En la memoria reciente del colectivo de nuestro estado se encuentra el pánico y caos acontecido por el desabasto de gasolina; comprendimos y experimentamos en carne propia las consecuencias de la carestía de un bien energético masivamente disponible y primordial para la movilidad de nuestra sociedad.
El paulatino desabasto de combustible que experimentamos nos hizo conscientes del enorme valor que éste tiene para conservar nuestro estatus de confort, así como el sentimiento de frustración que nos causa no poder realizar las actividades que desarrollamos de manera cotidiana, trátese de empresas, instituciones o personas. La sociedad actual está acostumbrada a disponer fácilmente de una gran variedad de fuentes de energía sin preocuparse en dimensionar la dependencia que tenemos de ellas.
El problema del sistema energético mundial no solamente radica en la dependencia y alto consumo al que nos hemos acostumbrado, sino también al hecho del origen de donde extraemos esa energía: los combustibles fósiles. Es de dominio público el conocimiento sobre los riesgos asociados al calentamiento global y al cambio climático para la seguridad del planeta. Por ello, en la comunidad internacional hay un consenso sobre la necesidad de tomar acciones para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero, pero los aspectos ambientales no son la única problemática asociada a un sistema energético dependiente de los combustibles fósiles.
Otra desventaja es que no todos los países cuentan con la capacidad y reservas suficientes para satisfacer su propia demanda; volviéndolos dependientes de otros que sí los tienen. A este concepto se le conoce como seguridad energética y es un tema clave de la geopolítica actual. Por ello no es casualidad que escuchemos de conflictos internacionales por esa búsqueda de los gobiernos por asegurar un suministro constante, abundante y de bajo costo de energía.
Desafortunadamente, la premisa de tener acceso a grandes cantidades y amplia disponibilidad de combustibles baratos ocasionó que se priorizara satisfacer la demanda a toda costa sin cuidar las cuestiones de seguridad energética. Ejemplos icónicos son el caso de Europa, donde un importante porcentaje del gas natural que se utiliza en sus sistemas de calefacción proviene de Rusia. ¿Puede usted imaginar el desconcierto generado si los sistemas de calefacción dejaran de operar en los días más fríos del crudo invierno?
Una situación similar ocurre en México. De acuerdo con el balance nacional de energía (SENER, 2017), los sectores de transporte e industrial aglomeran el 79% del consumo de energía del país. El sector transporte depende, casi en su totalidad, de los combustibles fósiles (gasolina, diésel, turbosina, gas LP, etc.), de los cuales una importante cantidad son importados del vecino país del norte.
Por su lado, el sector industrial consume electricidad y gas natural (GN) principalmente, pero esa electricidad es producida en gran proporción en plantas de ciclo combinado donde el combustible es GN, de tal manera que podemos aseverar que la industria mexicana es altamente dependiente del GN. Problema serio si más del 60% del GN proviene del exterior.
//Finalmente, si la movilidad y la producción industrial de México dependen de las gasolinas y gas natural producidos en Estados Unidos en más de la mitad, representa un problema gravísimo de independencia y seguridad nacional.
Es bajo ese contexto de soberanía energética y de los compromisos ambientales para atenuar el cambio climático, que México debe plantear su política energética. Se debe favorecer la diversificación de la matriz energética nacional con la implementación de nuevas fuentes de energía como las renovables. La instalación de sistemas distribuidos de generación eléctrica con paneles solares o aerogeneradores permite al país incrementar su índice de independencia energética al producir localmente más energía y, además, limpia.
Debido a los cambios en la reforma energética y a las metas establecidas por la ley de transición energética, la capacidad instalada en renovables, principalmente solar y eólica del país, se incrementó drásticamente en los últimos años. En las tres pasadas rondas de las subastas de largo plazo fueron adjudicados grandes proyectos de generación eléctrica con energía solar y eólica (CENACE, 2017). Sin embargo, esos grandes avances deben de ser tomados con cautela y aún no es tiempo de echar las campanas al vuelo. El papel de las renovables ha empezado a ser relevante en el sector energético de generación de electricidad, pero su rol en los sectores transporte e industrial aún es acotado.
