LIBROS
Alfredo Zermeño Flores. La obra de Tovarich
Aguaardiente
Dentro de las múltiples definiciones sobre el arte, he terminado por aceptar la más sencilla y popular de todas: si alguien ha trabajado durante varios años creando conceptos u objetos que llama arte, entonces es un artista. Es lo mismo que ocurriría con cualquier otro oficio, aunque por diferente camino.
Lo que hemos aprendido, al menos desde las vanguardias históricas, es que la decimonónica “gran división” entre las bellas artes y las artesanías, entre las artes cultas y las artes populares o “chucherías” (como se les llamó en el siglo XIX), era una falsa división o al menos una división ideológica (por no decir elitista y hasta machista: el arte era para los hombres y las artesanías para las mujeres). Ahora sabemos que no existen fronteras entre ambas esferas, que hay una permanente interrelación, y que precisamente la tensión existente entre ambas es lo que nos ofrece la mejor explicación sobre el arte contemporáneo, sobre sus paradojas y contradicciones (vgr. una exposición multimillonaria de Arte Povera).
En este sentido, la obra de Tovarich nos ofrece un excelente ejemplo para la reflexión en estos momentos de desconcierto. ¿En qué consiste el valor de la obra del maestro Zermeño? En primer lugar, en un trabajo constante, disciplinado, de buen artesano encariñado con los materiales, que le ha permitido tener una obra significativa en estos 58 años dedicados a la actividad artística, pero también la actividad docente, generosa en la transmisión de sus hallazgos; en segundo lugar, y no menos importante, es que su obra resulta ser una permanente búsqueda de la técnica, de las formas y el color, más allá de lo bello o no de los resultados; y finalmente, todo permeado por una mirada crítica que lo ha mantenido como un observador de las confusas y difusas transformaciones de nuestro entorno. El libro que hoy presentamos es una guía para esta lectura de su obra.
El autoretrato de la portada de este libro fue una buena elección, porque Tovarich se presenta con un gesto precisamente de duda, nunca de resignación, sobre su existencia pero también sobre su contexto; duda existencial que por momentos se acerca al nihilismo, pero que ha sabido privilegiar el valor de la amistad y de la solidaridad a favor de las mejores causas ciudadanas. En una foto más adelante, Tovarich está más joven en su estudio rodeado de sus pinturas y dibujos, inmerso en un ambiente frecuentemente ofrecido a los amigos que vamos urgidos de un mezcal, de buena música y excelente anfitrionía. Los estudios del maestro Zermeño son el contexto en que la labor del artesano se combina con la del creador de formas y colores, pero sobre todo con la creencia de que el arte es una suerte de construcción colectiva, y no producto de un elitismo anacrónico.
En sus primeras obras se puede ver la necesidad de registrar los elementos tradicionales en una sociedad en transición: el mercado de la Merced, la Casa de Luz y Fuerza (hoy Biblioteca Centenario y Bicentenario), la Fundición, los talleres del Ferrocarril, pero también la Pila del Encino, combinados con desnudos, que en los años 1950 eran una novedad para la provincia. Para fines de la década de 1960 y principios de 1970, quizá como parte del ambiente de zozobra que provocaría el autoritarismo mexicano tras la represión de 1968, la obra del maestro Zermeño transita con las composiciones hacia formas cada vez más abstractas que aparecerían a principios de este siglo nuevamente con la serie de “Violenta contradicción”, una serie que se compone de cientos y miles de gritos frente al desastre y la barbarie que ha provocado la violencia en el país. Parte de ello, de manera más figurativa, son las series “Narrar la injusticia” y “Los desarraigados”.
En un diálogo con el lamentablemente desaparecido Benjamín Manzo, en las series “Razones paradójicas” y “Percepciones y sentimientos”, el color y las formas juegan para ofrecernos la pasión, la música y el deseo que están presentes en la obra de Tovarich. En la búsqueda de lo esencial y de lo absoluto, la abstracción se convierte en un refugio para el erotismo, pero también en una forma de cantarle a la vida. La música que siempre acompaña la obra del maestro Zermeño, y desde luego las reuniones entre amigos en donde se disfruta de una envidiable discoteca o mejor ludoteca, y el deseo son parte importantes en estas series. El erotismo es una llama doble en donde la piel desnuda y el deseo se juntan, como en la obra de Tovarich. Me atrevería a decir que esa búsqueda artística y el gesto dubitativo de su autoretrato están fincados en el deseo, en ese objeto oscuro del deseo que es el origen del arte y de la obra de Tovarich.
Los invito a que conozcan la vida y obra del maestro Zermeño en este libro preparado por el Departamento Editorial de la UAA, en la DGDyV, con el cuidado de Martha Esparza y el excelente diseño de Gustavo Díaz Montañez, un libro esperado por varios años y varios amigos.
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