CUENTO

Aquí comienza la sangre. Relatos criminales de Aguascalientes

Aguaardiente

La revista Aguaardiente tiene el enorme gusto de presentar a ustedes una de las más recientes y exitosas creaciones del Departamento Editorial de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, el libro Aquí comienza la sangre. Relatos criminales de Aguascalientes compilado por Joserra Ortiz, como parte del Encuentro de Novela Negra celebrado en 2016 en nuestra ciudad capital. En palabras de Joserra: “Lo que desde 2016 se está haciendo en Aguascalientes, es un suceso de iguales dimensiones: el Encuentro pone en el mapa, si no la producción, definitivamente la atención lectora y crítica que desde este lugar se tiene por la literatura de corte policiaco”.

Los invitamos a asomarse al fascinante mundo de la novela negra con este prólogo escrito por el mismo autor, para posteriormente degustar por completo este libro de pujante estilo literario muy a tono con nuestros tiempos actuales. La edición es descargable y gratuita. Pueden obtener la versión digital del libro en:

http://www.uaa.mx/direcciones/dgdv/editorial/catalogo/cac_aquicomienzalasangre.html

¡Que lo disfruten!

Prólogo. Parte criminal
Joserra Ortiz

Hace todavía quince años, no se podía hablar de una escena noir mexicana como tal, con tantos escritores como tan variados estilos e intereses como ahora. La literatura de ficción relativa al crimen y sus efectos entre los ciudadanos se resumía a un puñado de autores que, con muy distintos alcances, calidades y cualidades, se esforzaban por plantear historias centradas en la investigación de hechos delictivos. Generalmente, si no es que siempre, las incógnitas se solucionaban satisfactoriamente, a pesar de que casi nunca pudiera aplicarse ley ni justicia a los perpetradores de los crímenes. Eran novelas de lo que se conoció como “neopoliciaco hispanoamericano”, valiosas no sólo por sentar precedentes, sino por erigirse desde una consciencia política y una estética atractiva que formaron, y todavía lo hacen, a miles de lectores. ¿Cuántos no despertamos al hecho literario gracias a las novelas de Paco Ignacio Taibo II o de Juan Hernández Luna? Por eso, si algo debe agradecérsele a la literatura policiaca (o detectivesca, llámesele como se quiera) de entonces, fue haber introducido a muchísimos de nosotros a la lectura y a su práctica posterior que es la escritura. Esto es muy valioso porque entonces la experiencia de la literatura como las que nos convoca en este volumen, estaba muy desprestigiada por los principales actores del campo literario nacional: los académicos, los críticos, los lectores elitistas y, sobre todo, los escritores “serios” (a pesar de que más de uno de ellos se dejó seducir por el género, casi siempre con buenos resultados).

Como ya dije, hoy la historia es muy distinta. Los negros ya no somos los raros. El Encuentro de Novela Negra que se lleva a cabo en Aguascalientes desde 2016, por ejemplo, es una prueba fehaciente de ello (y vale la pena establecer que fue el primero con consciencia de ser internacional, lo que significa que entiende al género como un fenómeno universal y no privativo de nuestras propias prácticas). No sólo la industria editorial ha caído rendida a los pies de los autores de ficciones criminales, sino que los medios masivos, los aparatos críticos y hasta la producción colegiada de conocimiento libresco le dan hoy a esta literatura un nicho de especial interés y la atención apropiada. Como académico e investigador universitario, he visto cómo en los últimos años los repositorios de tesis de grado se llenan cada vez más de estudios sobre las que alguna vez fueron ninguneadas novelitas de subgénero. Para la crítica de divulgación, lo que un día fue extravagante o, peor, descartable por ser “mero entretenimiento”, es ahora mismo el centro de su atención más sesuda y celebran las cualidades que pretenden innovadoras cuando siempre han estado allí. Los encuentros universitarios, las ferias de libro, los coloquios, los congresos y los festivales culturales dedican ya, sin dar explicaciones ni excusas, porque no es necesario, espacios y programas a eventos relacionados a la narrativa de lo criminal. Eso es bueno, pero no significa nada: los lectores, los que siempre hemos estado aquí, reconociéndonos en las librerías y compartiendo miradas cómplices en las bibliotecas, sabemos que esas “autoridades” son villamelones. Y, sin embargo, no los enfrentamos; antes bien se los agradecemos. Aceptamos la atención que ahora nos brindan para exprimir todo lo que se pueda esta nueva realidad y beneficiarnos lo más que podamos de todos los recursos económicos, intelectuales y editoriales que invierten en nuestros libreros.

