En una era donde tenemos acceso a la información al alcance de un click, donde todo nos es sencillo y accesible, donde las máquinas y la tecnología han sobrepasado lo imaginable, donde el cine es más sorprendente y a la vez más vacío, el teatro sigue existiendo.

// De allí que surge la pregunta: ¿quién necesita del teatro? ¿La sociedad cada vez más enfrascada en el consumo y en su ansiedad ilimitada?, ¿los gobiernos cada vez más apáticos a la idea de que el pueblo se cultive?, ¿las instituciones culturales peleando por seguir en pie y los artistas luchando por un espacio en un edificio?

En México, según el artículo 4° de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y servicios que presta el estado en la materia, así como al ejercicio de sus derechos culturales. El estado promoverá los medios para la difusión y desarrollo de la cultura, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. La ley establecerá los mecanismos para el acceso y participación a cualquier manifestación cultural.

A partir de esto es que me nacen muchas dudas: ¿por qué es tan cara la renta de los espacios teatrales?, ¿acaso los espacios son de unos cuantos?, ¿los encargados de los recintos sabrán lo que cuesta realizar un montaje escénico? Tal vez estas preguntas no puedan ser respondidas, pero lo que sí me queda claro es que el artículo 4° constitucional no se está respetando. Es increíble que para poder ocupar un espacio se cobren rentas tan monstruosas por una sola función.

Año con año, las universidades egresan alumnos de sus carreras de Teatro, Artes Escénicas, Arte Dramático, etcétera; jóvenes con miles de ganas de comerse al mundo. Pero poco a poco caen en cuenta de la triste realidad: que las instituciones de donde egresaron no tienen ni la más mínima idea del capital humano que están egresando y que no cuentan con una bolsa de trabajo para la veintena de alumnos que se titulan cada doce meses. Al salir hacia el mundo laboral, los nuevos artistas se dan cuenta que todo lo que aprendieron fue de mucha ayuda, pero que desafortunadamente hay muy pocos apoyos por parte de las instituciones. Todo lo que soñaron y que aplicaban cobijados por las universidades no es útil a la hora de buscar trabajo.

Es claro que las carreras artísticas están hechas para que sus alumnos se autoempleen, pero tampoco enseñan eso en ellas. Muchos de estos actores, viéndose en la necesidad de conseguir capital, renuncian a lo que tanto soñaron dentro de las aulas. Todo lo que creían que lograrían es inútil; y es que cada año hay más egresados y más gente talentosa parada sobre las tablas; cada vez hay más gente disciplinada haciendo su lucha; cada vez hay más gente amateur intentando buscar trabajo en el teatro.

Si existen Facultades de Artes, entonces tendría que haber trabajo para toda la gente egresada. Es triste ver a estas personas talentosos trabajando en cosas ajenas para las que estudiaron, porque aunque muchas personas no lo crean, todos estos profesionistas se llevaron años de estudio y de desvelo, dado que, igual que las demás carreras, las de Artes exigen gran disciplina.

Hace algunos meses se presentó el examen de egreso de alumnos de una universidad de Aguascalientes. Es muy gratificante ver a jóvenes rompiéndose el alma para dar una maravillosa función, pero ¿cuántos de estos jóvenes histriones volverán a pisar las tablas?, tal vez 1 o 2, ¿y los demás? Tendrán que emplearse en alguna otra cosa que no les guste sólo para poder alimentarse.

// ¿Es triste? Sí, pero vivimos actualmente en un mundo muy difícil porque además de pelear con los pocos apoyos y las pocas fuentes de empleo, también debemos enfrentarnos a gente que se empeña en hablar mal de esta profesión. El hecho de presentar algún espectáculo teatral conlleva mucho sudor y, por lo tanto, merece mucho respeto.

Escribo estas líneas no como una queja, sino porque creo que nuestra sociedad requiere mayor información sobre el verdadero trabajo y esfuerzo que implica estar parado sobre un escenario. Ninguno de los actores que usted puede apreciar en los escenarios es un improvisado (salvo algunos). El trabajo y la vida del actor son de admirarse porque han logrado estar allí, a pesar de todo, se mantienen aferrados a su arte, a diferencia de muchos de los que se quedaron en el camino, porque ésta es una profesión, no un pasatiempo.

Como cada número de esta revista, reitero mi atenta invitación a los amables lectores para que asistan a los espectáculos teatrales que todos los artistas −con o sin experiencia− están proponiendo. Para llegar a presentarle un producto escénico, puede usted estar seguro que se invirtieron muchas horas de trabajo y dedicación, lo que es notorio en la calidad de las producciones.