La vida se trata de arder en preguntas.
Walter Benjamin.

Nota: se recomienda leer el siguiente texto escuchando “Dream” de John Cage

Cuando era niño me gustaba llenar los hormigueros de agua, esto obligaba a que las hormigas salieran a defender su vida. Había de todos tamaños, unas más cabezonas que otras, unas más fuertes, otras más pequeñas, pero todas salían al ataque, todas defendían la vida en comunidad. Ninguna escapaba, todas se quedaban a defender su pequeño gran territorio, hasta que después de haber tirado tanta agua dentro del hormiguero, salía la reina rendida.

Desde la existencia del hombre, algunas enfermedades que se han convertido en pandemias han logrado terminar con mucha población a lo largo de la historia. Ahora, en pleno siglo XXI, aparece el tan temido coronavirus, enfermedad exportada desde China que desde un principio se nos muestra como una enfermedad rodeada de mitos, entre los cuales destaca que es proveniente de los murciélagos o que es una guerra de Oriente contra Occidente por el poder económico, o un experimento para terminar con la sobrepoblación. La realidad es que este virus nos metió a todos a nuestros hogares, y nos mostró lo importante que es el contacto cuerpo a cuerpo con otro ser humano, así como la importancia de la vida.

Es así como durante el lapso de algunas semanas, el mundo se desmontó para mostrarnos sus operaciones y nos interrogó sobre cómo continuar con nuestras actividades diarias sin salir perjudicados de dicha situación. Las respuestas a tal interrogación nos colocaron en un espacio virtual poco explorado y explotado, universidades y trabajos ejerciendo sus actividades vía internet.

Entonces, en este marco cabe preguntarse: ¿qué esta pasando con las artes? Mas allá de qué acciones se tomaron durante la cuarentena de la mencionada pandemia, habría que cuestionarse sobre cómo es que producimos. Y es que pareciera que los artistas están tan afectados por el sistema capitalista que la idea de producción les liga al imaginario directamente  de generar productos comercializables y de entretenimiento, perdiendo de vista la materia sensible que puede llegar a ser el arte. Durante semanas, miles de artistas empezaron a generar intentos de producciones vía plataformas digitales que, a mi punto de vista, no fueron tan efectivas como se esperaba, lo importante de ello claramente es el intento. Ahora me cuestiono qué tantos de estos intentos, articulados desde un espacio impersonal, han cuestionado al artista para preguntarse sobre su quehacer.

Mencionado lo anterior, instituciones culturales y académicas promovieron el uso de las redes sociales y páginas web para ayudar a los artistas a producir sus obras, vía streaming, siendo esto la emergencia de productos artísticos al vapor (cabe señalar que no estoy hablando de calidad). Lo que  es pertinente señalar es la necesidad de producir obra en medio de una emergencia sanitaria, algo que nos haga presencia mientras dura la pandemia. Dicho lo anterior, ¿no son acaso éstos los mecanismos de las producciones capitalistas? Esta idea imperiosa de no detenerse y cuestionar su quehacer.

Así pues, como lo mencioné al inicio,

//la pandemia desmontó al mundo y con ella a las artes y, especialmente, al teatro.

Esto mostró que los artistas escénicos se invalidaron ante dicha situación y es lógico, ya que se acostumbra a que la presencia del espectador esté en el mismo tiempo y espacio compartiendo energías y siendo recíproco a ellas.  ¿Será acaso esto lo que hace que el teatro sea en vivo? Es así, pues ni las transmisiones en vivo ni las reproducciones de obras por YouTube obtuvieron el resultado esperado.

Hago las observaciones anteriores ya que la historia del arte en el mundo nos ha mostrado que dichas prácticas son reaccionarias a la vida, pero la reacción no es gratuita.

//Para poder responder y resurgir a las contingencias hay que cuestionarse, y para que lo anterior suceda hay que hacer un alto, darles tiempo a las preguntas, a la escucha, a la observación, a la experiencia, dejarse afectar por la situación para responder.

Dicho lo anterior, entonces habrá que preguntarse por la ética artística, esa que está más allá de la “producción artística”. ¿No es acaso el artista un activista social? ¿No es acaso el compromiso artístico con la comunidad? Por lo tanto, la acción artística debería colocarse en otro estadio y no precisamente en el de la disciplina, sino en el terreno de su compromiso político que lo llene de experiencias y que genere situaciones positivas en su entorno, que no sea precisamente el entretenimiento en el más banal de los casos. Llegado este punto, entonces me hace cuestionar si el artista en la actualidad está colocado en el pensamiento hegemónico capitalista del arte que plantea su hacer separado de la vida porque, como ya se mencionó, el material artístico es sensible, y si no es así, entonces estaremos hablando de otra cosa.

Cuando un artista de teatro está cursando su formación académica, una de las primeras lecciones que debe aprender es que trabaja con el cuerpo y no solamente con el físico, sino con ese con el que genera relaciones que son vínculos que establece durante su vida. Entonces, ¿por qué se invalida a la menor pérdida de escenario? Lo anterior entonces, tendría que poner al artista escénico a cambiar de plataforma y a repensar su quehacer, puesto que esto nos mostró que el quehacer en escena está supeditado a el encuentro con el cuerpo, y si ésa fue una de sus primeras clases ¿por qué no puede accionar desde ahí? O, ¿es acaso que la idea artística que se nos impuso en el siglo XVIII está agotada? ¿O que el artista como figura no responde desde otras acciones porque se invisibiliza? ¿Y que esto atenta contra lo que se le ha enseñado desde una formación que probablemente también agotada?

Mientras escribo estas líneas me cuestiono si son ideas utópicas e idealistas las que estoy planteando, pero me gusta creer que el artista tiene una función importante dentro de la sociedad, que puede generar acciones que acerquen a la comunidad, que hagan imaginar que no todo está perdido y que hay mundos posibles que no precisamente son ficticios, o que esos mundos inventados podemos convertirlos en realidad; que entiende que la vida es más importante en el arte, porque la vida va al arte, no al contrario; que no se necesita un entarimado para ejercer su quehacer y que por primera vez, después de mucho tiempo, hace caso a ese llamado al que renunció hace tiempo porque el sistema lo obligó: “quiero hacer teatro, porque quiero cambiar el mundo”. ¿No es acaso éste el momento de intentarlo?