La salud mental debe considerarse un fenómeno complejo que se determina a través de diversos factores sociales, ambientales, psicológicos y biológicos que incluyen padecimientos como la ansiedad, depresión, demencia, esquizofrenia, así como los trastornos del desarrollo en la infancia (Sandoval, 2004). Desgraciadamente algunos de éstos se han agravado con el paso del tiempo, aunado a su creciente notoriedad por la pandemia del coronavirus que ha obligado a la población a vivir altos niveles de estrés y ansiedad.
Para comenzar, es necesario conocer el antecedente de la salud mental en México como un tema importante y sensible porque no existe una cultura de concientización respecto a este fenómeno. Según los datos de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México (SEDESA), los trastornos de salud mental más comunes entre la población son la depresión, ansiedad, trastornos de conducta alimentaria, trastornos por déficit de atención e hiperactividad y autismo. Por ello,
//durante los últimos años se ha podido percibir que 30% de nuestra población padece algún trastorno de salud mental, siendo que 85% de ésta no recibe ningún tipo de tratamiento, mientras 15% que sí la recibe, 67% lo hace de manera involuntaria (Animal Político, 2018).
Esto deviene de un descuido en acciones de salud pública que han mermado en la calidad de los servicios, además de la baja existencia de profesionales en psicología, psiquiatría y trabajo social. Los datos más recientes indican que el presupuesto dedicado a la salud mental es de 1.6%, del cual 75% es utilizado en hospitales psiquiátricos donde la atención se brinda en centros especializados o del tercer nivel de atención, donde lo ideal sería el primer nivel de atención.2
Otro factor relevante es la desigualdad social para el acceso a la salud mental. Esta vulnerabilidad social no es una condición natural ni predefinida, sino que está dada por las condiciones sociales, en las que se encuentran distintos grupos, tales como: mujeres, niños, indígenas, migrantes, etc. En el caso de las dos últimas, factores como la pobreza, inseguridad social, alto índice de marginación y bajo índice de desarrollo humano son el caldo de cultivo para dejar la salud mental en segundo plano.3 No obstante, según Medina, Medina y Pech (2019), las políticas de salud sólo han intervenido en el tratamiento de las enfermedades sin considerar las acciones sobre el entorno social, del cual pueden originarse las actividades poco saludables que detonen una enfermedad mental, lo que contribuye al desempleo, la ausencia por enfermedad sin goce de sueldo,4 además de la pérdida de productividad en el trabajo.
Según Carreño y Medina (2018), aseguran que la pérdida de salud mental representa un costo directo e indirecto de 4% del PIB, lo cual nos introduce a un nuevo problema que aqueja y da visibilidad a la importancia de la salud mental: la pandemia del coronavirus. Desde el 20 de marzo, al instaurarse la cuarentena y extenderse formalmente hasta el 1 de junio del año en curso, diversos autores han comentado los graves problemas de salud mental que se suman a todos los factores preexistentes. Dado el confinamiento, es visible y palpable el pánico (tanto de aquéllos que acatan el confinamiento y los que no).5 6 7
Ante este panorama se puede notar el aumento de frustración acompañada de severas crisis de ansiedad, mal humor, hartazgo, miedo e incluso depresión. Por tanto, al referir nuevamente a los sectores poblacionales más vulnerables con condiciones precarias que les impide (en la mayoría de los casos) mantener el confinamiento,8 se eleva a un escenario más complejo al añadir un problema o trastorno de salud mental originado por la pandemia.
//No es de extrañar que durante los últimos meses las líneas de atención anti-suicidio se vean saturadas ante la existencia latente del miedo a regresar a la vida cotidiana con el riesgo de enfermar, perder nuestro empleo, contagiar a nuestras familias, vivir con el terror de una probable pérdida y morir en cualquier contacto con el exterior.
Tal es la urgencia de atender este problema que recientemente, a través de la Organización de las Naciones Unidas, Guterres (en De la Fuente, 2020) expresó su preocupación y expidió un llamado a atender la salud mental como parte de la agenda contra el COVID-19, porque las condiciones de aislamiento han provocado el empobrecimiento de miles de familias mexicanas y el aumento de tensiones entre las mismas. Quiere decir que esta pandemia hará más grandes las brechas de desigualdad9 entre distintos estratos sociales.
Somos animales sociales que después de esta aterradora experiencia debemos replantear la importancia y normalización de la salud mental, principalmente a través de canales de comunicación que fomenten una cultura de mente sana. Aunado al llamado a nuestro gobierno en turno con propuestas que representen una ampliación en el presupuesto dedicado a la salud mental y la modificación de su distribución para la inclusión de atención de primer nivel que ayude a prevenir cualquier trastorno o enfermedad, además, se debe asegurar el acceso a medicamentos y reforzamiento al sistema de información.
Es importante poner sobre la mesa la política social que considere a los sectores más vulnerables como principales prioridades en la atención médica general y de salud mental ante esta pandemia, en conjunto expansivo a nivel nacional con el objetivo de subsanar los daños que este virus ha traído a nuestra población. No olvidemos que esta pandemia se trata de una reconstrucción colectiva ciudadanos-gobierno que consiste en cuidar del otro y comprender que somos más frágiles de lo que pensamos. Es necesario cuidar y valorar la salud mental como algo fundamental en nuestras vidas para ser los ciudadanos responsables y correctos del mañana.