*
¿Por qué no te duermes y ya? Cállate. Siempre estás perdiendo el tiempo, en lugar de hacer las cosas te la pasas pensando… qué voy a hacer. Sí. Cállate.
(Escucho mi respiración un momento. No se escucha nada más. Bueno, se oye la noche, el polvo depositándose pacientemente sobre los libros, que callan).
Piensa en algo que te dé sueño. Cállate. Ni siquiera sé qué quiero, ¿para qué me duermo? Además, no puedo, tengo que resolver esto… Saber qué vas a hacer, claro, como siempre: y mañana se te habrá olvidado, y cuando llegue el momento no sabrás qué hacer de cualquier modo… Cállate maldición. Eres un idiota. Sí, lo he pensado. Las cosas que hago a veces… ¿Dónde habré dejado mi navaja? Tendría que estar en la mesa junto a la cama. ¿Cuándo fue la última vez que la viste? No me acuerdo. No sé. Mañana la buscas con calma, ahorita ya es muy tarde. Deberías dormir. ¿Qué hora es? No sé. Como las cinco. Es tarde. No importa. ¿De veras crees que vas a resolver ahorita esto? No sé, tengo qué. Piensa, pues, te la has pasado pensando en otras cosas todo el rato. Como siempre… Como siempre… Piensa. A ver… Sí. Piensa: ¿qué vas a hacer si las cosas resultan como tú quieres? Pues ése es el problema. Supón que ella responde tu carta, para empezar. Habrá que suponerlo, en efecto, porque podría ni siquiera leerla. Pero por qué no la leería, si ha mostrado cierto interés en lo que dices. Hay que considerar la posibilidad de que ese interés me lo esté imaginando, por puras ganas de que así sea. Bueno entonces supón que te lo estás imaginando, y que no hay ninguna posibilidad de que ella piense en ti: ¿entonces no será mejor ya que te vayas a dormir? Sí, tengo que suponer que es posible… Porque entonces qué harías con esto, ni que fueras a dejar de sentirlo de un día para otro. No, claro. Aunque quisieras… Bueno, entonces me contesta y me dice que no esté molestando (en resumidas cuentas). Sí. Pues en ese caso no hay problema, sigues igual, pero con una certeza al menos. Entonces podrías empezar a olvidarte de ella. Claro, tienes razón. La cuestión es, ¿qué pasa si ella te responde y te dice que sí, que quiere hablar contigo…? Oye, ¿y si no contesta en absoluto? ¿Cómo saber si ha leído la carta? Bueno, en ese caso le preguntas y ya. Te dirá: sí la leí. Y entonces sabrás que no pasará nada. O te dirá: no la leí. Y entonces sabrás que no le interesas en lo más mínimo. Claro… El problema es lo otro, ¿qué tal que le interesas, qué tal que incluso te quiere? ¿Qué vas a hacer?… No lo sé…
(No pienso nada ya. Repito el silencio que me rodea. Escucho mi corazón. Duermo).
*
Me voy a morir y no va a quedar nada… ¿Otra vez pensando en eso? Sí… ¡Era eso lo que el sátiro aquel decía! ¿Te acuerdas? Ah sí… el del sueño ese... «Te vas a morir», decía, y luego soltaba esa carcajada. Es cierto...
(La carcajada del sueño resuena en el hueco de la memoria, que luego se queda quieta. Entonces nada. Y es que hay momentos durante los cuales uno no piensa nada. Algo como un sonido en la mente, y ya. Un único tono: mmmmmmmmmmm… O bien la repetición de lo que esté uno escuchando, si hay música por ejemplo. O cosas como: «blanco. – Ah, blanco»).
Por eso creo que el idealismo es hermoso, y el realismo obtuso o simplista. ¡Ja! Leí que era Samuel Johnson el que le respondía a Berkeley con eso de patear una piedra… ¿En dónde lo leí? Luego te acuerdas, hombre. Sí, el caso es que eso me resulta ostensivamente torpe. «Ostensivamente», muy bien. Bueno, supongo que la idea era hacer ver que no hacía falta una doctrina como la de Berkeley, y que todo es más simple, que nos evitamos problemas si suponemos que las cosas están ahí afuera, digamos, y que todo quede igual, además y fundamentalmente. Sí, por eso mismo, lo bello no hace falta en absoluto… la respuesta de Hume me parece más educada, digamos, y sensata también: no pretende ser una refutación, él tiene claro que algo así no puede ser refutado… El espíritu práctico de Hume, por llamarlo así, es más elegante que el de Bacon, o el de Johnson en aquella respuesta. Y eso que Hume dice lo mismo que tú acabas de explicar: ¿para qué nos metemos en problemas sin necesidad? Que sigue siendo una manera de ahorrarse molestias, claro. Sí, la metafísica es una pérdida de tiempo desde ese punto de vista. Sí, si lo que quieres es «dominar» el mundo… Manipularlo, exacto. Exacto.