El ínfimo papel de las renovables en el sector transporte no se debe a cuestiones geopolíticas, sino más bien a un asunto netamente técnico. La energía solar y eólica, comparadas con los combustibles fósiles como la gasolina, el diésel y la turbosina, tienen una mucho menor densidad energética. Así, por ejemplo, el contenido de energía en un litro de gasolina es equivalente a la radiación solar que incide a medio día sobre una superficie de nueve metros cuadrados, durante una hora entera. Otras fuentes de energía renovable como los biocombustibles o el hidrógeno son considerados como mejor alternativa para atender el sector transporte, sin embargo, el desafío no es nada sencillo, por tener enfrente a un gran competidor.
Los combustibles de origen fósil poseen propiedades fisicoquímicas envidiables, como estabilidad química, alto poder energético y fácil almacenaje. En cambio, combustibles como el hidrógeno requieren de sistemas de almacenamiento de alta presión, mientras que los biocombustibles tienen la desventaja de requerir de la disponibilidad de grandes extensiones de suelo y agua para su producción. Pero el futuro se ha ido aclarando en los últimos años y parece que la apuesta será por los autos eléctricos. Esto abre una enorme puerta para que la energía solar y eólica puedan ya ser una alternativa en el sector transporte.
El sector industrial, por su lado, se alimenta principalmente de energía eléctrica y gas natural para generación de calor. Es poco sabido que los calentadores solares, esos dispositivos que utilizamos para calentar el agua de nuestras albercas o para bañarnos, pueden ser utilizados para producir calor y ser aprovechado en procesos de baja temperatura (40-80 °C) en la industria. Pero si lo que se quiere es generar calor a mediana temperatura (80-150 °C), se pueden utilizar concentradores solares, dispositivos hechos de espejos que funcionan con el mismo principio que el de una lupa.
Para terminar, déjeme volver al tema de las subastas eléctricas de largo plazo y la proliferación de grandes plantas de generación con energía solar y eólica. Hay una desventaja social y tecnológica que pocas veces se menciona.
Las empresas ganadoras de los principales contratos son corporativos trasnacionales que traen proyectos llave en mano, utilizando tecnología importada. Tanto las celdas solares como los aerogeneradores son desarrollados en el extranjero. Es entendible que en una economía globalizada exista un intercambio continuo de productos, sin embargo, no se debe menospreciar como parámetro a observar si lo que se desea es incrementar el nivel de desarrollo y bienestar a través de la generación de tecnología nacional.
No se trata de desvirtuar las ventajas de las energías renovables, más bien de identificar los grandes beneficios que nos pueden proporcionar sin dejar de reconocer los riesgos y desventajas que aún representan, para tratar de reducirlas y solventarlas.
Estoy convencido de que en el futuro la energía solar y eólica formarán una componente principal del nuestro sistema energético, pero para que esa transición energética vaya acompañada de un desarrollo de la industria nacional, se requiere crear iniciativas que busquen abatir las desventajas tecnológicas antes mencionadas.
“Balance Nacional de Energía 2017”. Gob.mx. Secretaría Nacional de Energía.
2017.Web. En https://www.gob.mx/sener/documentos/balance-nacional-de-energia
“Fallos de la Subastas de Largo Plazo”. Gob.mx. Centro Nacional de Control de Energía.2017. Web. En https://www.cenace.gob.mx/paginas/publicas/mercadooperacion/subastaslp.aspx
1 Investigador especialista en energía solar, Ingeniero Mecánico de formación, con estudios de Doctorado en Ingeniería de la Energía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Posdoctorado en el Solar Energy Laboratory de la Universidad de Minnesota, EUA. Fue miembro del TAKS 49 –Solar Heat Integration in Industria Processes, de la International Energy Agency (IEA). Actualmente es investigador del Centro de Investigaciones en Óptica y fundador del Grupo de Investigación e Ingeniería en Energía Solar GIIE-SOL del CIO.
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