LIBROS

Una pequeña barda de concreto frente al huracán. Una lectura de Estudio sobre la tristeza, de Jorge Alfonso Chávez Gallo

Fernando Moisés Ávila Ortega1

y ya que más me da
si mi recuerdo es o no el recuerdo de un muerto
si la memoria borra las fronteras
y cualquier historia es el mismo azar
la misma sed perdida
si con todas mis palabras bajo la manga
no puedo desdecir lo inaudible
desdecir ese silencio tuyo
que sin embargo
algo mío nombra

Sara Uribe

I.

He pensado cómo hablar de este libro porque me remite a muchos sitios, porque me regresa de la vida hacia la retórica pura del hombre que le pregunta todas sus dudas a LA VIDA (escrita con mayúsculas). Recordando un texto de Esther Seligson, pienso de pronto en dos figuras: Parsifal y un espantapájaros. Para casi nadie será desconocida la historia del caballero medieval que movido por cuestiones de honor se da a la tarea de buscar las reliquias del Santo Grial. Luego, estoy seguro de que todos hemos visto alguna vez, aunque sea en alguna película o en alguna postal, la imagen de un espantapájaros. Por un lado, tenemos la figura del hombre (caballero) que sale al mundo a encontrar −por honor, o por tedio− aquellos tesoros que por alguna razón se han mantenido ocultos y, por otra parte, la imagen del espantapájaros, hombre (muñeco) hecho de paja condenado a la soledad de los parajes, añorante y envidioso de las alas de las aves a las que tiene que ahuyentar. Ante esta dicotomía nos hemos de encontrar al recorrer las páginas del Estudio sobre la tristeza.

Estudio sobre la tristeza es un libro de poemas escrito por mi maestro Jorge Alfonso Chávez Gallo, editado por la editorial de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, y publicado por esta misma Casa de Estudios el año pasado.

A primer golpe de vista, el libro podría ser una suerte de entrevista retórica en la que el poeta, plantado frente a la vida (o tal vez la muerte) se pregunta y se responde a sí mismo todo lo referente a la tristeza. Pero ya lo diría otro poeta regiomontano, Luis Aguilar “…la tristeza es, siempre y sobre todo, una historia de amor que necesita también sobrevivir.” A este respecto, Alfonso escribe:

Entonces la tristeza nos mirará un poco apenada,
y como a niños hambrientos
nos dejará morir
con pausa y sin incomodarnos mucho.
Diríase incluso que amorosamente.

Desde entonces nos advierte que este poemario ha de mostrarnos mucho más. Estudio sobre la tristeza no es, pues, un tratado filosófico (aunque lo parezca). Es un libro de poemas compuesto de dos partes, un prólogo, una adenda y un último apunte hecho al aire poblado de metáforas, anáforas e imágenes poéticas construidas desde la sencillez de quien domina el lenguaje. Hemos de descubrir a golpe de lectura que la voz poética indaga, a veces como caballero medieval, a veces como espantapájaros, los sinuosos derroteros que tiene la tristeza.

Pero no a todos acude la tristeza,
sino al que ríe para sí
cuando lo alcanza
la noche a la intemperie;
o a la que llora
tras contemplar
el rostro de la dicha en el espejo;
a quien atiende a su muerte
cómo se escucha la respiración;
al que conoce el asombro
con que lo bello nos alumbra
y reconoce aún
en los ojos de un niño
el tenue fulgor
de descubrirse vivo

Leemos en el penúltimo poema de la primera parte y descubrimos que evidentemente

//este estudio no podría sostenerse sin la voz de quien ha vivido la tristeza, y la conoce y la desmenuza y la acaricia como a un gato frente a nosotros y para nosotros en ciertos versos cargados del peso ontológico de las dudas filosóficas.

Así pues, diré que los poemas de este libro sonarán a ratos con la voz de un caballero medieval que se ha hecho al mundo para encontrar las respuestas y, a ratos, como los lamentos de un espantapájaros que mira inválido, sin remedio, el mecanismo de vuelo de las aves.


II.

Leí en algún libro que la labor del poeta es recuperar y evocar los restos de algo que ya no está, pero que lo sigue estremeciendo como si aún estuviera ahí, palpitando en su centro, hinchándole los ojos, quitándole el sueño, dejándolo pasar al filo del abismo. Inventando, inventando. Sonidos líquidos, ojos por donde canta el tiempo.2 Lo compruebo al leer los versos de Alfonso, quien dice:

como los hijos que se han ido en la memoria
como las horas que brotan de la ausencia
como quien nunca llegó
como la muerte,
sobre la luz y la cama
y los perros dormidos,
ese maullido atroz
y la tinta
y una vez en mi mano,
y entre las viejas palabras que decimos.

El poeta, los ojos del poeta miran, evocan una realidad que escuece dentro de los decibeles de la vida que admira, la vida que aún en todo su esplendor y brillo es cómplice del olvido y oculta a las tinieblas porque bien hemos de saber que “llamar al mirlo no es conocer su vuelo”. Lo que hace Alfonso es acercarnos a la materia de la tristeza mansamente, como si hablara de la mañana, de las mariposas o las nubes y no de la catástrofe.

Los poemas que conforman este libro son también una elegía por el que mira cómo ocurre el mundo, el mundo que se desvanece sin remedio por el paso del tiempo, por la presencia inevitable de aquello que nos duele o que nos falta o que nos faltó y por eso aprendimos a deletrear las palabras del dolor.

Este libro es un poco un reclamo, una pregunta y a veces pareciera una canción. Un bolero, un tango, pero no, mejor un fado. Los temas de Chávez Gallo son los grandes temas de la literatura, los grandes discursos del hombre: el amor, la muerte, lo efímero de la vida. En los poemas de este libro conviven las voces de Bonifaz Nuño, de Vallejo y de Descartes. Jorge acude y conversa y se reta con los demás poetas para sostenernos en una evolución dolorosa, sí, pero apacible y real como la voz de Amalia Rodrígues en aquel fado: Extranha forma de vida, para dejarnos claro que

La tristeza, por su parte,
siempre nos mira con ternura
y en el abrazo frío que nos dispensa
nos otorga también sabiduría.

De esta manera, Jorge Alfonso Chávez Gallo, dueño de la voz poética de quien escribe este estudio personal, de quien ha vivido para luego poder sentarse a escribir, se sabe desnudo hasta la última parte de paja que lo conforma (como al espantapájaros del que comencé hablando), pero a la vez indestructible. Porque es la experiencia, el haber andado el mundo, lo que convierte a su voz en una pequeña barda de concreto frente al huracán que supone ser la tristeza.  

Notas

1 Fernando Moisés Ávila Ortega es poeta. Estudió la Licenciatura en Letras hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. En su haber literario se encuentra el primer lugar del Premio Nacional de Poesía del “Concurso de Creación Literaria del Tecnológico de Monterrey”, en su edición 2017 y 2019, así como el Premio Universitario de Narrativa “Elena Poniatowska”, 2010.

2 Baranda María, El vuelo y el pájaro. Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2012.

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