La aparición de la pandemia del COVID-19 ha venido a ser el detonador de un cambio de época y de orientación en los procesos evolutivos de la humanidad. Es, en realidad, un cambio radical de grandes alcances y enorme trascendencia para la manera de pensar, actuar y convivir al que estábamos acostumbrados. No es un cambio temporal y pasajero; revoluciona prácticamente todas las dimensiones de la vida de las personas y de las sociedades. Representa,  así  lo considero yo, un verdadero cambio de época, comparable al que se dio en los siglos XV y XVI con la aparición de la imprenta, la reforma protestante y el nacimiento de la ciencia equipada con su propio método de estudio e investigación. Cambió la forma de ver el mundo natural, de entender al hombre y de construir la sociedad.

La actual pandemia vino a exhibir nuestras limitaciones y carencias para hacer frente a los grandes retos que nos plantea la naturaleza, de la cual hemos venido abusando con un desarrollo científico y tecnológico caótico y carente de ética y perspectiva de futuro. Nunca se había presentado una situación con un alcance global tan evidente como la del COVID-19. El riesgo de contagio y posibilidad de morir a causa de este virus no tiene excepciones y es una amenaza para ricos y pobres, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, niños y viejos. Todas  las  naciones  y  países,  desarrollados  o  retrasados, están siendo sacudidos por esta pandemia. Nos ha venido a gritar al oído: ¡No estás solo! ¡Nadie es el dueño de lo que es de todos! Nadie tiene el derecho para utilizar y manejar a su antojo los bosques y los ríos, los mares y las montañas, el suelo y el subsuelo; y en el ámbito social ha venido a poner en evidencia la férrea interdependencia humana que se experimenta en un mundo globalizado. Ha venido a poner en evidencia y hacer cada día más urgente la necesidad de tomar conciencia de la olvidada interdependencia de nuestro actuar, tanto individual como colectivo, para nuestra supervivencia y del planeta.

Por otra parte, la aparición del COVID-19, del que no tenemos suficiente información acerca de su origen ni las causas que lo generaron, ha dejado de ser únicamente un problema de salud, ya de por sí muy grave. Todas las economías del mundo se han visto afectadas y deterioradas ante la necesidad de proteger a los grupos humanos del contagio. Las empresas se han visto en la necesidad de cerrar o disminuir su producción, afectando el mundo del trabajo: paros, despidos, disminución del salario y de oportunidades de empleo, creciendo con esto el número de desempleados y el deterioro del ingreso individual y familiar. Junto con lo anterior se hace presente la escasez de los productos, las dificultades del traslado, la falta de seguridad y el aumento de la delincuencia. Por supuesto esto ha traído como consecuencia un mayor crecimiento de la pobreza en el mundo y han aumentado las deudas de las naciones. Todo lo anterior es sólo una muestra del nivel en que han sido afectadas las economías en el mundo con la aparición y manejo que se ha venido haciendo del COVID-19.

En el ámbito de la política la sacudida no ha sido menor. Gobiernos y gobernantes han perdido prestigio y bajado en la valoración y preferencia de sus ciudadanos y electores. Las críticas y demandas hacia las medidas adoptadas por los gobiernos han crecido enormemente; únicamente las manifestaciones y protestas masivas han disminuido por temor al contagio.

Donde más se han resentido los efectos de la pandemia ha sido en las relaciones interpersonales. El aislamiento obligado del “quédate en casa”, esconder el rostro detrás de mascarillas y cubrebocas, la “sana distancia” con la consecuente limitación de las manifestaciones afectuosas por medio del contacto físico, los saludos del abrazo y beso, así como la cercanía cálida han llevado a experimentar las más dolorosas vivencias de soledad, donde los estados anímicos de la tristeza y depresión son cada vez más frecuentes. Por lo que la estancia obligatoria en casa ha propiciado la aparición de mayores conflictos y violencia intrafamiliar.

En el ámbito educativo la pandemia vino a desatar la crisis pedagógico-didáctica que ya se empezaba a manifestar con la aparición del internet, las computadoras y los celulares. Las bibliotecas del mundo están ahora a disposición de quien quiera consultarlas, la información y la difusión de todo tipo de noticias y desarrollos científicos y tecnológicos se encuentran al alcance de la mano de quien tenga interés en conocerlos, muchas, por supuesto, de gran calidad y falseadas o inventadas.

Las escuelas y universidades se han visto obligadas a cerrar sus aulas y oficinas para evitar los contagios y observar las recomendaciones de las autoridades de salud. Algunos maestros han podido mantener el contacto con sus alumnos, impartir sus clases y dar seguimiento a sus cursos por medio de internet; la mayoría, sin embargo, se ha mantenido al margen y en sus casas. Los niños y jóvenes son “instruidos y educados” ahora por la televisión y las redes sociales. Las empresas, los negocios y las tiendas, las oficinas y los templos, después de haber cerrado un largo tiempo sus puertas, han reabierto con mucho tiento y timidez a los contagios, que ciertamente han aumentado.

//La vida humana ha cambiado dramáticamente en los últimos cinco meses. La crisis se ha generalizado a todos los ámbitos del quehacer y convivir humano, y lo más sorprendente es que es una crisis que no tiene regreso.

Por más vacunas que se encuentren, la situación de salud en el mundo tendrá que protegerse con mayores cuidados, por lo que crecerán las demandas de prevención y protección de la misma. La economía no volverá a los niveles de crecimiento en que se encontraba antes de la aparición del virus. Los sistemas educativos tendrán que sufrir adaptaciones y reacomodos constantes para adaptarse a las nuevas circunstancias. En el ámbito de las relaciones interpersonales, se tendrán que encontrar nuevas simbologías y expresiones del afecto y los intercambios personales. Tendrán que crearse espacios tal vez más amplios en las viviendas y lugares más saludables para la convivencia y las reuniones sociales. La actual crisis es de dimensiones tan amplias y de alcances tan variados que demanda de toda nuestra creatividad y empeño para recrear el mundo de la convivencia.

En el terreno de lo social requerimos un mundo más igualitario, mucho más solidario y claramente fraterno, idéntico al trato que nos ha venido dando el COVID-19. Necesitamos crear instituciones que construyan, alienten y vigilen la convivencia humana con dimensiones de globalidad, con preocupaciones y propósitos de igualdad, con prácticas constantes de generosidad solidaria entre los grupos humanos y las naciones.