DOSSIER
Un calentador solar no hace una casa ecológica
Abraham de Alba Ávila1
Mis disculpas a los colegas y amigos urbanistas o arquitectos verdes o ambientales por el título. No es mi intención confrontarlos o quitarles la chamba, que a fin y al cabo no les hacen mucho caso. Mi intención es tomar un caso personal o individual y analizar cómo redunda en la realidad del estado del país que queremos. Me aventuro a decir que la única razón por la que la tecnología del calentador solar es ahora tan ubicua no es porque milagrosamente nos hayamos dado cuenta de la cantidad de energía que se utiliza para ese menester (calentar agua), más bien, mi conjetura es que los empresarios chinos nos inundaron con los tubos de vacío que se utilizan para éstos a precios realmente competitivos. Es una lección, quizás, de que las fuerzas económicas o de escala pueden convertirse en algo positivo cuando hay capital de riesgo de por medio.
Mi reflexión va más allá de eso. Habría que voltear a ver el verdadero problema que tiene el estado y que todo mundo le da la vuelta por miedo a que se “politice” (cualquiera que sea el significado de esto, personalmente creo que sería muy bueno que sucediera, quizás así habría más sustancia en los discursos) el agua o más bien la creciente escasez de este líquido. Que quizás se nos ha olvidado un poco después de dos años de lluvias abundantes, pero el acuífero, está cada día más abajo, con peligro de que comencemos a extraer agua “fósil” (nada bueno, pregúntenle a los de La Laguna); sin embargo, sólo se nos ocurren ideas por el lado de la demanda (un distrito de riego más eficiente, por ejemplo), no cómo captar más de lo que desperdiciamos en un entorno urbano, el cual comúnmente está diseñado para deshacerse del agua de lluvia y no para captarla. El entorno agrícola no está mejor, pero veamos primero el urbano que es más fácil visualizar por su tamaño. Si pensamos en términos de cuencas, observamos que el techo de cualquier estructura es la parte alta (donde llega el agua primero), y que de ahí se encauza generalmente a un drenaje pluvial o simplemente a la calle. Lo cierto es que no hacemos mucho caso de un principio de la permacultura que dice “desacelera, esparce e infiltra”.2 Sería muy loable que, en lugar de prados inútiles (a menos de que juegues golf), tuviéramos árboles frutales regados con esa agua, además del agua “gris” que sale de la lavadora y lavabos (si usas los jabones adecuados). Una vez que se ha infiltrado la mayor cantidad de agua en tu terreno lo ideal es que ahora salga a un área sembrada con árboles “útiles” y que dan sombra. El modelo de Brad Lancaster con la ciudad de Tucson es ejemplar, consiguió que la ciudad le diera permiso de hacerle cortes a las guarniciones y el agua que corre por ese límite de la calle se introduce a las jardineras de las banquetas donde hay mezquites que cosecha en un festival de la cuadra.
En cuanto al paisaje agrícola, la observación es igual de triste: aparentemente los rastrojos y cualquier materia orgánica seca es un estorbo si no se lo puede comer un animal y así tenemos los suelos con un contenido ínfimo de materia orgánica (apenas 1% cerca del lecho del río). La materia orgánica no sólo es necesaria en el cuerpo del suelo, es fundamental para proteger su superficie (véase, por ejemplo, la demostración de Archuleta, http://bit.ly/1S1jwIN ). Es la materia orgánica sobre el suelo la que nos va a permitir la infiltración tan necesaria y que va abatir los riesgos de las inundaciones; por la misma razón será la esponja (cuando forma parte del suelo) que permita que el agua sea liberada lentamente en ríos limpios sin sedimentos, muy diferente a como vemos el río San Pedro. Suena sencillo, pero el cambio de mentalidad de las personas que tienen la capacidad para modificar cómo usamos la materia orgánica no es fácil por más explicaciones y presentaciones que demos en escuelas y ejidos. Siempre habrá alguien que diga: ¡Ah! Eso se puede hacer allá, pero aquí no”, después de ver un excelente ejemplo como en http://bit.ly/1p4FtLI , en que el principio se aplica a la perfección y hasta producen más agua de la que les cae en su propiedad.
// Cambiar la mentalidad de los productores y los habitantes de las ciudades sólo se puede hacer uno por uno, no masivamente, y es aquí donde la máxima de Albert Einstein queda como anillo al dedo: “No se puede cambiar con la misma mente que originó el problema”.
Entonces, es muy sencillo, si queremos más agua captada y una casa o campo realmente ecológica(o), necesitamos privilegiar la materia orgánica (rastrojos, hojas secas, hasta he oído que le nombran “basura”) sobre y dentro del suelo.
1 Profesor-investigador de la UAA.
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