//los individuos felices o exitosos son aquellos que encuentran el sentido de su vida cuando se enfocan en cómo sirven a otros, en cómo actúan en beneficio de otros más que en sí mismos

Visto desde una perspectiva de larga duración, ni los últimos doscientos años de vertiginoso avance científico y tecnológico, ni los diez mil años de surgimiento y expansión de las antiguas culturas milenarias representan –cuantitativamente hablando– una proporción sustancial dentro de los al menos cien mil años de existencia del homo sapiens sapiens en esta tierra. Si hiciéramos el ejercicio de trazar una línea imaginaria en el tiempo, el nacimiento y evolución de las primeras civilizaciones en Asia se situarían en el 10% final de nuestra línea, mientras que el desarrollo del mundo industrial-capitalista se situaría en el último 0.2%. De allí, resulta fácil visualizar que entre todas las especies vivientes que han existido en este planeta, la humana es la única que ha tenido la capacidad de transformar y alterar radicalmente su entorno tanto como su destino; entendiéndolo a éste no como la situación final predeterminada a la que todo humano debe llegar, sino como la construcción total que el hombre hace de su vida, con base en el uso continuo de su inteligencia y voluntad para satisfacer sus necesidades de todo tipo.

El ser humano nace desprovisto de la fuerte carga de instintos por la que dirige su conducta el resto de las especies animales. Utilizando procesos mentales superiores, se guía, más que por el instinto, por la inteligencia para construir y también para destruir. De este modo, el “hombre”, como generalización o categoría, ha ido construyendo su propio devenir afectando positiva o negativamente a otros y a lo que le rodea. Así, el mundo que hoy observamos es producto de las modificaciones que sobre él ha realizado el hombre. Su propia condición es resultado de las decisiones propias y/o de los grupos en el poder que han influido en su situación actual. De manera que es en la toma continua de decisiones –razonadas o no– que se funda la construcción del destino humano.

Vale ahora preguntar: ¿cuál es el sentido de la vida para nosotros como individuos humanos? Tomando como punto de partida la preservación y reproducción de la especie, pero sin detenernos allí, para responder debemos considerar dos elementos: por un lado, como dijimos, que el hombre puede determinar en gran medida su historia con base en sus decisiones; y, por otro, que el hombre no deja de ser una especie social, es decir, vive, nace, se reproduce, desarrolla y muere en sociedad. Los grupos humanos son la base del desarrollo individual así como del de la especie, y la satisfacción de las necesidades vitales y espirituales se logra dentro de las aldeas humanas. Afecto, emoción, creatividad, análisis, raciocinio, expresión, comunicación, arte, dolor, alegría, memoria y anhelo, todo se produce y reproduce en grupo. De allí que no podemos entender el propósito o sentido de la vida de manera aislada sino, por el contrario, fuertemente arraigada al sentido de interdependencia y de comunidad.

Adam Liepzig, en una breve e interesante charla sobre el propósito de la vida,¹ narra cómo después de reencontrarse con amigos de generación ­–todos graduados de Yale– a quienes no veía desde hacía más de 20 años, manifestaban en un 80% que no se sentían felices: “Siento que he malgastado mi vida y ya voy a la mitad de ella”, aunque se encontraban en situación de solvencia económica, mantenían posiciones de poder y poseían cuantiosos bienes. Sin embargo, eran infelices. El restante 20% –la mayoría de ellos egresados de carreras humanísticas y sociales donde su intención no había sido en primera instancia obtener altos empleos, sino aprender por el gozo mismo de aprender– respondió de otra manera. Ellos sí se sentían felices. Cuando preguntó a este 20% si conocía el propósito de su vida, todos respondieron compartiendo al menos 5 características; ellos sabían: 1) quiénes eran, 2) qué hacían, 3) para quién lo hacían o a quiénes servían, 4) qué esperaban de ellos aquéllos a quienes servían y 5) cómo cambiaban aquéllos a quienes servían como resultado de su esfuerzo.

Resume Liepzig que la importancia de esta revelación radica en que en sólo dos premisas se habla de la propia persona. Se trata, más bien, de una formulación que mira hacia el exterior, hacia otras personas; no hacia el interior. De modo que los individuos felices o exitosos son aquellos que encuentran el sentido de su vida cuando se enfocan en cómo sirven a otros, en cómo actúan en beneficio de otros más que en sí mismos. Las personas más felices toman como premisa hacer a otras personas felices y en hacerlas sentirse cuidadas y seguras. Comenta el escritor y productor que aunque sólo en Amazon existen 151,298 títulos de obras que hablan sobre cómo encontrar el sentido en la vida, cada individuo puede encontrar su propia razón y propósito enfocando su esfuerzo y anhelos en el bienestar de otros.

Scott Geller,² por su parte, encuentra un profundo sentido de automotivación en el hecho de asumir su interdependencia con los demás, esto es, en el sentido de comunidad. La conciencia de que nos necesitamos unos a otros –la conciencia social– nos ayuda a sabernos y sentirnos competentes, a ser responsables de nuestras propias decisiones asumiendo las consecuencias de ellas, a entender la importancia de nuestras elecciones, y a otorgarnos un sentido de comunidad, de pertenencia, de identidad como humanos y como especie.

Hoy en día rigen a nuestra sociedad conceptos económicos de calidad, productividad y competitividad por encima de valores universales éticos y sociales, y muchas veces en menoscabo de la dignidad de las personas. Además, existe poca o nula responsabilidad social o compromiso por el bienestar humano o ambiental. Pareciera que en menos de cien años, en menos del 0.2% de la historia del hombre en el planeta, estamos por destruir nuestro entorno y nuestra especie con base en esta visión sumamente parcial de la satisfacción inmediata, el beneficio propio, la lucha denodada por los bienes materiales y el dinero, y el adormecimiento de nuestra conciencia humana, social y sustentable de largo alcance. Si nuestro destino lo construimos nosotros mismos con base en el uso continuo de nuestra inteligencia y voluntad para satisfacer nuestras necesidades individuales y sociales, es hora de que nos preguntemos hacia dónde queremos llegar y cómo queremos vivir.

¿Hacia dónde vas tú?