Digo todo esto para entender cómo y por qué son beneficiosos proyectos como el de esta antología. Desde que la literatura criminal ha sido aceptada como un discurso válido y un modelo artístico de prestigio, se ha suscitado un fenómeno alterno que es el de la descentralización de la producción literaria. No quiero decir que es por las novelas policiacas que la literatura mexicana se ha diversificado al grado de que ya no exista un centro gravitacional para su producción, como un día fue el df (mucho más importantes, lógicamente, han sido fenómenos de producción extraliterarios como el internet, por no ir más lejos). Me refiero únicamente a que ellas han sido parte del proceso que nos ha permitido, como país literario, entender e incluir otras voces y formas que, indudablemente, enriquecen el cauce de nuestras letras contemporáneas. En este momento viene a mi mente el ejemplo de lo que sucedió hace pocos años en Ciudad Juárez, cuando programáticamente se decidió producir, a través de un taller dirigido por Élmer Mendoza, una generación de escritores policiacos que hoy son bastante exitosos, además de autores de gran calidad, como César Silva Márquez, Miguel Ángel Chávez o Ricardo Vigueras. O lo que en 2016 inició en mi ciudad de San Luis Potosí, un lugar sin ninguna ascendencia en literatura de este género, cuando la Secretaría de Cultura (antes Conaculta), la hizo sede de un encuentro internacional llamado “Huellas del crimen”, quizá el más grande y representativo sobre esta clase de textos, del que se haya tenido noticia en nuestra patria.

Lo que desde 2016 se está haciendo en Aguascalientes, es un suceso de iguales dimensiones: el Encuentro pone en el mapa, si no la producción, definitivamente la atención lectora y crítica que desde este lugar se tiene por la literatura de corte policiaco. Lectores, críticos, libreros, editores, profesores, estudiantes, investigadores, viandantes, poetas y escritores se dieron y dan cita, para celebrar este registro discursivo incómodo que nos interesa porque hace del morbo y el miedo algo comprensible. Si la literatura que llamamos negra tiene una función social (y eso que no creo en que la literatura la tenga o deba tenerla), sería precisamente la de registrar y traducir y volver comprensible el horror de la calle, algo muy importante en países tan derruidos, tan destrozados, tan faltos de respuestas y tan pinchemente sangrados como México. Por ejemplo, mientras escribo esto leo en el periódico que el ejército ya va a desplegar estrategias de seguridad en esta ciudad que llaman “la de la gente buena”. Y la noticia no explica nada. Y los políticos no explicarán nada. Y el comandante, cuando se lo pregunten, no querrá decir nada. Pero la literatura criminal lo hará y, eso es lo mejor, lo hará ejemplarmente, contando cómo los unos y los otros se hicieron de balazos y la razón por la que al otro día llegó alguien más (un policía, un periodista, un detective, un lo que sea que no tiene vela en el entierro), a entender las razones de lo que no podemos procesar.

Por razones como éstas, cuando se me invitó a dirigir un taller sobre relato policiaco como una actividad previa al Encuentro de 2017, acepté. Sobre todo, porque en los años recientes que he construido un gran y hermoso vínculo cultural e intelectual con la ciudad de Aguascalientes, he tenido la oportunidad de amistar con excelentes lectores del género, aunque hasta hace poco con ningún escritor de lo criminal. Aguascalientes, como mi querida San Luis Potosí, no tiene todavía un tótem del policiaco que la signifique. Pero eso no importa, porque en estos lugares abundamos los que estamos empezando a hacerlo… y lo más significativo de una plaga son las larvas, no las moscas. Originalmente pedí un máximo de quince escritores. Me dijeron que no. Se escribieron casi treinta y al final, después de tres días de trabajo intenso, quedamos los que aquí estamos. Lo que más me sorprendió del taller fue que, a pesar de haber repasado teorías literarias sobre el género y de proponer mecanismos de creatividad, sobre todo, sabiendo que los  asistentes son lectores de un modelo que impone ciertas reglas, nadie escribió un cuento policiaco como el que esperamos cuando empleamos la etiqueta. Todo lo que se escribió y compartió en el taller fueron ejercicios del hecho criminal. En cierta medida, eso me demuestra esta idea ya dicha de que escribimos en esta línea para explicar lo que no entendemos, aunque en realidad no querramos respuestas.

Todos los cuentos de esta antología son asesinatos, muchos están contados por la voz del culpable: son las confesiones que obviamos de aquellos que se esconden en las sombras de nuestras calles y callejones. Por eso, igualmente, una regla implícita a nuestro proceso de escritura, fue ubicar los acontecimientos de estos relatos en la ciudad de Aguascalientes, sobre todo porque la dialéctica del género negro obliga a mapear el horror de lo cotidiano en nuestros sitios habituales. En ese sentido, lo que el lector tiene entre sus manos es una guía de una ciudad que conocerá y desconocerá al mismo tiempo: verá sus calles, plazas, monumentos, centros comerciales, antros y extrarradios ojalá sorprendido por lo que ahí ocurre. Pero sobre todo, lo único que espero es que quien lea estos cuentos, descubra como lo hice, que en Aguascalientes también hay sangre y que aquí, en este libro, comienza el rastro de lo que será un centro narrativo criminal de importancia. Porque toda tradición literaria empieza siempre con un cuento.

San Luis Potosí, marzo de 2017.

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