Cuando pienso en los avances que ha tenido la tecnología en los últimos años, no puedo evitar que venga a mi mente la idea de que a las personas mayores de treinta años nos ha tocado vivir una etapa “única” en la historia de la humanidad y debemos considerarnos privilegiados, ya que en este periodo la tecnología ha dado saltos agigantados y ha cambiado nuestras formas de vivir de manera inimaginable.

Cuando el que escribe era un niño, vivía de una manera muy sencilla. No existían en casa internet, celulares (en mi caso ni teléfono fijo), computadoras, etcétera. Los medios electrónicos de acceso a la información eran únicamente la radio y la televisión, ninguna de las cuales contaba con control remoto. Jugaba en las calles por las tardes con los niños vecinos e iba por las mañanas a la escuela donde mi formación transcurría influenciada diariamente por libros, producto de una de las innovaciones tecnológicas más importantes de la historia, la imprenta.

La imprenta fue aquella innovación tecnológica del pasado que permitió, a todo aquel que supiera leer, el acceso a la información a través de los medios impresos, haciendo masiva la difusión de la información. Lo mismo podría decir ahora en la era del internet y las redes sociales, donde la información fluye libremente de mano en mano a través de nuestros dispositivos electrónicos.

Dadas las similitudes entre el internet y la imprenta, surge la pregunta, ¿cuál es entonces la principal diferencia entre ellas? Yo diría que un arma de dos filos: la edición.

La edición permite que el material impreso sea revisado, verificado, sus datos validados, todo antes de que el primer libro salga a la luz. En una palabra, permite que la información sea “confiable”, adjetivo del cual carecen gran cantidad de las fuentes de información en línea, donde la información fluye directamente de un individuo hacia todos los demás sin el juicio de nadie. Es común recibir noticias falsas, información errónea, imágenes grotescas, chistes pésimos o encontrar toneladas de gigabytes de información basura en la red. Todo lo cual pone al internet en una clara desventaja con respecto a los libros.

Pero como mencioné previamente, la edición es un arma de doble filo, de la misma manera que se asegura información “confiable”, en algunos casos la edición recorta hechos, maquilla información y trata (en ocasiones con éxito, sobre todo antes del internet) de manipular la opinión pública.

Ahora, gracias al internet y las redes sociales, las verdades incómodas son muy difíciles, si no imposibles de ocultar, aunque desgraciadamente no estamos exentos de la manipulación. Como en 1984, el famoso libro de George Orwell, existe un ente omnipresente que nos observa, un “gran hermano” como el personaje de la novela, que de manera diferente (no violenta), nos manipula con su “casi infinito” conocimiento de todos nosotros y de todo lo que hacemos.

// En realidad, no sólo tenemos un gran hermano sino varios de ellos, Google, Facebook, Instagram, Twitter, etcétera, todos nos observan, es decir, guardan nuestras búsquedas, nuestras claves, nuestros gustos, nuestros contactos, aficiones, etcétera.

Estas empresas ciertamente no saben todo de nosotros, pero sí conocen todo lo que subimos a las redes y esa información la usan para hacer negocios o para ofrecernos productos o servicios.

Este gran acceso a la información del que gozamos actualmente afecta todos los aspectos de nuestra vida y, muy en particular, la forma en que se lleva a cabo el proceso de enseñanza aprendizaje donde las tecnologías de información tienen un papel cada vez más importante, sobre todo desde el punto de vista del estudiante y, de manera muy particular, en el estudiante de ingeniería.

En mis tiempos de estudiante, la más alta tecnología que teníamos disponible durante clase eran los libros. Todo lo que no veíamos en la práctica lo teníamos que imaginar o creer como dogma de fe. Aquellos que teníamos la suerte de contar con una computadora en casa (obviamente de escritorio, la mía con sus enormes 2 giga bytes de disco duro), podían usar simuladores.

Ahora, los simuladores son cosa de todos los días en las aulas de ingeniería, donde la mayoría de los alumnos tienen computadoras personales (y portátiles) y pueden fácilmente simular los problemas vistos en clase al mismo tiempo que el profesor, y validar el comportamiento de las diferentes teorías en un entorno “real” simulado. Adicionalmente, existen miles de videos con clases grabadas o explicando temas que se tratan en clase sin contar con que Google está dispuesto a responder cualquier pregunta en el momento que se necesite y en cualquier lugar (con acceso de datos).

La computadora se ha convertido en una enorme herramienta en el proceso enseñanza-aprendizaje en la ingeniería. No sólo permite simular sistemas físicos, eléctricos, mecánicos, industriales, estructurales, etcétera, permite realizar cálculos matemáticos rápidamente con una precisión bastante aceptable y permite (sabiendo buscar) tener un acceso a la información tan grande que no se hubiera podido tener en la biblioteca más grande del mundo.

El tener acceso a estas herramientas computacionales, le brinda al alumno de hoy (en particular al de ingeniería) muchas ventajas con respecto a sus maestros en su época de estudiantes. Ventajas que desgraciadamente no perciben y muchas veces no usan. Esta situación supone retos importantes para los profesores que debemos mantenernos al día con los avances tecnológicos para poder obtener el mayor beneficio de ellos, así como competir en clase con los distractores que la misma tecnología provee.

De la misma manera, la sociedad actual se enfrenta a los retos de discernir la información confiable de la que no lo es y lograr el balance entre el uso de las nuevas tecnologías y la protección de los datos personales.