Antonio Tenorio, De la memoria, el deseo. La escritura como disolvencia,
UAA, Aguascalientes, 2016.
De todo lo escrito, yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con tu sangre y te darás cuenta que la sangre es espíritu.
Federico Nietzsche, “Del leer y el escribir”, en AHZ.
Somos quienes transitan por la cotidianeidad triturada por la lluvia, por el mundo de los hábitos, entregados a lo que la vida nos otorga; cobijados por la seguridad que las reglas y los horarios nos dan, y protegidos por medio del lenguaje engañoso que nos permite salir de nuestra soledad para comunicar lo que pensamos y sentimos. Pertenecemos a una sociedad que se ufana de sus valores, de sus gustos y de su gente. Conducimos nuestra caja móvil de hojalata a través de las calles con sus semáforos sincronizados, sus camellones semi restaurados y el calor hirviente del asfalto horadado. De pronto, en este reino de las costumbres, nos irrumpe un texto original que rompe con la linealidad de la vida. Otra vez, Antonio nos convida, mediante la palabra, de sus obsesiones, sus amores y su lucidez. Comparto ahora algunos pensamientos, alegrías y experiencias que detonaron estos maravillosos doce ensayos reunidos bajo el título De la memoria, el deseo. La escritura como disolvencia.
Un encuentro fortuito con textos inesperados, con “paradojas terminales”, con autores entrañables y otros, de alguna manera, poco leídos. Una sacudida venturosa con un autor que reflexiona sobre la fortuna que ha tenido su compilación de ensayos y que, de alguna manera, encuentra la permanencia de la disolvencia diacrónica que implica la escritura. Otro momento del destino que conjuga diversas búsquedas e intereses que bajo el signo de la disolvencia cobra forma de escritura para interrogar de nueva cuenta a la creación literaria, a sus autores y, en última instancia, a nosotros, sus lectores en tanto seres humanos.
//Nos vemos envueltos por textos extraordinarios que nos permiten ver plasmados en tinta y papel aquellos pensamientos, aquellos balbuceos, aquellas experiencias que no desean permanecer con el autor.
Hace bien Antonio en liberar ahora estas palabras, compartir este deseo cumplido. Dejar el vuelo simbólico de su pensamiento sin la carga de estas reflexiones y participar de los descubrimientos que su ojo fino, su vasta lectura y su inteligencia penetrante nos acercan a la obra de doce artistas egregios.
Aún existe la falsa idea de que para ser escritor basta la voluntad, leer muchos libros, dominar la historia de la literatura o intoxicarse con alguna droga de moda. La búsqueda que implica la escritura es algo más. ¿Qué es esto a lo que denominamos literatura? ¿Qué supone el que un autor pueda detener el tiempo para recrear la vida y sus diferentes interrogantes estéticos a través de la palabra? ¿Qué valor puede tener un ensayo si siempre es provisional, sujeto a un espacio y tiempo, un horizonte de tentativas en el poco tiempo que nos queda?
Este libro nos muestra el significado de literatura: es lo que llena y hechiza la vida, es la voluntad de ilusión que mitiga el dolor del mundo y hace frente al deseo. Es la ilusión de escribir lo nunca escrito, es disfrutar del encanto de la escritura que no se parece a nada y, por lo mismo, vivir, a través del símbolo que separa y reúne, la trágica existencia a la que estamos arrojados. Por esto, quien ha encontrado en el escribir una forma de vida, escribe siempre y donde sea, sin propósito alguno. Si se supiera lo que se va a escribir no se escribiría, no valdría la pena, tal como aparece en el epígrafe de Derrida en la introducción de este libro. Esta idea matriz nos lleva a recordar a Margarite Yourcenar quien sostiene que antes de enfrentarnos a un texto posible sabemos con total lucidez que nada sabemos de lo que vamos a escribir. Antonio nos muestra ampliamente esto en los lúdicos y reflexivos textos que ahora nos entrega, no sabía cuándo ni cómo podrían formar una unidad estos doce ensayos que ahora nos ofrece. Lacan nos señala que el escritor “[...] no debe saber que ha escrito lo que ha escrito, porque se perdería y esto significaría la catástrofe”. No se puede escribir y se escribe lo desconocido que lleva en su memoria cada cual.
Nuestro autor ha corrido el riesgo de enfrentarse a la hoja núbil blanca, abandonarse a la inmensidad vacía del texto no escrito, al vértigo de la nada misma, a realizar lo imposible, conjuntar memoria y deseo, puente y abismo. Ha creado a partir de sí mismo, por encima de sí mismo, y ha permitido que la palabra advenga libre y revele sus íntimos secretos. Ha tenido la fortaleza de ser el mediador de lo que se escribe, ha superado los gritos de las bestias nocturnas que nos aturden el sentido y con esto ha podido combinar la “alta cultura” con la “cultura de masas”. Nos muestra que ha superado el gusto plebeyo por el libro del día o la cantaleta del texto fácil, aún en otros que ya ha divulgado. Con esta publicación aceptó la violenta felicidad y el estado de dolor sin sufrimiento a través del cual adviene el nuevo texto. Como diría Marguerite Durás: “La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida misma”.
