En los últimos 30 años se ha hablado del fin del teatro, de cómo ha perdido fuerza, de cómo ha perdido vigencia en la actualidad puesto que compite con otros medios de entretenimiento como lo es el cine o la televisión. Pero la respuesta no está en rivalizar contra estos medios, la impugnación sería sobre cómo hacer para que este arte sea más vigente.

Durante años se ha venido modificando y se han buscado diferentes maneras de abordar la problemática de la desactualidad en el teatro proponiendo nuevas maneras y formas. Algunas de ellas se toman de la interdisciplinaridad, de otras artes o, simplemente, se dejan a los edificios, a la dramaturgia u historia, al actor y toman las artes performáticas como trampolín para el quehacer. Todo esto tiene el contrapunto para que pueda suceder la propuesta y, en muchas de las ocasiones, se les debe a las instituciones que no cooperan con los artistas.

Es importante que todo arte esté hecho para ser apreciado y no olvidarse de los espectadores.

//Todas las artes están inmersas en una sociedad y, por ser un acto que está dentro de una sociedad, es pertinente transgredir en él. El artista tiene que ser congruente con su obra, no puede haber artistas cuyos actos se contrapongan a la misma.

Ser incongruente con su arte nos lleva a pensar en una cuestión de comercialización y en estos tiempos tan capitalistas es importante separar al hecho artístico del capital. Con esto no quiero decir que no exista retribución al trabajo del ejecutante. Lo que es importante señalar es que más allá de una cuestión de venta, el producto artístico debe tener una fuerza por sí solo para que el público lo consuma por una necesidad espiritual. Es muy difícil mentirle al público, muchos artistas piensan que el espectador es tonto, y de tonto no tiene nada, ya que en la obra se nota el objetivo del creador.

Menciono lo anterior porque es significativo quebrantar la realidad a través del mismo evento artístico, apoyar a la sociedad, hacerle ver al espectador que el arte es útil, que tiene un sentido que no es sólo entretenimiento, que los artistas son críticos con su entorno, que son eficaces, que tienen una responsabilidad con la comunidad. Todo esto sólo se da propiciando actividades u hechos que apoyen y contribuyan al equilibrio del medio donde vive. De allí que las artes deben tender hacia lo social, hacia lo humano. En un país donde todo está saqueado, donde todo es económico y comerciable, es pertinente buscar estrategias y propuestas que contribuyan a que el espectador y su entidad se sientan parte de la obra artística, no como ejecutantes sino como seres que son tomados en cuenta para el desarrollo de una actividad. No debemos olvidar que pasamos por momentos difíciles de apatía.

El teatro, por su cercanía con el espectador y por su capacidad de itinerancia, tiene una posibilidad enorme de modificar el entorno en gran o pequeña manera. No sólo es una cuestión de mensaje y reflejo hacia el espectador, se pueden hacer miles de propuestas que contribuyan a que el pueblo se organice, o espectáculos que pretendan recolectar alimentos para las personas que menos tienen. Existen miles de posibilidades que apoyarían a influenciar en pequeño modo al asistente para que éste se sienta también, de cierto modo, dentro del espectáculo. Es por ello que es tan importante y ha tenido tanto éxito el teatro comunitario, ya que el espectador deja de ser espectador y se convierte en el espectáculo, y da paso a contar las problemáticas que vive día con día.

Todo lo anterior es para hacer un llamado no sólo a los artistas sino a la sociedad en general a buscar medios que apoyen y ayuden al sano equilibrio donde vivimos. Yo lo hablo desde las artes, especialmente desde el teatro, pero cualquiera que sea la actividad, busquemos transgredir a nuestro vecino, busquemos propiciar actividades que nos hagan sentir que no estamos perdidos ni solos en este mundo donde todo es mercadotecnia.