TEATRO
El fenómeno del proscenio. Una mirada a la frontera del teatro-espectador
Marcela Morán1
El ser humano, por naturaleza, limita, categoriza y nombra. A pesar de que nuestra humana expansión, como energía y forma, es ilimitada, el prodigio de los limites nos ha permitido sobrevivir ayudándonos a entender nuestro estado de materia, la manera de estar sobre el aquí y el ahora, la comprensión de sentirse vivos, la distinción del blanco al negro y nuestra medida desde la Tierra al cielo, que nos ubica en lo que somos: humanidad y civilizaciones contando historias. Hace siglos, en fase primigenia como cultura, por todo el mundo y con herramientas diversas, inventamos un mágico juego para sorprendernos, darnos precisión y reflejo en el fluir de nuestro estado humano, en conciencia. A esta herramienta la nombramos: “teatro”.2
//El lugar para la contemplación, el teatro, es quizá una frontera de un lugar donde habitan personas, actores que desde el ser del personaje nos hablan; donde uno es diverso al otro y el mismo a la vez;
desde donde el que observa también se ve así mismo. Si sumamos lo anterior, el teatro, la escena, es el eco y reflejo de lo que somos y hemos sido como humanidad; relato contado en dos horas, treinta o quince minutos en un sitio donde existe una frontera mágica: el proscenio, lugar conocido como la parte física del edificio teatral, del escenario, la más inmediata al público. Entonces, existe este lugar limítrofe donde aparentemente nos hacemos diferentes. Dicha frontera es el proscenio, el lugar en el que termina el espacio escénico y comienza el espacio donde quien respira del lado obscuro del teatro, las butacas, el asiento o la luneta, es el receptor del mundo a contemplar, ese sitio donde hablan del él sin juicio.
Sentarse, pues, a observar o a contemplar también es un acto de fe y de amor; pasa por la prueba de la taquilla, la invitación o el boleto adquirido; posteriormente, entrar al recinto, socializar o no, elegir el asiento o dejarse dirigir por el acomodador; disponerse a escuchar los dos llamados y suspirar en la tercera llamada; esperar el obscuro de la sala y aguardar a que la caja mágica se abra para ser tocado por todos los sentidos hasta las entrañas. Éste es el gran trabajo generoso del que observa: el espectador.
No proponemos ideas fijas ni mensajes cerrados. Sólo procuramos que el espectador sienta. Y cuando alguien siente, comprende. Peter Brook3
Considero que a los seis años de edad se es muy joven para ver teatro, pero mi primera experiencia al ver danza y actores me permitió saber que existen millones de maneras de observar el fenómeno de estar aquí, vivos y flotando en esta canica azul. Posteriormente, decidí que sería mi manera de vivir el resto de mi existencia. Fui espectador, sigo contemplado al mundo y a la escena. Corriendo los años noventa y siendo dichosa víctima de las políticas culturales de la época, pude experimentar el fenómeno de los teatros llenos, las filas festivas para ver al talento local, las funciones dobles por tener sobrecupo, la efervescencia del espectador por discutir, comparar y debatir sobre nuestro trabajo, un espectador insurrecto que nos detenía por la calle para cuestionarnos sobre las decisiones de nuestros personajes, sobre la puesta en escena y, sobre todo, por el universo mágico mostrado. Así también a los actores, actrices, directores y creativos en ciernes dispuestos al encuentro, ya que la frontera estaba disuelta, casi invisible.
Se puede suponer por este documento que reclamo el tiempo pasado como mejor; lo cierto es que algo pasó en la frontera, en algún momento dejamos de respetarla; ahora sostenemos un diálogo confuso, no sólo por la inmensa oferta que el espectador posee para quedarse en casa, sino quizá también porque el creativo habitante del teatro dejó de pensar apacible y amorosamente en el espectador y nos enfrascamos en un hedonismo velado, sin contar la falta de accesibilidad a los edificios teatrales por políticas culturales, mismo tema que requiere análisis aparte.
Quizá el fenómeno más sutil está en el límite invisible, como todo en nuestros días.
// El proscenio es y ha sido una línea mágica donde la fuerza del creador escénico es quien la edifica,
la ficción dramática que es el instante tras el instante pensado, movilizado, el que agita la estructura orgánica, masa corporal vibrante del sentir por otro y un espectador regalado al efecto irracional. En otras palabras, fuimos infectados por el miedo, el sentir se nos escapó en algún momento.
La línea que divide la luz de la escena con la obscuridad de la sala, ese paraje claro-obscuro de convergencia es, y no otra cosa, que el punto dérmico que nos obliga a tener contacto con el otro, necesidad de humanidad adherida; ésa, la de sentir, vibrar, dejando el flujo mágico de la electricidad generada por nuestro sistema nervioso al ser excitado por un hecho como el teatral. Como habitantes de esta realidad hemos adquirido el temor de apreciar más, acostumbrándonos a todos los dolores.
El público con miedo a sentir y el actor, director y creativos del montaje, acostumbrándose a sentir menos cada vez, quizá por el miedo al rechazo del espectador y éste con temor a que lo desplacen a una zona más dolorosa de la que experimenta, ambas partes nos sedamos con apatía e indiferencia. El fenómeno del proscenio se erige como un muro fronterizo aislante de la fiesta que resulta hacer y ver teatro.
¿Todo está perdido? ¿Hemos perdido al espectador? ¿El teatro se desvanece? No. La historia cíclica apuntala que después de la pérdida de identidad social solemos volver al origen, y este origen o renacimiento no estará en las formas o en las normas, sino en las emociones y su cauce. El teatro local, los creadores escénicos regresarán a la carga sincera de emociones y de ahí su poder creativo para resultar atractivos desde la omnisciente teatralidad. El espectador común y el entendido perderán el miedo al fenómeno de la frontera; ambos cargados de necesidad afectiva cruzarán la barrera fundiéndose en dos enormes necesidades quinestésicas, la esperanza de una festividad ilimitada como una bella danza fronteriza: el proscenio.
Notas
1 Licenciada en Teatro por la Universidad de las Artes, diplomada en Actuación y Dirección Teatral. Becada por el FONCA 1999-2000 y 2002-2003, actriz y directora escénica para el Programa Nacional de Teatro Escolar en 1996, 1998 y 2000. Más allá de la investigación continua del arte de vanguardia, Marcela Morán se ha destacado por su capacidad en el impulso de grupos y fundación de nuevas compañías, tendencias e innovación en sistemas de desarrollo artístico.
2 La palabra teatro viene del griego y significa lugar para contemplar. Se trata de un arte que busca representar. En http://www.definicionabc.com/general/obra-de-teatro.php.
3 Dramaturgo, director y cineasta. En http://elpais.com/diario/2010/04/18/eps/1271572014_850215.html.
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