Mi hermano mayor me ha soltado ya de la mano.

González Martínez

Conocí a Desiderio por el año de 1946, cuando entré a la secundaria del Instituto Autónomo de Ciencias. Cierto que no llegué a verlo arriba de unas cinco ocasiones, pues él no era estudiante regular sino que aprobó en dos o tres años las materias que normalmente se llevaban en cinco. Por ello era famoso entre el estudiantado que lo llamaba El loco Desiderio, como reconocimiento a su genialidad.

Desiderio partió a la Ciudad de México a realizar sus estudios profesionales y luego a prestar su servicio social en el estado de Guerrero. No volví a verlo sino hasta unos diez años más tarde, cuando se radicó de nuevo en esta ciudad. A la sazón, la Asociación Cultural Aguascalentense vivía sus últimos momentos, y en estos estertores Desiderio, quien para entonces ya había publicado una plaquete titulada “Flores Blancas”, se hizo presente. Desaparecida la ACA, el grupo de amigos que nos reuníamos en torno de mi padre, decidimos sacar a la luz una publicación denominada Paralelo. A este grupo informal de cafetómanos quedó integrado de inmediato Desiderio, quien en esas reuniones de café hacía gala de sus conocimientos filosóficos, principalmente de los autores clásicos griegos y de los escolásticos. Por influencia de mi padre, se adentró en el estudio del materialismo dialéctico y poco tiempo después le realicé una entrevista con la colaboración de Víctor Sandoval sobre el “Hombre y su destino”, que se publicó en Paralelo con el seudónimo de Carolina Rousel. Las ideas sustentadas en esta entrevista se convirtieron en un ensayo que precisamente con el nombre de Historicidad y destino del hombre fue publicado en la editorial Metáfora.

Otro de los campos en que Desiderio se movía como pez en el agua era el de la Psicología y la Psiquiatría, disciplinas en las que no se conformó con tener el conocimiento teórico sino que, en el ejercicio de su profesión, llegó a practicar, incluso utilizando como técnica el hipnotismo. Estas actividades se prestaban para un sinnúmero de bromas que le hacíamos sus amigos, sobre todo después de un día en que yo le acompañaba a bordo de su flamante Studebaker cuando, al hacer alto en un semáforo de la avenida López Mateos, se acercó hasta él un señor que con mucho gusto lo saludó. Saludos a los que Desiderio contestó preguntándole enseguida: “¿Cómo sigue tu hermano?”, replicándole su interlocutor: “muy aliviado, doctorcito; ya nomás le da por comer tacos de brasas diciendo que son chicharrones”. De tiempo en tiempo a Desiderio le gustaba preguntarme: “Oye, ¿de qué tacos quería comer el aliviado?”. Y se echaba a reír sin esperar respuesta con esa alegre risa de elote tierno.

Otra área del saber humano que atraía a Desiderio era el de la Lingüística. A su conocimiento del griego y principalmente del latín se debe esa poesía con violencia en la sintaxis por el empleo del hipérbaton y la invención de vocablos que reptan como víboras incandescentes en sus versos. Rastreaba el origen de las palabras hasta sus últimos reductos: el sánscrito o el indoeuropeo; disecaba con mano de cirujano el vocablo novedoso para certificar su legitimidad o su carácter espurio; elaboraba hipótesis de procedencia donde sólo existían lagunas. Parte de sus conocimientos en esta materia los vertió en un libro titulado: Introducción a las etimologías griegas y latinas, prologado por el también poeta y lingüista Rubén Bonifaz Nuño, libro que fue publicado tanto por la Universidad Autónoma de Aguascalientes como por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Al llegar a esta ciudad, Desiderio estableció su domicilio particular y consultorio en la calle de Guadalupe, frente a lo que es el mercado Reforma. Éramos vecinos por las espaldas, ya que yo vivía en esa misma manzana, pero por la calle Rivero y Gutiérrez. Hasta mi casa llegaban frecuentemente sus cánticos, pues ésta era otra de sus facetas. Por aquellas fechas estudiaba canto con la señorita Rosita Noémi Chávez. Recuerdo que participó en un festival en el Teatro Morelos, representando a un teniente de navío, en los Molinos de Viento.

Ejerciendo la medicina, pronto se hizo de clientela, principalmente gente del campo. Con frecuencia practicaba la cirugía. Quizá uno de sus pacientes más célebres fue el gran poeta Efraín Huerta, quien vino de la Ciudad de México ex profeso para ser operado de una hernia inguinal que padecía, permaneciendo entre nosotros cerca de quince días, brindándonos la oportunidad de su trato siempre cordial. Después, Desiderio fue invitado por el Instituto del Seguro Social a trabajar como médico familiar, institución en la que permaneció hasta ser pensionado. Paralelamente a sus actividades médicas, se dedicó a la docencia impartiendo cátedras de filosofía, literatura y lingüística en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, en la que llegó a ocupar un alto cargo, amén de que fue el director de la revista Voz Universitaria, llamada después Solsticios, de la propia Universidad.

// Pero, sobre todas las cosas, Desiderio fue poeta, uno tierno cuando no un poeta incendiario en iracundia apocalíptica, no había términos medios para él.

Un día, contestando a una pregunta impertinente de por qué fumaba tanto, contestó tajante: yo todo lo hago mucho.

Y, en efecto, era un ser desorbitado en búsqueda de la luz, de su luz tan anhelada en todos sus poemas. Ésta es una de sus constantes: el hombre nuevo, el hombre luz, refulgente en medio de un mosaico policromo de adorados minerales, que en la mente del niño pastor y minero de Asientos habían formado el Universo. Y ahora, de pronto, nos dicen que Desiderio ha muerto.

10 de febrero de 1996.