VANGUARDIA

En tiempos de pandemia

Adolfo Tello-Esparza

 En la vida no hay nada que temer, sólo hay que comprender.
Marie Curie

La salud es un preciado tesoro. Hemos escuchado con frecuencia esta cantaleta, con la misma indiferencia con que se escucha la mayoría de los consejos. El común de las personas no logra hacer vibrar las cuerdas de la prevención; continuamos nuestra vida sin entender que, en efecto, deberíamos aprender desde los primeros años de nuestra vida que la salud debe ser el eje sobre el que gire el resto de nuestro universo, pues sin ella el resto de los componentes se verán disminuidos, o será imposible desarrollarlos.

Mantenernos sanos es todo un reto, y depende de una serie de factores, algunos del propio hospedero (sistema inmune, antecedentes genéticos, hábitos, etc.) y otros que son consecuencia de la relación que guardamos con el medio ambiente en que nos desenvolvemos, la convivencia que tenemos con otros seres vivos. De la estrecha interacción entre esos dos medios, el interno y el externo, deriva la gran mayoría de afecciones para la salud. Las causas infecciosas pertenecen al segundo: desde que la humanidad existe ha tenido la necesidad de resistir las embestidas de estos seres microscópicos, y de ellos, los virus son sin duda los más complejos de afrontar. Estas pequeñísimas estructuras, que algunos dudan en realidad si tienen vida, están compuestas de material nucleico y estructuras proteicas, que sólo son capaces de reproducirse cuando inoculan células vivas, y que podríamos considerar una forma primitiva de vida. Paradójicamente han representado para el humano uno de los mayores retos en salud pública al paso de los siglos.

En razón del comportamiento epidemiológico que tenga una infección se le puede clasificar como endémica o pandémica. Se le llama endémica a la que tiene prevalencia prácticamente todo el año o en ciclos, pero de manera permanente. Así ocurre con el dengue o con los virus respiratorios estacionales, como los de la influenza; decimos que hay un brote epidémico cuando ocurren dos o más casos de la misma enfermedad en un área geográfica y en un periodo de tiempo específico, o si ha incrementado el número de casos que habitualmente se observa o cuando aparece por primera vez una infección en una zona en donde nunca se había presentado. Si esta infección afecta a una parte considerable de una comunidad, con una incidencia claramente mayor a la esperada, decimos que hay una epidemia. No necesariamente depende del número de casos –éste puede variar en relación al tamaño de la población–, sino del tipo de agente y la historia o no de eventos previos; cuando una determinada infección afecta a muchos países o a casi la totalidad de la población de un país, estamos ante una pandemia. 

Etimológicamente la palabra “pandemia” proviene del griego pandêmon nosêma: pan (“todos”), dêm (“pueblo”), nosêma (“enfermedad”), y en la historia de la humanidad pueden contarse por decenas las pandemias que han impactado de manera relevante en mortalidad o en la extensión de su duración. Se tiene registro de catástrofes sanitarias desde tiempos de Cipriano en el siglo III d.C., o de Justiniano en el siglo VI d.C.; la pandemia de peste que duró 60 años, o la gran peste del siglo XIV que mató a 25 millones de personas. Podríamos seguir enlistando un número grande de pandemias que han marcado, al menos por periodos cortos de tiempo, el curso de la humanidad. Digo cortos periodos porque los humanos solemos ser así. Pocos eventos logran permear profundamente nuestras vidas y modificar de forma permanente nuestra conducta. 

A finales del 2019 en la ciudad de Wuhan, en China, fueron atendidos algunos pacientes con cuadro de neumonía atípica y no se lograba identificar al virus causal, así que empezó a surgir la sospecha de que podría tratarse de un nuevo virus. Efectivamente, para el 7 de enero de 2020 ya se había identificado al agente causal: se trataba de uno que pertenecía a la familia de los coronavirus y la OMS lo identificó como 2019-nCov. Esto marcaba el inicio de un evento que aún sigue en curso, y estoy seguro que no acabará pronto, al menos no tan pronto como quisiéramos. Los casos que inicialmente nos sorprendían desde las distantes tierras asiáticas, cuando empezaban a sumarse de cientos a miles y a decenas de miles, de manera global representan ahora cifras insignificantes. Cuando vemos que hemos rebasado con creces esas cifras en todos los parámetros, decenas de millones en casos confirmados, cientos de miles los fallecidos (no lejos del millón para el momento en que escribo estas líneas), y los casos activos al día de hoy se siguen midiendo en millones. Se desvanece la posibilidad de que a corto plazo esto tenga final, y queda abierta la posibilidad de que sea un virus más que se integre a la lista de microorganismos con los que tendremos obligación de convivir, como el temible Ébola, que estuvo sin vacuna por décadas, y no fue sino hasta hace unos años, cuando afectó a países del llamado primer mundo, que urgió este tratamiento vital; o como lo hizo el virus de la influenza H1N1, que desde el 2009 se volvió parte de los numerosos agentes infecciosos que generan brotes estacionales. 

