En muchas de las historias de México como nación casi no han sido visibles las mujeres sino hasta muy recientemente. Al parecer, el relato histórico tenía que excluir a algunos heterogéneos como los indígenas, las mujeres y otros sujetos sociales para construir un relato homogéneo y unívoco de nación que legitimara el poder del “nuevo” y –en la versión nacionalista– único sujeto protagónico de la nación: el mestizo varón. La elaboración de un relato de historia nacional sirvió para invisibilizar al indígena y a las mujeres.
¿Dónde están las mujeres de la nación?, se pregunta Mónica Inés Cejas o, de otro modo, ¿cuál es el lugar de las mujeres y de lo femenino en las representaciones de la nación y en el imaginario del pasado?
//Preguntarse dónde están las mujeres de la nación, dice, conlleva el ejercicio de visualizarlas como sujetos históricos nacionales, pero también como cuerpos y sexualidades que supuestamente deben cumplir con los roles de reproductoras biológicas de la nación; reproductoras de los límites de los grupos nacionales; transmisoras y productoras de la cultura nacional; símbolos significantes de las diferencias nacionales y activas participantes en las luchas nacionales.
La memoria oficial, construida desde el Estado, rescata sólo la historia que le es necesario recordar de acuerdo con sus intereses de legitimación política, por lo cual se vuelve sumamente selectiva en sus representaciones. Sin embargo, lo que hace es representar las relaciones de poder que se fueron construyendo a lo largo del poder y que se enuncian desde el poder mismo, dejando fuera a un sinfín de sujetos que también forman parte de la historia nacional, entre ellos, las mujeres. El Estado genera relaciones de poder y narrativas oficiales que supuestamente construyen una identidad nacional. Pero esta “identidad nacional” es una construcción esencialista que permite establecer normas de control social. Las construcciones históricas hechas desde el poder se entretejen con biografías individuales generando una narrativa que parece ser la única y verdadera (aun y cuando dentro del mismo Estado haya versiones un tanto diferentes). Pero lo que interesa destacar aquí es que es una narrativa excluyente, en este caso, de las mujeres.
Según la crítica feminista reciente, el Estado ha sido fundado por hombres y su esfera pública de ciudadanía ha sido exhibida como valores universales, cuando en realidad “se trata de normas que se derivaron de experiencias específicamente masculinas: las normas militaristas del honor y de la camaradería homoerótica […] demostrando también cómo la experiencia masculina ha moldeado la estructura simbólica del Estado inscribiendo en su memoria al patriarcado como inherente, naturalizado” y, sin embargo, en esta versión las mujeres interactúan con estas representaciones simbólicas, reproduciendo biológicamente a los ciudadanos y produciendo símbolos que reproducen también la narrativa oficial.
Quiero poner atención en esta ocasión en dos representaciones de la Patria que toman a mujeres como símbolos de la misma. Si bien no se les reconoce mucha presencia en la historiografía y en el discurso oficial, de repente notamos que toman protagonismo en algunos símbolos utilizados para representar a la Nación.
En el Paseo de la Reforma, en la ciudad de México, está sobre una erguida y esbelta columna, la imagen de un ángel con figura femenina. Esta escultura fue financiada por Porfirio Díaz en 1910, durante los festejos del centenario de la Independencia de México.
En ese momento, en la memoria oficial de la independencia había un montón de héroes de la patria porque, parafraseando a Monsiváis, donde antes había un santo había que colocar un héroe. Pero había tantos héroes y tanta falta de heroínas que a don Porfirio se le ocurrió acudir al arquetipo de la mujer para representar a la Patria. En la interpretación de historiadoras feministas, este monumento podría significar una manera para que las mujeres pudieran estar presentes en el relato de la historia nacional. Pero es una manera en la que no se reconoce a las mujeres como protagonistas reales de la historia, sino como una presencia un tanto etérea. Así, como señala Julia Tuñón, “[los cuerpos de las mujeres] son meras herramientas, pretextos, envases –por su vacío simbólico- depósitos de contenidos culturales diversos, que se llenan de contenidos para instaurar esencialidades: materia-naturaleza-eterna-esencial: lo que se quiere que sea la patria.
