El reloj anuncia la llegada de las 9 am, Alejandro aún sigue refunfuñando para despertar y Ana sabe que es tarde ya, sin embargo, está decidida –o ciertamente presionada– a terminar con la pila de trastes sucios que se encuentran en el fregadero, pues de lo contrario comenzaría tarde a preparar la comida, y es que aunque intuye que tomar clases por TV ya suena más embrollado de lo que parece, sabe que no puede desechar del todo la oportunidad y menos el horario, pues meses anteriores comprobó que no posee dotes de profesora, mientras que hablando de itinerarios no hay mucho de dónde elegir cuando se comparte un departamento con 3 cuartos y una televisión con una familia de ocho integrantes, los cuales pronto saldrán a comenzar un nuevo día.
Entre la ropa tendida y la verdura recién pelada, Ana casi olvida que dentro de pocos minutos tiene que conectarse a la reunión de padres de familia con la nueva profesora de Alejandro para dar inicio al ciclo escolar. Mientras sus hijos mayores la auxilian –una vez más– para que pueda ingresar a la videollamada, medita sobre dos hechos: 1. Urge que aprenda a utilizar las nuevas tecnologías, y 2. Después de todo, al menos ahora le encuentra sentido a la deuda que adquirió a 12 meses en una de las tiendas azules por un celular de gama baja.
¿Y yo dónde voy a imprimir eso?, bueno, ¿como en cuánto me va a salir?, pero entonces, ¿qué es lo que debo de enviar?... Son algunas de las preguntas que se realiza Ana al finalizar la reunión con la profesora, y es que aunque les mencionaron reiteradamente que no había de qué preocuparse, sinceramente hace mucho que no se encontraba así de confundida, pues entre videollamadas, impresiones y el wifi, tal parecía que la educación comenzaba a sonar más como un privilegio para pocos que como un derecho para todos.
Es miércoles de juntas. Paula toma su celular, adormilada busca el link para poder ingresar a la reunión de su trabajo, y esta vez, como las anteriores, entra con el micrófono y la cámara apagada, pues Sofía, su hija de 5 años, aún duerme, y la verdad es que no quisiera despertarla, pues ello implicaría vestirla, alimentarla y escuchar los sueños rebuscados que fantaseó por la noche. Aunque las videollamadas brindaban algo que las demás opciones no: la presencia o ausencia de algunos, lo cual era necesario vigilar, pues en tiempos de COVID y home office las opciones para evaluar se habían reducido.
Dan la 1 de la tarde y por fin culmina la primera de dos sesiones. Paula se apresura a bañar a su retoño, a limpiar el cuarto que comparten y a motivarla para estudiar un rato, y es que aunque al inicio de la cuarentena habían elaborado un cronograma con las diferentes actividades que se tienen que realizar en casa, después de algunas semanas fue imposible seguir con él, pues con el pasar de los días comprobaron que la maternidad y el home office no saben de horarios.
Terminando de comer, Paula le pide a su pequeña que por favor vaya a jugar a la sala porque su segunda reunión ya casi comienza y necesita que no haya ruido; aunque un tanto molesta, Sofía ya presiente que probablemente no podrá entrar en un buen rato a su cuarto, pues de 6 a 8 pm éste suele transformarse en oficina.
Son las 7:40 pm y entre pláticas que tratan de series, noticias, sueños, pero casi nada del trabajo y los toquidos constantes de Sofía por entrar con mamá, Paula comienza a imaginar pretextos para salir de una reunión tan desganada, no obstante, viene el mensaje que de algún modo presentía pero quería evitar: se ha decidido que la reunión se alargue una hora más, pues el trabajo no se concluyó.
Es media noche, pero después de tanto, Paula cumplió su promesa de jugar a las muñequitas con Sofía, y bueno, la verdad es que eso les reconfortaba en muchos sentidos, pues a pesar de encontrarse en confinamiento, pareciera que el tiempo juntas se vio reducido aún más que antes, ya que ahora tocaba resolver las problemáticas laborales en medio del desayuno, o por el contrario, probar la comidita invisible a mitad de una videollamada.
Mientras corta la fruta para el desayuno de los señores de la casa, Alba se pregunta en qué momento podrá visitar a su familia en Puebla, o peor aún, hasta cuándo sus patrones le permitirán seguir trabajando. Desde hace 40 años Alba labora de lunes a viernes como trabajadora doméstica en una de las sobresalientes casas de Cd. Satélite, sin embargo, a pesar de que la contingencia sanitaria actual comenzó a mediados de marzo, hasta hoy no ha dejado de trabajar ni un solo día, no obstante, sus patrones aún no han puesto en marcha las recomendaciones emitidas por el gobierno en favor de su salud, además, tampoco han tomado acciones que puedan favorecer a ambas partes, como descansarla por algún tiempo definido con goce de sueldo o siquiera proveerle los insumos necesarios para poder salir de casa y llegar segura a su trabajo e inversamente. Paula platica a su familia que lo anterior puede ser explicado porque sus patrones se han mostrado escépticos a la existencia del coronavirus.
Cabe mencionar que, como un gran porcentaje de trabajadoras del hogar remunerado en México, Alba tampoco cuenta con ningún tipo de seguridad social, pues aunque ha laborado gran parte de su vida con ellos, nunca ha contado con algún respaldo formal, como lo es el contrato, y como consecuencia de lo anterior, sus derechos laborales permanecen en el aire. Y es que a pesar de que en un principio pensó en pedir algunos días de ausencia debido al temor de contagiarse al seguir movilizándose en el transporte público, finalmente optó por tomar las medidas necesarias: usar guantes, distintos cubrebocas y desinfectantes antes de entrar a cualquier sitio. Hoy, después de casi 5 meses del inicio de la emergencia sanitaria, las tareas de Vic han aumentado, pues el jardinero enfermó desde hace algunos meses, y aunque entre los trabajadores de la zona se ha escuchado el rumor acerca de que fue diagnosticado de COVID, aún no se ha confirmado. Hoy, sus patrones únicamente le han pedido que utilice el cubrebocas en su trayecto al trabajo.
Alba de 66 años, Ana de 46 años y Paula de 24 años comparten el mismo hogar, pues son abuela, madre e hija, pero a pesar de ser familia, poseen distintas realidades, todas ellas modificadas por el SARS-CoV-2.
Es un hecho que la emergencia sanitaria actual no sólo modificó los modos de vida de la sociedad en general, pues también resaltó las situaciones tan dispares que coexisten a diario en un mismo sitio. Además, acentuó las condiciones tan desiguales entre féminas y hombres, así como sus distintas raíces. Vale la pena reflexionar hasta qué punto dichas situaciones tan dispares han sido normalizadas por la misma sociedad.
Entre las tareas del hogar, la nueva modalidad de escuela en casa, el home office y el trabajo invisible, las jornadas habituales de las mujeres tienden a incrementarse, acortando no sólo los tiempos personales, de maternidad o de afecto, sino también la calidad de éstos, pues hoy la nueva normalidad trae consigo más trabajo, pero menos remuneraciones.
Notas
1 Egresada de la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública por la UNAM, brigadista de Jóvenes Construyendo el Futuro, Brigadas Comunitarias de Norte a Sur. IMJUVE. Correo: tiffany.acatlan@hotmail.com.