(Callo y sigo preguntándome si es así, como si a pesar del asentimiento la incertidumbre siguiera rebotando dentro. Así es siempre. Uno parece estar más seguro de sus propios sentimientos que de los de otro no porque esos sí los experimente, sino porque es más fácil llegar a un acuerdo).
... Es posible que mañana la veas. Sí. Pero da igual. Bueno, pero si te pregunta cómo estás podrías decirle: «Un poco podrido, la verdad. Desde ayer lo noté, cuando te fuiste así nada más. En la mañana empecé a sentir que algo se arrastraba en mis pulmones, pero seguro eso ya llevaba tiempo ahí dentro. Es cierto eso de que uno no se daría cuenta de estar muerto si de algún modo siguiera vivo al morir (no sé, como un alma, supongo). El hábito tiene una fuerza enorme. Montaigne discurrió cuidadosamente sobre ello. Uno se quedaría acostumbrado a vivir como si le hubieran amputado el cuerpo entero, que seguiría doliendo. Y por pura costumbre de sentir y por la manía de entretenerse en algo uno creería sentir (como cuando ve una araña espantosa y luego siente que miles le recorren el pellejo) que los gusanos van mordisqueándole las carnes y arrastrando su baba por entre sus huesos; y cómo se va haciendo polvo año con año hasta quedar sólo cuero pegado al esqueleto, que entonces uno sentiría crujir por la noche… El hábito del hambre y del amor y del miedo nos haría insoportable la eternidad. Es el mismo que nos hace seguir queriendo aun estando saciados, de modo que incluso en el paraíso seríamos infelices, como creía el bueno de Schopenhauer»... Oye, pero ¿no se acostumbraría uno también a estar muerto? ¡Sí! Pero eso es tanto como acostumbrarse a no sentir, a estar ausente, a ser un hueco: mimetizarse con el hoyo en que ha quedado. Por eso Homero era tan sabio: los muertos se olvidan de todo, hasta de sí mismos, y ya. Ni paraíso ni infierno ni nada.
*
No contesta. Pues démosle un poco más de tiempo, tranquilo. Creo que no va a contestar… No lo entiendo, por qué no decirme que no quiere saber nada, que no le escriba, que la deje en paz, que me olvide de ella, que me mantenga lejos… ¿Por qué hacer como si no hubiera pasado nada? No sé. No entiendo. ¿Pero sí será eso? ¿No será que lo piensa? O tal vez no se atreve, debe ser sorpresivo para ella, ¿no crees? Ah no sé…
(Un silencio incómodo, como se dice. Me quedo quieto, como las hojas, hasta que viene una ráfaga y las alborota).
Oye. Eh. Y que respondiera diciendo: «Tu carta es hermosa, nadie me había hablado así nunca. Y esperaba que justamente tú lo hicieras. Búscame. Ven. Aquí estoy…» Ni lo menciones… Correrías. Le dirías: «Sí, voy de inmediato, amor mío. Bueno, solamente deja que me dé un baño, porque justo ahora ando algo apestoso». Pero no diría «amor mío»… Ah no, es verdad, eso no.
(Sonrío. Pero no sé cuánto tiempo ha pasado. No importa, porque sé que no responderá. La carta sigue en el cajón de mi escritorio, o al menos eso supongo, porque no lo he vuelto a abrir desde que la puse ahí. No quiero descubrirme).
1 Profesor de tiempo completo del Departamento de Filosofía de la UAA. Autor de la ficción Resurrectio (ICA, 1996), del ensayo Nietzsche: de la verdad deshonesta al pensamiento noble (UAA, 2008), del libro de aforismos y breves ensayos titulado Excursos (UAA, 2013), y del recién publicado poemario Estudio sobre la tristeza (UAA, 2018). Correo: jachagallo@gmail.com.
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