Tiene poquito más de seis meses que esto empezó. Bien lo recuerdo. Me parecía algo muy lejano cuando escuchaba hablar de ese mentado coronavirus. En el puesto siempre tengo prendida la tele para ver la novela o para escuchar las noticias. Un día sin más ni más apareció en pantalla el especialista y nos dijo que no era algo de qué preocuparse por el momento. La cuarentena comenzó una semana después. Las calles vacías no me parecían un buen augurio para mi negocio. De vez en cuando veía pasar algún señor con su cubrebocas. A paso rápido, con esa urgencia que parece que tienen los que van tarde a una reunión. Lo malo de los cubrebocas es que no sabes si la persona que estás viendo te está sonriendo o te está sacando la lengua. También es cierto que cuando nos vemos a los ojos es más fácil que seamos sinceros, pero en fin, todos con su cubrebocas.
Pancho dejó de ir a la escuela desde la tercera semana de marzo. Le dejan tarea por computadora, pero no la ha hecho porque no tenemos computadora. A lo más que llegamos es al celular; eso sí, cada uno trae el suyo. En mi casa somos tres: Pancho, mi nieto; mi hija Beatriz, que es la mamá de Pancho; y yo, Eufrasia.
Mi hija Beatriz trabaja en una oficina, de secretaria. Yo tengo mi puesto en el tianguis. La mera verdad es que desde hace más de un mes no vendo mucho. Las ventas han bajado y ya no le veo caso a estar saliendo a exponerme y exponer a mi familia. Lo malo es que así no tengo para completar para la colegiatura de la escuela de Pancho.
—No te preocupes, má. Ya veremos cómo le hacemos para pagar lo de la colegiatura. Lo importante es que no te estés exponiendo en la calle. La salud es lo primero. Más para ti, que tienes diabetes.
—Pues sí, mija. Pero me da coraje que no tenemos otra forma de ganar dinero. Lo bueno fue que terminaste la prepa y conseguiste esa chamba de secretaria. Imagínate cómo andaríamos si no tuvieses trabajo.
—Mañana platico con el jefe y le pediré un préstamo. No hay de otra… Mejor dicho: No tenemos de otra.
Aunque mi Beatriz trata de disimular, he notado que está bien preocupada. Con lo que gana no vamos a salir el mes si esto se prolonga. Allá fuera, en el mundo de los cubrebocas, hay de dos: los que se quedan en su casa porque pueden y los que tenemos que salir a ganarnos el pan, aunque no se pueda. Salir o no salir, todo depende del bolsillo.
Suena el despertador. Beatriz se levanta de la cama. Se mete a bañar. Se viste y se maquilla. El sonido de sus zapatos de tacón contrasta con el silencio de la habitación. Pancho duerme. Ella le acaricia el cabello y se le queda viendo por unos segundos. Sale de la habitación. Le da un sorbo al café que su mamá le preparó.
—Ya se me hizo bien tarde –ve el reloj, son cuarto para las ocho–. Mamá, te encargo que le digas a Pancho que haga su tarea. No dejes que esté mucho tiempo en el celular. Nada más tiene que hacer un par de cosas y ya.
—Sí, mija, yo le digo. Vete sin pendiente. Que Dios te bendiga.
Beatriz sale de su casa. De su bolso de mano saca un cubrebocas. Es un trozo pequeño de tela azul que le cubre la nariz y la boca. Siente el calor de su respiración. Camina a la estación del metrobús. Su hora de entrada es a las 8:30 y ya son cinco para las ocho. El metrobús va casi lleno. Se sube al espacio exclusivo para mujeres. Va pensando en Pancho y su mamá, en el préstamo que le va a pedir a su jefe para poder pagar la colegiatura de este mes de la escuela de Pancho. Un día rutinario dentro de esta nueva cotidianidad.
En casa, Pancho ya se levantó y está desayunando huevos revueltos con jamón y un vaso de leche.
—Me dijo tu mamá que tenías tarea, mijo.
—Sí, abue. Tengo que estar en una videollamada a las 10.
—¿Y eso cómo se hace o qué?
—Desde el celular, con una aplicación. La maestra nos va dar la clase de español. Estamos leyendo un libro muy chido, se llama La panza del Tepozteco, es de José Agustín.
—¡Qué bueno, mijo! Échale ganas porque tu mamá está saliendo a trabajar en medio de la pandemia.
—Sí, abue.
—Te bañas antes de la videollamada esa. Para que no te veas todo chungo.
Pasa la mañana, transcurre la tarde, cae la noche. Beatriz llega del trabajo. Viene un poco aliviada porque el jefe le autorizó el préstamo. Se portó buena onda, considera. Sólo le cobrará el 3% de interés mensual. Al entrar, Pancho corre a abrazarla, pero Beatriz lo para en seco…
—Espera, deja me lavo las manos y la cara y… Deja me baño, mejor.
Mientras se está bañando piensa: “¿Hasta cuándo viviremos así? En el mundo de los cubrebocas”.
Notas
1 Egresado de la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública, Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM). Correo: hdezantonioa1@gmail.com.