La poesía es el desbordamiento espontáneo de sentimientos poderosos; tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad.
William Wordsworth, Baladas líricas
Errantes por las exposiciones artísticas contemporáneas, entre la multitud de propuestas y presentaciones curatoriales, nos encontramos en medio de un laberinto del cual difícilmente podemos salir ilesos. Entre las múltiples y nuevas propuestas interesantes y la banalidad y trivialidad de algunas, la interrelación entre la obra, el artista, el espectador y el contexto en el cual se encuentran ha sufrido una drástica alteración que nos lleva a un desconcierto generalizado. Sin tiempo suficiente para el ocio, la sensibilidad atrofiada ante la saturación de estímulos o la necesaria demora en la aproximación a las obras artísticas, su proximidad se convierte en un espectáculo que sólo sirve para alimentar redes sociales, o como el lavadero cultural de cada museo, galería o instituto cultural sin que exista esa experiencia estética en la aproximación al arte que permita enriquecer nuestra efímera existencia.
Una manera de aproximarse a dichas manifestaciones artísticas sin naufragar en el intento consiste en –con el tiempo necesario– verlas, sentirlas y pensarlas desde la inmediatez de la percepción sensible acompañada por la mediación de las ideas o formas que despliegan esas obras. Intentar comunicarse con la intención emotiva de la obra, es decir, con ese punto nodal que es el énfasis expresivo de las emociones plasmadas en la obra de arte que devela no sólo el mundo exterior sino el mundo interior1 de su creador.
La crisis que representó una teoría referencial del arte –que remitía únicamente a la realidad externa–, así como su falta de generalidad no sólo para dar cuenta de las diferentes obras artísticas del pasado sino para permitir una aproximación comprensiva a las propuestas artísticas contemporáneas, mostró la necesidad de encontrar mejores vías para acercarse a estos fenómenos. Los filósofos y críticos de arte se dieron a esta tarea, ya sea elaborando nuevas teorías o bien tomando ideas del pasado. Descubrieron que si bien desde el romanticismo se afirmó la relevancia que tiene el artista, quien –como genio– distiende la naturaleza a través de su propia subjetividad, sosegada o atormentada a través de la obra de arte, fue el expresionismo alemán en el que lo inefable y lo espiritual marcaron el trabajo mismo del artista. Es en los siglos XX y XXI cuando se ha puesto particular atención al valor expresivo de la obra, como una manera de enfrentar la crisis de las teorías representativas, tanto por los mismos creadores como por parte del público y de algunos pensadores, que han tomado este concepto como eje central de sus disertaciones, aunque existen diferentes modos de aproximarse a la cualidad expresiva de la obra de arte, podemos señalar un número determinado de características que nos permiten entender mejor la obra a través de su expresividad. Las señalaremos con el afán de que quienes no somos artistas podamos ver y valorar mejor la diversidad de propuestas artísticas que aparecen en nuestros días y que generalmente son incomprendidas por un amplio público.
Las teorías expresivistas del arte hacen énfasis en la capacidad que tiene el artista en mostrar su mundo interior, en particular, en expresar sus emociones en la obra que produce. No se trata sólo de una exteriorización de un determinado estado de ánimo, sino que tal manifestación pasa a ser parte del significado de lo que la obra muestra al público. La relevancia de esta aproximación radica en ser “[…] un medio de fraternidad entre los hombres que les une en un mismo sentimiento y, por lo tanto, es indispensable para la vida de la humanidad [...]”.3 El arte se convierte en un medio no sólo de presentar al mundo sino de aproximar solidariamente a los seres humanos mediante sus emociones compartidas.
Sin embargo, habrá que tener presente que no siempre el impulso emotivo que llevó al artista a una determinada creación está plasmado en la obra, o las figuras o colores puestos en la tela o en el sonido corresponden a la emoción que siente el espectador. El impulso del artista requiere de la mediación de la reflexión para poder manifestar sus emociones. Wordsworth ya señalaba4 que si bien es necesario ese desbordamiento comunicativo del sentimiento para la creación de la obra, debe hacerse desde una emoción sosegada, es decir, mediada por la idea misma de esa emoción. Así que percibir la cualidad expresiva de una obra implica también entender la idea y los medios mediante los cuales se presenta tal o cual sentimiento. Las emociones se presentan de diferentes maneras en los seres humanos y en sus culturas, así que es necesario clarificarlas tanto mental como sensiblemente mediante los procesos de producción para que la obra pueda hablar de ellas y el espectador se conecte con esas emociones.