//A pesar de que, como se pudo leer arriba, las pandemias han sido múltiples, no hemos aprendido lo suficiente respecto a cómo abordarlas, y es justo decir que no hay un método estandarizado o único para enfrentar una calamidad de salud como ésta.

Podemos encontrar en la historia respuestas como la huida masiva, que era la forma defensiva natural en las tribus, cuando el brujo identificaba algún caso posiblemente infecto-contagioso. Era preferible dejar a su suerte al enfermo que exponer al resto de la comuna; y qué decir de los cordones sanitarios que durante siglos se implementaron en Italia y en Inglaterra, que se consideraron más una estrategia política y comercial que una medida sanitaria. Era motivo de queja frecuente el periodo de cuarentena que debían cumplir los navíos cuando llegaban a puertos en esos países que imponían dichas medidas, pues representaba para ellos grandes pérdidas económicas. 

Entonces, ¿cómo debería responder un pueblo o país ante una pandemia para reducir la posibilidad de que sus integrantes puedan enfermar y eventualmente morir? ¿Es posible estar preparado para el impacto económico y en salud que genera una catástrofe de esta magnitud? ¿En qué momento la salud pasa a segundo término y la economía y seguridad se vuelven más importantes que el miedo a morir? No existe una respuesta unificada para estas y muchas preguntas que puedan surgir sobre este tema. La OMS establece en diversos manuales una serie de pasos dirigidos a estandarizar los mecanismos de respuesta ante una pandemia. Sabemos que no es rápido, que la preparación lleva meses, tiempo con el que no se cuenta si se trata del país en donde inicia el evento infeccioso. En las consideraciones de la preparación para una pandemia deberán incluirse, además de la obvia infraestructura hospitalaria donde se atenderá a los pacientes, los protocolos y guías para el manejo de los aspectos éticos, económicos, legales y el plan de respuesta para la pandemia. Establecer la vigilancia inter-pandémica y pandémica, reconocer los alcances y limitaciones de la infraestructura y el recurso humano para, en lo posible, prever el riesgo de colapso del sistema de salud. Finalmente, establecer medidas dirigidas a limitar la transmisibilidad del virus entre la población, realizar cercos epidemiológicos y disminuir el número de casos o regular la velocidad de crecimiento, con el fin de dar oportunidad de atender por racimos a los pacientes.  

La revista Time publicó recientemente un artículo en el que evalúa y reconoce la respuesta. Medida desde la capacidad de gestión sanitaria, los mecanismos implementados para limitar los daños económicos y el manejo político de la contingencia sanitaria, en este análisis destaca el papel de 11 países que podrían servir como modelos para la respuesta a esta pandemia. Alemania, situada entre dos países que vivieron una cruenta crisis –España e Italia–, supo implementar medidas eficientes para limitar el daño: con más de 80 millones de habitantes, sólo sufrió 8750 fallecimientos; Argentina, el único país que aparece de América Latina, se distinguió porque de manera rápida y temprana inició su cuarentena, pues desde marzo activó el periodo de aislamiento con gran respuesta de su población y para junio tenía menos de 1000 fallecimientos. Corea del Sur es otro ejemplo de que, gracias a medidas oportunas, pueden reducir el número de casos, la velocidad de transmisión y la mortalidad; Taiwán cerró fronteras y prohibió exportar mascarillas para no quedarse sin este insumo, esto evitó que tuviera que paralizar su economía por completo. Singapur destaca también por su bajísima mortalidad en los dos brotes que tuvo (0.1%); Nueva Zelanda tuvo sólo 22 fallecimientos, y la lista continúa. Australia solamente reportó 102 fallecidos; Canadá, con la discreción que le caracteriza, fue la primera en América en tener casos positivos, y a diferencia de su vecino sureño ha contenido magistralmente la infección. Mientras Estados Unidos y México encabezan la lista mundial en mortalidad, Canadá registró menos de 10,000 fallecimientos. En esa relación también incluye a Islandia, Emiratos Árabes Unidos y Grecia. De forma general, las intervenciones que estos países realizaron para enfrentar la pandemia tienen características comunes: gran cantidad de pruebas, cercos epidemiológicos eficientes, comunicación transparente con la población, apego de sus ciudadanos a las medidas de aislamiento, uso generalizado de cubrebocas, apoyo económico al comercio local, entre otras.