// Es decir, ¿por qué no pusieron una escultura del padre “real” de la Patria, Miguel Hidalgo? ¿Por qué recurrir a una figura femenina, cuando las mujeres tal vez poco tuvieron que ver con la guerra y la política independentista? La figura femenina es un símbolo.
Un símbolo europeo de libertad, inspirado en “la victoria alada” que desciende a coronar a los héroes, inspirada a su vez en la Victoria de Samotracia, “el Ángel confirma, junto a las otras figuras femeninas del conjunto ideado por Rivas Mercado, la representación de cuerpos de mujeres que no hacen referencia a una mujer en particular, a las mexicanas como grupo y ni siquiera evocan –como la estatua a la madre–, su naturaleza.
Existe otra representación de la Patria con figura femenina, vacía también de mujeres históricas y reales –a no ser por las modelos–. Esta representación es la que apareció en los primeros libros de texto oficiales en los años setenta. Se trata de una mujer morena, grande y fuerte que, además de otros símbolos patrioteros que la rodean, sostiene con su mano derecha una gran bandera, y con la izquierda un libro.
Esta representación de la Patria (que alude a padre) nos es muy familiar a quienes crecimos con estos libros. Sin embargo, cabe decir, es una imagen simbólica retomada de la tradición europea y también un tanto hueca. Europea porque está vestida a la usanza de las diosas griegas o romanas, o sea, nada que ver con la mexicana, y hueca porque no representa a mujeres históricas concretas de nuestro país. En estos libros se exhibían figuras de héroes históricos y concretos, como Miguel Hidalgo, pero si de una mujer se trataba, no era una figura histórica y concreta (como por ejemplo Leona Vicario o Josefa Ortiz de Domínguez), sino una figura abstracta, etérea, sólo un cuerpo femenino.
En estos libros, además, el relato histórico era, más que una relación de acontecimientos, un discurso persuasivo encaminado a una cierta dirección, es decir, a la aceptación del discurso oficial sobre la historia de la nación como la legitimadora del poder real e histórico. Esta imagen a la que estamos haciendo referencia aparecía en el libro titulado Mi libro de cuarto año, historia y civismo de Concepción Barrón de Morán, y se convirtió durante algún tiempo en modelo de los libros que siguieron. En la contraportada había un texto que decía: “Niño de cuarto año: este libro se propone ayudarte a conocer a tu Patria, pues conociéndola sabrás mejor por qué la amas y cómo y por qué debes estar dispuesto a servirla”, texto que ya llevaba implícito el discurso persuasivo hacia la aceptación de la memoria oficial y el “amor a la Patria”. Y la portada también pretendía resumir la historia nacional y mostrar la riqueza agrícola de México, su riqueza urbana industrial, y su riqueza cultural.
Lo que interesa subrayar aquí es que, esta imagen de la Patria, al igual que la figura femenina del Ángel de la Independencia, es una representación que dice mucho si la leemos simbólicamente, pero que si la leemos históricamente no nos dice nada sobre las mujeres en México y su participación en la vida de la nación.
1 Doctora en Ciencias Sociales, Departamento de Historia, UAA. Correo: yolanda.padilla.r@gmail.com
2 Núñez, Fernanda, “Memoria y ciudadanía. Las huellas femeninas de una visita al Padre de la Patria”, Ponencia V Coloquio Internacional sobre Historia de las mujeres y del género en México, Oaxaca, Oax., 18-20 de marzo de 2010.
3 Cejas, Mónica, “¿Dónde están las mujeres de la nación? Memoria y género en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México”. Ponencia V Coloquio Internacional sobre Historia de las mujeres y del género en México, Oaxaca, Oax., 18-20 de marzo de 2010.
4 Idem. La autora está siguiendo a Anthias y Yuval-Davis, 1989.
5 Ibídem.
6 Ib.
7 Ib.
8 Tuñón, Julia citada en Ib.
9 Ib.
10 Dorra, Raul, “La interacción de tres sujetos en el discurso del pasado”, en Pérez, Javier y Radkau, Verena (coordinadores), Identidad en el imaginario nacional. Reescritura y enseñanza de la historia, BUAP/ El Colegio de San Luis/ Instituto Georg Eckert, México, 1998.
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