’”.6 Es posible que este fenómeno sea el hilo de Ariadna para que, como a Sherlock Holmes, al 007 se le considere, actualmente, como una figura arquetípica.
Cuando hacemos fila para ver un filme de Bond, no nos formamos para ver una cinta de suspenso. Oh, sabemos que habrá emoción, pero es una meta–emoción. De hecho, nos estamos formando para ver nuestros tropos y leitmotifs favoritos en ejecución a través de una manera que es a un tiempo familiar y novedosa. Como nuestros sueños diurnos favoritos, los filmes deben tener ciertos elementos casi arquetípicos en orden de poder trabajar apropiadamente. Como en un servicio religioso, deben tener su estructura y sus respuestas, del mismo modo, Bond debe atravesar las etapas jungianas progresivas desde ‘fantasía’, ‘pesadilla’ hasta ‘catársis’.7
Recordemos que los arquetipos, según la teoría del inconsciente colectivo de Jung, designan las imágenes innatas y comunes a todos los individuos que se transmiten de generación en generación. Para Jung, los arquetipos son unidades de conocimiento intuitivo que existen en el “inconsciente colectivo” (común a todos los seres humanos), transmitidas por cuentos, leyendas o mitos y que se manifiestan en los sueños, las creaciones artísticas y en todas las producciones de carácter imaginativo del individuo. Ajenos a la experiencia, los arquetipos funcionan como patrones de conducta cuando el individuo necesita resolver su problemática vital y carece de imágenes propias.
De acuerdo con Jung y sus discípulos, existen tres arquetipos primordiales: el Anima, el Animus y la Sombra. El Anima es el arquetipo de la “vida”, está relacionado con los elementos del agua y el aire, y se proyecta en forma femenina como madre o diosa, sirena o sacerdotisa. El Animus, es el arquetipo del “sentido”, está relacionado con los elementos del fuego y la tierra, y se proyecta como padre o dios, ogro o rey. La Sombra, por su parte, está relacionada con la figura del doble, con “el otro lado” de la persona, “el otro yo” y, en general, con las cualidades y atributos desconocidos o poco conocidos del ego, así como con los “valores necesitados por la consciencia, pero que existen en una forma que hace difícil integrarlas en nuestra vida”.8
De esta manera, empezamos a percibir la complejidad oculta detrás del personaje creado por Ian Fleming en 1953. Si, en cierta manera, con el 007, primero Fleming y después los cineastas, dieron cuerpo al animus que debía hacerse presente en la segunda mitad del siglo xx, ¿no estamos ante un fenómeno similar al de sustancia y forma, descrito, para la estructura narrativa y siguiendo la base ideada por Hjemslev, por el catedrático Seymour Chatman?9 La sustancia sería la figura arquetípica del agente secreto: “La Comunidad de Inteligencia sirve como una figura sombría para el mundo social del Capitalismo tardío, donde las turbiedades que rodean la acción humana son desvanecidas proyectando una figura esencialmente marginal, el agente secreto”.10
La forma sería la proporcionada por los distintos actores que han personificado a James Bond en la pantalla.11 Tal vez esto pudiera explicar cierta afirmación aparecida en un diario español, misma que describe al 007 “como un espíritu insaciable que busca un cuerpo más joven cuando el anterior se deteriora”.12 Lo que resulta innegable es lo siguiente: aún dentro de lo que denominamos, con cierto grado de atrevimiento, como forma de la sustancia “James Bond”, hubo un momento fundacional. La génesis primera ocurrió cuando el personaje fue modelado por la pluma de Ian Fleming. La que convirtió al agente británico en suceso mundial sucedió cuando Sean Connery tomó el papel cinematográfico del agente 007.
1 Docente, escritor y divulgador cultural, licenciado por la Unidad Académica de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Correo: kwisat@gmail.com.
2 “It is arguable that one of the reasons the Bond novels were able, via the films, to break out the specifically British market, to which the earlier tradition of the imperialist spy–thriller had been limited, and recruit an international readership consists in this construction of Britain as a stand in for the interests of the West as a whole”. Tony Bennett and Janet Woollacott, Bond and Beyond, the Political Career of a Popular Hero, Methuen, New York, 1987, p. 90.
