Vivir bajo la amenaza del COVID-19 produce enfermedad, incapacidad y muerte. Los niveles de estrés e incertidumbre generada por el exceso de información en ocasiones contradictorio, aunados al impacto de los cambios en la vida cotidiana, tendrán consecuencias aún por determinar. La incertidumbre económica y el confinamiento prolongado tienen efectos negativos en muchos órdenes.
//El estrés provoca una respuesta automática en los organismos, derivado de la interacción del sistema nervioso central y periférico con el sistema endocrino.
Cuando esta respuesta se prolonga por mucho tiempo, el estrés puede pasar a la fase de resistencia y producir enfermedades psicosomáticas: colitis, hipertensión reactiva, gastritis, trastornos en la memoria y dificultad para tomar decisiones. De ahí puede pasar a la fase de agotamiento, cuando persisten los problemas que desencadenaron el síndrome de estrés. En el momento en que esta situación se presenta, sobreviene una deficiencia de energía que conlleva modificaciones al comportamiento habitual. El individuo entra en incapacidad para realizar su trabajo y tareas cotidianas –como manejar un auto–. En esta fase de riesgo es recomendable guardar reposo en su domicilio.
También pueden agregarse otras causales del estrés, como los problemas económicos, familiares, de trabajo y de salud. Por ser esta enfermedad de alta contagiosidad y con una mortalidad que va del 5 al 15%, genera innumerables conflictos familiares por la reacción ante el aislamiento y ante la limitada alternativa de diversión y socialización con grupos diversos.
Por otro lado, cuando un paciente internado por coronavirus es separado de sus familiares, es posible que no lo vuelvan a ver. Esto genera una gran tensión y sentimientos de culpa y animosidad entre familiares y personal de salud. Si no tiene seguridad social, el alto costo de los hospitales privados agrava también las dificultades económicas de gran parte de las familias afectadas. Hemos visto un incremento en la violencia y la inseguridad. Ambas situaciones favorecen la manifestación de ansiedad y depresión, catalogadas como enfermedades. En el primer caso, la depresión tiene sus raíces en recurrir al pasado y añorar en que en los tiempos pasados todo estaba bajo control y en orden.
Al enfrentar problemas que revisten un riesgo alto y con una solución de alta dificultad, entramos en ansiedad. De ahí que, para evitar caer en depresión, conviene vivir el presente, el aquí y el ahora realizando actividades de esparcimiento, como lectura, música, baile y ejercicio físico constante. En cuanto a los medios electrónicos de esparcimiento, no más de 2 horas al día y ver contenidos positivos, motivadores y con un buen tema.
El impacto del COVID-19 en todos los órdenes de la vida sin duda dará pauta a múltiples investigaciones retrospectivas.
//La psicología social e individual están obligadas a trabajar –desde ahora– en terrenos antes desconocidos. Aun recurriendo a la conocida sentencia de que la vida no volverá a ser la misma, nuestro accionar cotidiano ya está en camino de descubrir nuevas formas de conducta y convivencia antes impensables.
El fenómeno de la comunicación personal y de grupo mediante el diálogo escrito y la convivencia grupal por las redes son sólo dos ejemplos cotidianos. La escuela en casa es otra pieza del rompecabezas: grave problema para el aprendizaje y desarrollo adecuado de nuestra niñez; nuevo espacio de reencuentro y encauce de la familia hacia convivencias personales formadoras y renovadoras.
El hecho repetido hasta el cansancio de que ya no somos los mismos nos lo confirma el cotidiano enfrentamiento con la dura realidad. Del conocimiento y las reflexiones que obtengamos sobre nosotros mismos –oportunidad que nos brinda esta noche interminable–, de nuestros propósitos y motivaciones en relación con los demás, dependerá el destino común a vivir en adelante.