¿Qué han hecho entonces los países para enfrentar la contingencia sanitaria? China cerró fronteras y estableció una cuarentena forzosa. Corea del Sur apostó al diagnóstico masivo, aislamiento de pacientes y de contactos, así como uso masivo de cubrebocas. Los ingleses tuvieron medidas menos drásticas: establecieron grupos de riesgo y sobre éstos se intensificaron las medidas de cuidado más estrictas. Sudáfrica cerró fronteras, negó visados, aisló de manera obligatoria por 14 días a todos los extranjeros, e incluso estimuló a no usar el efectivo para hacer pagos. Pero volvamos al origen: no hay un método único ni estrategia que garantice el éxito. No resta sino elegir una serie de medidas y apostar que sean exitosas.

¿Qué se ha hecho en México? Empezaré por escribir que no se ha hecho: 

• No se cerraron fronteras nunca; la postura de la Secretaría de Salud federal siempre fue que no era útil cerrar fronteras, que era violatorio a los derechos de las personas y que no existía evidencia de que sirviera de algo. En contraste,  otros países han apostado a este método para control del primer brote y de las olas subsecuentes que han tenido.

• No se estandarizó un método único para aplicarlo en todo el país; se establecieron medidas que fueron más sugerencias que ordenamientos formales. Así, la sana distancia, por ejemplo, permitió que cada estado implementara las medidas que creyera más convenientes –a juicio propio–, con resultados tan heterogéneos como heterogéneo es el país. El impacto económico y sanitario distinto en cada entidad hasta el día de hoy, si bien podría representar respeto a la autonomía de los estados, también podría ser una forma de deslindarse de la responsabilidad de llevar la batuta en esta hecatombe.

• México es uno de los países que menos pruebas diagnósticas ha realizado por 100 mil habitantes en el mundo, y al interior es igual. Cada estado decidió cuántas y cómo las hacía. Todavía hoy, la postura federal es rechazar que la realización de pruebas acorta la pandemia. El argumento falaz de que “las pruebas no curan” es algo muy alejado de la realidad: hacer pruebas suficientes permite tener un índice de positividad creíble, facilita hacer cercos, permite calcular el riesgo de transmisión confiable y real, y poder así prever la magnitud de la infección y la actividad de ésta en la comunidad. En otras palabras, prevenir activamente y no estar sólo expectante a recibir los casos en hospitales y rogar porque el sistema de salud no reviente. 

• Nunca ha aceptado la Secretaría de Salud federal el uso generalizado de cubrebocas, pese a la evidencia, lógica primero (si es un virus fundamentalmente respiratorio y se transmite por secreciones que emanan de la boca, luego entonces una barrera en la boca reduce la salida de éstas y la entrada al ocluir la nariz), y se acumulan los estudios que demuestran la dispersión aerosolizada del virus hasta casi diez metros de distancia. La permanencia del virus en el ambiente es clara, además, se conoce que el uso de cubrebocas reduce la carga viral que se respira, lo cual correlaciona con formas menos graves de COVID-19. Con toda esa evidencia disponible, tenemos a un presidente que no usa cubrebocas, y el mensaje a la población de usarlo es endeble, tibio, cuando el uso en forma masiva, esa sola medida barata, impactaría de forma positiva en el comportamiento de la pandemia.

• Se negó a abrir un espacio en donde pudieran permanecer los casos positivos que no tuvieran forma de aislarse en habitaciones independientes dentro de sus hogares. 

¿Qué se ha hecho entonces? México optó por un modelo poco claro. Se puede pensar –aunque esto no se ha dicho en forma abierta– que al principio se apostó a la inmunidad de rebaño –como lo hizo Suecia–, quien tomó medidas muy relajadas para enfrentar la pandemia y, pese a ello, para finales de abril sólo había alcanzado 7.3% de inmunidad entre la población de Estocolmo. Muy lejos aún del mínimo de 70% que pide la definición epidemiológica para alcanzar la inmunidad colectiva. México optó por hacer muy pocas pruebas. Poco se ha llevado a hecho respecto al aislamiento de contactos; se aísla en forma parcial los casos positivos, y ante la débil recomendación respecto del uso de cubrebocas, poco o nada puede hacerse ante los portadores asintomáticos.

