En un mundo lleno de desniveles, parábolas y abultamientos resulta más o menos lógico otorgarle cierta importancia a las curvas. Quizá también porque uno llega a cierta edad en la cual deduce que el argumento de que la ruta más corta entre un punto y otro es la línea recta no es sino una tomadura de pelo, pues debido a la forma de la Tierra resulta sospechoso creer en recorridos rectos. Quizá eso también explique nuestro desgano por las líneas rectas.

Quizá resulte difícil admitir que algo del gusto por las curvas tiene relación con el origen de las palabras o con su carga semántica.

Urbe es una forma de nombrar a las ciudades y su relación con ubre no es sino por la exactitud de letras en número y grafía, aunque no en el orden en que se escriben; no obstante, ambas están relacionadas con las curvas. El diccionario de la Real Academia Española afirma que el origen de urbe es latino, de urbs, urbis. Corominas dice algo similar y qué bueno, hubiera sido decepcionante hallar el origen etimológico de manera lineal en un texto que pretende hacer apología de la oblicuidad. Y es que, si muchos de los significados no se ajustan a una distribución lineal, ¿por qué uno esperaría ir directo al grano o andarse sin rodeos?

Giambattista Vico dice que urbs fue un término destinado primeramente a nombrar la curvatura de la Tierra, no la del planeta, sino la de los campos arados. La importancia de ese origen descansa en que urbs denominó posteriormente a ciudad porque las primeras urbes, las de los pueblos gentiles, diría Vico, se fundaron a los costados de las tierras aradas: de las tierras abultadas. Aunque de primera mano no tenía ninguna intención de dudar de las palabras de Vico, terminé haciéndolo porque no hallé rastro de la etimología referida por el filósofo y lingüista italiano, al menos no de manera directa. Ni los diccionarios Vox o Logeion de la Universidad de Chicago (ambos diccionarios de lengua latina) contenían o retomaban la referencia a la que aludió Giambattista. Tarde, como siempre, constaté –en el Lexicon universale historico-geographico-chronologico-poetico-philologicum de Ioh (Iacob Hofmann) [publicado en 1683, cuando Giambattista tenía veinticinco años]– que Vico no mentía, pues efectivamente uno de los primeros significados de urbs alude a la curvatura de los campos arados.

Otro aspecto importante de las curvaturas y de la que se desprende otra etimología, digamos que enterrada, es la concerniente a gigante. El mismo Vico afirmó que, etimológicamente, los gigantes no eran otros que hijos de enterrados. Lo más cercano a este origen se halla en la mitología, ya que el Tártaro (vientre de Gea) era un sitio en el inframundo que servía de prisión para los titanes. Cuando Urano fue castrado por Cronos, las gotas de su sangre y semen (de esta raíz surgen sembrar y semilla) cayeron sobre Gea y la dejaron encinta, dando a luz a los Gigantes. Esta idea de la Tierra encinta, además de sumar importancia a las curvas, no es propia de Occidente: en la lámina 93 del Códice Zouche-Nuttall se observa a Tonantzin in tlalli (nuestra madre tierra), embarazada.

Los gigantes emergen del vientre materno: las entrañas de la tierra; de ahí que varias mitologías afirmen que los primeros habitantes de tal o cual civilización fueron gigantes. Nuevamente esta constante no sólo se encuentra en Occidente. En el Popol Vuh, por ejemplo, se cuenta cómo Hunahpú e Ixbalanqué derrotaron al gigante Vucub-Caquix y a su descendencia. Sin embargo, y más allá de la trascendencia etimológica o mítica, la importancia es nuevamente semántica, pues los primeros pueblos gentiles, afirma Vico, se establecieron, sí, donde estaban las curvaturas de la tierra arada, pero también donde sepultaban a sus muertos, es decir, donde la tierra se abultaba. Por eso es que los pobladores de las primeras ciudades fueron referidos como hijos de enterrados: gigantes.

//Las grandes ciudades se fundaron ahí donde había más curvaturas: más sembradíos y enterrados.

Tal vez sea por aquel significado antiquísimo de establecerse donde la tierra se curvaba, que la mayoría de mis congéneres busca a las mujeres de curvas pronunciadas. Sea como fuere, lo cierto es que aunque las líneas rectas tienen su encanto, difícilmente podrían competir con el placer de la oblicuidad y su retorcida y curvilínea historia.