La comunicación emocional con una obra varía según el medio que se utilice para expresar y cautivar. En las artes musicales será el sonido y su tratamiento; en las artes plásticas, la presentación de las imágenes y su movimiento; en la literatura y la dramaturgia, la diégesis narrativa de los personajes y su representación mediante el texto y la actuación misma, en el teatro. Algo maravilloso sucede cuando nos conectamos a una obra artística. Algo nuevo sucede en el mundo cuando una obra de arte se interpreta.
//Algo se amplía en nuestro horizonte existencial cuando conectamos nuestros sentimientos de esperanza, de rechazo o de tristeza con los de los otros por el medio privilegiado que nos proporciona el arte.
Si hay alguna manera de sortear nuestra condición efímera y solitaria en los valles, desiertos y cimas por los que nuestra vida deambula, si hay una posibilidad de conectar –ya sea al menos de manera rizomática– nuestra existencia con los demás, recibir el cálido destello de una hoguera que nunca se apaga, si somos capaces de danzar en las superficies más ásperas donde la mirada de diez mil no alcanza, ¿cómo no afirmar la necesidad de una aproximación emotiva a la obra de arte?, ¿cómo enfrentar a ese turismo apresurado e intempestivo de las selfies que nada comprende?, ¿cómo gozar de aquello que nos permite una comunicación no sólo exterior sino de nuestra propia psique?
A menudo en diferentes lugares somos testigos de los espectadores participativos que eligen su viaje dentro de un museo o galería seleccionando las piezas que verán; almas solitarias que ocupan su tiempo en rememorar y recuperar la obra artística –en donde se encuentre– para nuestro tiempo; corazones sensibles que, como narcisos, se inclinan suavemente y huelen el mensaje que se desprende de sonidos, colores, palabras y movimientos presentados en una propuesta artística; luchadores sociales que saben que la creación artística imaginativa y sensible es la mejor manera de resistir a la molicie y enajenación de nuestro tiempo y, de esta manera, transformar nuestro convulso, injusto y violento mundo. Entonces podremos apreciar que: “En la obra de arte existe eso que se presenta en su pasar fluyendo, se transforma en una conformación permanente y duradera, de suerte que crecer hacia dentro de ella signifique también, a la vez, crecer más allá de nosotros mismos. Que –en el momento vacilante– haya algo que permanezca. Eso es el arte de hoy, de ayer y de siempre”.5
Aprendamos, desde nuestras ansias de saber y capacidad de elegir, a valorar la calidad del arte de todos los tiempos en los que se une en la experiencia estética, la emoción expresiva y la idea inteligente, que nos permiten otear un momento de eternidad.
1 Somos conscientes de las dificultades que plantean estos dos conceptos de ‘mundo exterior’ y ‘mundo interior’. En este texto los utilizaremos de manera libre y aproximada a su significación pragmática. Para una conceptualización más precisa de dichos términos, recomendamos ampliamente los textos de Arthur Danto, “The Artworld” y “The End of the Art”, de Noël Carrol, Philosophy of Art. A Contemporary Introduction, y de José García Leal, El conflicto del arte y “La expresión en el arte”.
2 Cfr. León Tolstoi, ¿Qué es el arte? Editorial Maxtor, Valladolid, 2012, y R. G. Collingwood, The Principles of Art, Clarendon Press, Oxford, 1983.
3 León Tolstoi, ¿Qué es el arte?, p. 48.
4 Tal como aparece en el epígrafe de este texto.
5 Hans-Georg Gadamer, La actualidad de lo bello, tr. Antonio Gómez Ramos, Paidós, Barcelona, 1997, p. 57.
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