El 30 de marzo se decretó suspensión de actividades escolares presenciales, se instruyó suspender eventos que se acompañaran de concentración masiva de personas, se autorizó 50 como el máximo número de personas para las reuniones, se decretó de forma temporal paro de actividades no esenciales, se limitó (de forma voluntaria) la movilidad mediante un exhorto, y se indicó por decreto aislamiento estricto a mayores de 60 años, embarazadas y quienes padecieran enfermedades crónicas descontroladas. Pero la mayoría de las intervenciones son expectantes; no son apremiantes o definitivas. Desde el inicio de la mal llamada nueva normalidad –que representó la reintegración de una gran cantidad de personas a las vías públicas, incrementando con ello el número de casos positivos circulantes y la ocupación hospitalaria–, todo esto agravado por el pobre apego a las medidas de prevención que se han descrito hasta el cansancio. 

¿Qué se ha hecho en el estado de Aguascalientes? Las condiciones geográficas de la entidad y la disposición de los distintos órganos que participan en la respuesta sanitaria a la contingencia han permitido realizar algunas cosas distintas a como se han hecho en el resto del país. Ejemplos de esto son los siguientes: 

Seguimos trasladando pacientes –positivos o sospechosos– desde el domicilio a los distintos hospitales en ambulancias específicamente modificadas para este tipo de enfermos. Se han podido realizar cercos epidemiológicos, seguimiento de contactos, y contacto estrecho con la iniciativa privada para mantener en lo posible identificación de casos o brotes en las empresas. Se ofertó por algunos meses una casa de aislamiento para pacientes COVID, pero no hubo aspirantes para ingreso. 

Pero no todo es miel sobre hojuelas: estamos dentro de los estados con la tasa más alta de movilidad poblacional, y tenemos la misma resistencia para usar cubrebocas que el resto del país. Se siguen teniendo reuniones masivas, pese a la tasa creciente de casos, y en estas últimas semanas estamos enfrentando una alta ocupación hospitalaria y en terapia intensiva, como estuvieron antes Nuevo León, Tabasco, Estado de México, Ciudad de México y Guanajuato. Esto refleja el destiempo en que cada lugar enfrenta el evento infeccioso. Pero como nada dura para siempre (afortunadamente), esperamos que en las próximas semanas baje la tasa de hospitalización, lo que se logrará más rápido en tanto mejor siga nuestra población las medidas de cuidado.

Termino con las siguientes reflexiones: Las pandemias, como muchas otras circunstancias de la vida pública, no las resuelven sólo los gobiernos. Es la suma del esfuerzo de la población la que termina con este tipo de tragedias. Basta con leer un poco de historia para probarlo: sea porque se han infectado un número considerable de la población y se alcanzó inmunidad en la mayoría, o porque sumando voluntades y cuidándose unos a otros se logra un alto nivel de empatía. Definitivamente siempre puede aprenderse de las cosas que no resultan como uno espera, como la altísima cantidad de mexicanos que lamentablemente han perdido la vida. Cambiar la estrategia aún tiene relevancia. No sirve quejarnos hoy porque las fronteras no se cerraron; ahora tiene importancia modificar nuestra actitud ante las medidas de prevención que ayudarán a terminar más rápido con la pandemia. Y esto depende directamente de la voluntad de la mayoría. La limitación de la transmisión de este tipo de enfermedades es relativamente simple, lo complejo es que depende de la participación de gran cantidad de personas. 

En este momento hay diversas vacunas que están probándose en su fase III, es decir, se aplican a voluntarios en la población para poder medir su eficacia y seguridad. Se espera que para inicios de 2021 se cuente ya con una vacuna disponible para la población en general. De ser así, sería la vacuna que se haya generado en el periodo más corto de tiempo en la historia de la medicina. Finalmente, las pandemias pueden mostrar una cara poco grata del ser humano, de forma general en la población y de manera particular en el equipo de salud. Después de la respuesta normal de miedo que ocurre siempre en este tipo de contingencias, surgen los intereses propios y el abuso dentro de un sistema que incluye acciones que afectan al propio paciente. Ese mismo sistema que excluye de las decisiones al médico científico –generalmente relegado y ajeno– tiene como horizonte ominoso la deshumanización de la actividad sanitaria.

A pesar de todo, creo que en el balance global, por fortuna, el escritor Albert Camus tenía razón cuando escribió en su libro La peste: “algo que se aprende en medio de las plagas es que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.”

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