En la introducción, el autor nos indica la orientación que tiene el libro y cómo llegó a constituirse como tal mediante la concepción de la escritura como disolvencia. He leído pocas presentaciones que tengan la profundidad y amplitud que tiene este apartado. Se trata del ensayo sobre la escritura y la creación literaria y la “presentación de armas” por parte del autor. Conjuga el uso de la disolvencia en el cine, la literatura y en la filosofía misma. Nos muestra su herencia derridiana de manera clara y aplicada a la reunión de sus doce ensayos. Podríamos considerar que la introducción misma es otro ensayo más y que, quien lea el libro, tendrá la oportunidad de saborear no 12 sino 13 ensayos. Y un premio extra, el texto no sólo nos muestra el enorme talento de los mexicanos para el ensayo sino que nos aproxima justamente a su naturaleza deseante. Ensayar es abandonar, es ubicarse en la misma movilidad inapresable de lo escrito. Así entendido, el ensayo es una de las formas poéticas más abiertas y sensitivas, tal como lo describe Huidobro respecto del poema creado: “Es algo que no es, que no será, pero que nos gustaría que fuese”. El ensayo gravita en el orbe del deseo. De esta manera, estamos de acuerdo con Benjamín Valdivia cuando afirma que: “Aunque existan piezas ensayísticas de factura intensa, no son sino como los esbozos del pintor, los planos del arquitecto, las ejercitaciones del instrumentista. Pero es allí donde está el deleite y el destino del ensayo: no hay otra pretensión que encontrarse a sí mismo delante de las profundidades atisbadas en un tema seductor. Y el público participa de estas audacias”.
En este tenor, los primeros seis ensayos de Tenorio oscilan entre obras de autores bisagra conocidos y otros no tanto, transita de un poema-libro-artefacto de Octavio Paz a los fantasmas rulfianos de la inhóspita Comal y a la novela sobre rememoración, imagen y deseo de Juan Villoro, pero también al estado de desgracia y la esperanza en un texto de Coetzee, a la importancia del nombre Ettore, Alfonso o Italo, que remiten a palabras fronterizas o ciudades sombras en las novelas de Italo Svevo. Estos trabajos forman la primera parte del libro.
La segunda parte, que no sólo es El deseo sino el mar de los deseos, el autor continúa su labor de desmontaje: desde un teórico extraordinario de la literatura, como Maurice Blanchot, y desde las obras de otros autores distinguidos del ámbito literario y musical como Olivier Messiaen, en un viaje sonoro a partir de su composición El cuarteto del fin de los tiempos, aderezado con las extraordinarias referencias a mi maestro Eugenio Trías, da cuenta de quienes encarnan la disolvencia del tiempo que se quiebra silenciosamente como James Matthew Barrie y Jack London, y nos trae a nuestra propia lengua la reflexión sobre la sospecha y el humor punzante de Augusto Monterroso cerrando con el fascinante tema del erotismo en Vargas Llosa quien, como Bataille, acepta el triunfo de Eros hasta en la muerte. Mejor dicho, en palabras de nuestro autor Erotismo como “Tránsito, paradoja de los dos cuerpos en uno, de los dos tiempos disueltos en la unidad original de lo (im)posible”. Sin embargo, para leer una mejor y más bella síntesis de estos ensayos, pueden buscarla en las páginas 24, 25 y 26 de su libro.
Sería imposible dar cuenta brevemente de la riqueza y luminosidad que cada ensayo de esta obra nos concede, desde la posición de pliegue, que es justamente esa posición privilegiada en la que se pueden anudar el juego, la imaginación y la reflexión, pautas fundamentales en la escritura que se nos presenta. No es sólo la mirada del crítico la que nos despliega la obra de sus autores, es la invitación a encontrar nuestra propia mirada frente a los autores convocados. Sí, les aseguro que cada ensayo es un pozo de sortilegios del cual ningún balde saldrá vacío. Espero que pronto puedan deleitarse con las palabras, sonidos, imágenes y preguntas que saltan en cada página del libro y puedan ser testigos de una de las magníficas plumas del ensayo mexicano.
Así que demos la bienvenida a este libro porque no sólo nos aproxima a grandes autores de la literatura y de la música, sino porque el autor nos orienta con clara meridianidad en los laberintos de cada obra que expone y nos muestra elegantemente las fisuras y los pliegues que configuran estas escrituras en tránsito como señales en el camino que sobresalen en la niebla del tiempo y nos aventuran a otear los espacios infinitos en el tiempo que siempre dura.
Quiero felicitar ampliamente a quienes trabajaron en la edición de este libro por la faena amable y provocativa con la que nos presentan estas elucubraciones. Felicitar y agradecer a nuestro autor por regalarnos en estos ensayos sus búsquedas plagadas de una sabiduría aleteica, llena de referencias que refrescan el aire de nuestra atmósfera cultural; por arriesgarse a ser intermediario de la palabra que lo ha seducido e ir a la fuente misma donde todo es indistinto y cubierto por el silencio; por aventurarse a recorrer vetas inexploradas de este mundo velado para mostrárnoslas sorpresivamente a través de la palabra resemantizada.
1 Enrique Luján Salazar es Doctor en Filosofía por la UNAM. Profesor investigador del Departamento de Filosofía, Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA).
2 Vid. Marguerite Durás, Escribir, tr. Ana María Moix, Tusquets Editores, Barcelona 2000.
3 Cfr. Vicente Huidobro, “Manifiesto: El creacionismo”. Consultado en https://www.vicentehuidobro.uchile.cl/manifiesto1.htm
4 Vid. Benjamín Valdivia, Yo mismo (y otros ensayos sobre percepción y literatura), Universidad de Guanajuato, Guanajuato, 2008, p. 91 y ss.
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