A pesar de que el futbol es reconocido como un detonador de la vida comunitaria de pueblos y ciudades de América Latina, la cotidianidad de los mexiquenses en cuanto a su difícil acceso a servicios y oportunidades laborales en sus ciudades, consecuencia de una planeación urbana dependiente a los flujos de la Ciudad de México, ha motivado el abandono generalizado de los espacios públicos de la región, incluyendo los campos de futbol.

El espacio público es un lugar de relación y de identificación que, utilizado de forma adecuada, logra conectar a la población, crear vínculos y desarrollar un proceso social de apoyo y hermandad, lo cual permite la asociación óptima de los elementos que integran la relación de los habitantes con su medio. Sin embargo, debido a las problemáticas abordadas anteriormente en el Estado de México, los espacios terminan por atentar contra su concepción inicial. Así, el principal reto de los espacios públicos es su recuperación, la cual tiene como principales aliadas a las actividades culturales y deportivas en general, dentro de las que el futbol destaca por ser la más popular.

Con el fin de comparar sus dinámicas como espacios de recreación y resaltar las alternativas más viables para que los campos deportivos puedan ser un área de oportunidad para los habitantes, se abordan tres tipos de experiencias de los campos de futbol en Cuautitlán Izcalli, un municipio del Estado de México ubicado en las orillas de la Ciudad de México.

Campos de futbol abiertos

Basándonos en los espacios públicos abiertos, los cuales comprenden vialidades, áreas verdes, plazas, andadores; se aprecia el daño que hemos construido en la memoria urbana colectiva por la calidad de éstos, donde la limitada cohesión social y las condiciones deficientes de la infraestructura provocan una herida social reflejada en la inseguridad.

Si trasladamos lo antes mencionado al objeto de estudio, que son los campos de futbol, encontramos a la mayoría de estas desventajas como inmersas, lo que propicia que a pesar de contar con un campo en su localidad, la gente no suela visitarlo, mucho menos tener ese sentido de pertenencia para su correcto mantenimiento. ¿Quién habría de interesarse por preservar un espacio que no es meramente suyo? Si sabemos que por normatividad debe ser colocado y se cree que existe por sí solo, mas no para una práctica psicosocial necesaria. Los espacios tienden a ser vandalizados, a propiciar conductas antisociales y a convertirse en focos de inseguridad, lo que provoca su abandono generalizado. 

Campo de futbol “Santa Rita”. Foto propia.

Campos de futbol privados 

Cuautitlán Izcalli cuenta con más de cien canchas de futbol que pertenecen tanto a escuelas de futbol privadas, como “Pachuca Izcalli”, o que pagan un servicio de renta por ocupar ese espacio durante un tiempo determinado, como “Canchas Premier”. El servicio de renta hace que el espacio tenga un mantenimiento constante, ya que normalmente este tipo de canchas y campos genera empleos que dependen de su funcionamiento día a día.

Los usuarios se sienten cómodos y seguros con el intercambio de servicios: ellos pagan por ocupar el lugar a cambio de un buen estado, tanto físico como administrativo del campo. Las reglas y normativas más estrictas son positivas para el cuidado del espacio, aunque deja atrás el hecho de que cualquier persona pueda darle un uso recreativo sin la condición de pagar por este servicio. De este modo, tanto la existencia de campos privados como la privatización de los campos públicos responden a una demanda y beneficios específicos.

Cancha de futbol “Premier”. Foto de redes sociales de la empresa.

Campos abiertos regulados

Es importante que los espacios públicos se integren a las rutinas de los habitantes para que les permitan involucrarse en su conservación. En este sentido, influye en gran medida la oferta de actividades semanales, la vigilancia, así como la seguridad al interior. Según los ejemplos analizados, el “Campo Deportivo San Martín”, ubicado en el pueblo San Martín Tepetlixpan, es un terreno ejidal donado como espacio público. Para su remodelación se contó con el donativo de un habitante de la colonia. Tanto su infraestructura como su enrejado y bardeado completo, así como sus luminarias se encuentran en buen estado, ya que el lugar se cierra cuando no está en uso.

En este sentido, los campos deportivos pertenecientes a Hacienda del Parque forman parte del área de donación reglamentada por la inmobiliaria que construyó este complejo y se encuentra ubicado a las orillas de dos colonias y dos unidades habitacionales, todas muy distintas. Cuenta con varias canchas y por versatilidad se decidió enrejarlas por separado; se protegieron las que sufrían más destrozos, la de futbol y la de beisbol, y se pavimentaron los caminos. Actualmente, ambos deportivos son administrados por grupos de colonos, se encuentran en buenas condiciones y son utilizados cotidianamente por personas de todas las edades, de una o varias colonias, mediante entrenamientos con equipos y entrenadores locales. Además, se llevan a cabo tanto partidos organizados como espontáneos.

Campo deportivo “San Martín Tepetlixpan”. Foto propia.

Conclusión

Actualmente el estado general de los campos de futbol en Cuautitlán Izcalli no cumple con su funcionalidad en tanto espacios públicos, lo cual tiene un impacto negativo en la sociedad. Tras la revisión de casos se propone que para su recuperación se incentive una oferta de actividades manifestada como necesaria por los habitantes y ejecutada por ellos. La administración comunitaria de los campos es un elemento a resaltar  por su contribución al cuidado físico de los espacios, sin embargo, no hay que dejar de lado que se trata de lugares a los que cualquier persona puede asistir y que

//la administración colectiva es
una herramienta de participación
y no de exclusión.

En suma, si se incentivan los elementos anteriores, los campos de futbol pueden convertirse en puntos de encuentro donde distintos estratos sociales converjan. Así, el futbol puede desarrollar su potencial como motor de la construcción de identidades y generador de oportunidades de crecimiento que den alternativas a las situaciones de riesgo que enfrentan los habitantes. El objetivo consiste en que, mediante la participación y el involucramiento de las comunidades, las personas perciban como suyos los espacios; ese es el núcleo para el cuidado de un espacio: el sentido de pertenencia.