3 Argumento que el más reciente actor en interpretar al personaje en cuestión, Daniel Craig, invalidó por completo, al mostrar a James Bond brindando su apoyo al Día Internacional de la Mujer en 2011, de una manera por completo inédita e inesperada: http://www.youtube.com/watch?v=gkp4t5NYzVM
4 “Designamos con el nombre de aparatos ideológicos de Estado cierto número de realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y especializadas […] AIE cultural (literatura, artes, deportes, etc.)”, Louis Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Freud y Lacan, http://www.ucm.es/info/eurotheo/e_books/althusser/#%BFQu%E9+son+los+aparatos+ideol%F3gicos+de+Estado
5 “Surely you haven’t come to negotiate, Mr. Bond? Your pitful little island haven’t even been threatened”. James Chapman, Licence to Thrill, a Cultural History of the James Bond Films, Columbia University Press, Chichester, 2000, p. 159.
6 “[...] the figure of Bond has provided a focus ‘within the ideological construction of gender relations and identities’”. Dinithia Smith, James Bond: Agent of Cultural Change, Las Vegas sun, 29 de enero de 1998, en www.lasvegassun.com.
7 “When we queue to see a Bond [film], we are not queuing to see a thriller. Oh, we know there will be excitement, but it is meta–excitement. We are in fact queuing to see our favourite tropes and leitmotifs being run through in a way that is at once familiar yet new. Like our favourite daydreams, the films must have certain, almost archetypal elements in order to work properly. As a church service must have its structure and its responses, so Bond must go through the Jungian progressive stages from “fantasy” to “nightmare” to “catharsis”.” Sinclair McKay, The Man with the Golden Touch, Aurum, London, 2008, pp. 367-368.
8Maritza M. Buendía y Gonzalo Lizardo, La Estrella y la Luna. Hacia una tipología arquetípica de los personajes literarios, http://hiperficcionario.blogspot.com/2011/04/la–estrella–y–la–luna.html?spref=fb
9 Seymour Chatman (1928-2015) recibió su doctorado en la Universidad de Michigan y dio clases en las universidades de Wayne y Pennsylvania, antes de llegar a Berkeley en 1960. En dicho centro enseñó cine desde la instauración de ese programa de estudios en 1976. La especialidad de Chatman fue la estructura narrativa en el cine y las obras literarias, así como el lenguaje fílmico y la relación entre los filmes, las novelas y la semiótica. Su obra más reconocida y empleada en varios cursos universitarios alrededor del mundo es Historia y discurso: la estructura narrativa en la novela y el cine, Taurus, Madrid, 1990.
10 “The intelligence community serves as a shadowy figure for the social world of late capitalism where the opacities that surround human agency are cut by projecting an essentially marginal figure, the secret agent”. Michael Denning, Cover Stories: Narrative and Ideology in the British Spy Thriller, London, 1987, p. 29, citado por Wesley K. Wark, Introduction: Fictions of History, en Wark, Wesley K. (editor), Spy Fiction, Spy Films, and Real Intelligence, Routledge, London, 1991, p. 3.
11 Dentro de la serie oficial han sido seis los actores que han interpretado al 007: Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig. A continuación, presentamos la filmografía de James Bond, clasificada según el actor en turno:
Sean Connery: El satánico Dr. No (1962), Desde Rusia con Amor (1963, ambas dirigidas por Terence Young), 007 contra Goldfinger (1964, dir. Guy Hamilton), Operación Trueno (1965, dir. Terence Young), Sólo se vive dos veces (1967, dir. Lewis Gilbert), Los diamantes son eternos (1971, dir. Guy Hamilton), Nunca digas nunca jamás (1983, dir. Irvin Kershner).
George Lazenby: Al servicio secreto de su Majestad (1969, dir. Peter Hunt).
Roger Moore: Vive y deja morir (1973, Guy Hamilton), El hombre del revólver de oro (1974, Guy Hamilton), La espía que me amó (1977, Lewis Gilbert), Moonraker, misión espacial (1979. Lewis Gilbert), Sólo para tus ojos (1981), Octopussy (1983), En la mira de los asesinos (1985, estas tres últimas dirigidas por John Glen).
Timothy Dalton: Su nombre es peligro (1987), Licencia para matar (1989, ambas dirigidas por John Glen).
Pierce Brosnan: Goldeneye (1995, dir. Martin Campbell), El mañana nunca muere (1997, dir. Roger Spottiswoode), El mundo no basta (1999, dir. Michael Apted), Otro día para morir (2002, dir. Lee Tamahori)
Daniel Craig: Casino Royale (2006, dir. Martin Campbell), 007 Quantum (2008, dir. Marc Forster), Operación Skyfall (2012, dir. Sam Mendes), Spectre (2015, dir. Sam Mendes).
12 James Bond se sirve el martini de la inmortalidad, en www.el–nacional.com/archivedata/1998/01/17/424.htm
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