Laura hoy tuvo que levantarse a primera hora. Debe dejar todo preparado, pues sus padres recibirán una visita que se acordó hace tiempo. Debe preparar las tortillas, comida y otros presentes que se ofrecen cuando hay visitas. A sus hermanitos los ha mandado a conseguir refrescos, aguardiente y alguna otra bebida, pues según saben, la reunión es para celebrar algo importante. Sus padres esperan todo salga bien, ya que vendrá un hombre que la ha pedido de esposa. Ella aún no lo sabe. Con sólo 14 años de edad, tiene el sueño de terminar la secundaria para así ir a la ciudad a hacer la prepa y, si se puede, una carrera universitaria. Ella ignora que su vida está a punto de cambiar totalmente. Horas después, se presenta un señor de aproximadamente 35 años, quien después de una charla con su padre, le hace entrega de 50 mil pesos y procede a llevarse a Laura, pues ahora le pertenece, será su esposa y la madre de sus hijos; además, le servirá en lo que ordene.

En México, día a día en las comunidades más alejadas, sobre todo en aquellas que son rurales e indígenas, cientos de niñas enfrentan lo que Laura en el relato anterior. Así es, en nuestro país aún se venden o intercambian niñas, quienes tienen que afrontar una nueva y dura realidad: el vivir un matrimonio forzado. Situación que, desde luego, las desprende de los sueños usuales de la infancia y adolescencia, cambiándolos por la pesadilla de una sexualidad temprana, violencia doméstica y maternidad no deseada. Tal pesadilla es una realidad constante que viven algunas niñas, en su mayoría indígenas, de ciertas regiones de la Montaña de Guerrero, la Sierra de Oaxaca, Los Altos de Chiapas y Veracruz, entre otras.

De acuerdo con la Asamblea General de la Organización de la Naciones Unidas (ONU), el matrimonio forzado se define como: “[…] todo aquel que se celebra sin el consentimiento pleno y libre de al menos uno de los contrayentes y/o cuando uno de ellos o ambos carecen de la capacidad de separarse o de poner fin a la unión, entre otros motivos debido a coacciones o a una intensa presión social o familiar.” (2014, p. 4). También considera que el matrimonio forzado constituye una violación directa a los Derechos Humanos de los Niños y de las Mujeres. Siendo el sector más vulnerable ante dicho fenómeno, la urgencia por atender el tema es mayor cuando se involucra a menores de edad.

El matrimonio forzado no es un hecho exclusivo en nuestro país, a nivel mundial se celebran más de 60 millones, concentrándose la mitad en Asia, 14 millones en África subsahariana y 6,6 millones en Latinoamérica.² De acuerdo con estimaciones del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), aproximadamente 523 mil mujeres en el país viven en condiciones de matrimonio forzado.³ Es importante mencionar que el matrimonio forzado tiene distintas clasificaciones como son el sonorato, el levirato, los matrimonios de intercambio, el matrimonio de trueque y la práctica del trocosi (esclavización de niñas), entre otras.⁴

En México usualmente se practica el matrimonio de trueque. Esto responde a los usos y costumbres de las comunidades que van de acuerdo a su cosmovisión, la cual legitima jerarquías sociales en las que el papel de la mujer se limita al de esposa y madre de familia.

//Para la mayoría de las comunidades indígenas, el matrimonio es uno de las procesos más importantes en la vida, por ello se realiza toda una serie de rituales y tratados para asegurar el futuro de sus hijos. En el caso de las hijas, lo primordial es asegurarse de que tendrán seguridad económica, por ello se da el intercambio que va desde especias, animales y en su defecto, dinero.

Cabe destacar que hay comunidades donde se ha abandonado totalmente el trueque, haciendo solamente un intercambio monetario, o sea, la venta de sus hijas.

El problema que representa el trueque se da cuando una niña –recién empezada su adolescencia– es entregada a alguien que apenas conoce, mermando su derecho a decidir libre y plenamente si quiere hacer su vida o no en matrimonio, esto desde luego violenta sus derechos humanos y sus derechos como mujer. El trueque también significa el advenimiento de una vida rodeada de violencia doméstica, que va desde asumir un rol servil en prácticas sexuales (violaciones, en muchas ocasiones), así como la limitación a desempeñar exclusivamente tareas del hogar.

Es preocupante que en México se haya respondido al tema hasta 2019, cuando se modificó el Código Civil Federal en el Art. 148, cambiando la edad para poder contraer matrimonio en miras a erradicar el matrimonio infantil. Esto fue gracias a la presión de organizaciones de la sociedad civil e internacionales. Si bien es un avance, sigue siendo insuficiente, pues pese a la existencia de leyes, dicha práctica seguirá vigente si no se trabaja en conjunto con las comunidades, más allá de sólo señalarlas o criminalizarlas por sus usos y costumbres. Lograr terminar con la práctica del matrimonio forzado representa uno de los grandes retos en la lucha de las mujeres que no debe limitarse a las urbes. Debe voltear la mira hacia uno de los sectores más vulnerados y a veces ignorados: las mujeres y las niñas indígenas, víctimas de la violencia de género al ser sometidas al matrimonio forzado.