Este libro es el resultado del estudio de la flora del estado de Aguascalientes desde el año de 1980. Su objetivo es dar a conocer la información que sobre el tema se ha recabado entre los pobladores de la entidad. La información que se presenta en esta obra permite conocer diferentes aspectos relacionados con las especies de plantas medicinales que crecen de manera espontánea en Aguascalientes. El lector hallará el nombre local y científico de cada una de ellas así como una breve descripción, las propiedades que se les adjudica y el modo de empleo, además del estatus con respecto a su escasez o abundancia, la comunidad vegetal donde habitan y los municipios donde se les localizó. Los datos se complementan con fotografías de las especies para una mejor identificación.

De esta manera lo señala el autor, Gerardo García Regalado, en la introducción de su libro. Éste describe 196 especies de plantas a las que se les adjudican propiedades medicinales. Con ello se pretende rescatar un conocimiento empírico que ha pasado de generación en generación entre la población aguascalentense. Señala también su autor que algunos datos aportados en el texto posiblemente sean los primeros que se den a conocer, por lo que se espera que resulten de utilidad para realizar otro tipo de estudios que comprueben la eficacia medicinal de las especies que se describen. Con relación a lo antes expuesto, considero que este libro ofrece dos elementos valiosos: 1) representa un eslabón contemporáneo que se une a la larga cadena del conocimiento empírico sobre las plantas medicinales; y 2) contribuye a mantener y enriquecer una tradición cultural propia no solamente de nuestro estado, sino del mundo entero: la medicina tradicional expresada en su vertiente de la herbolaria.

En la búsqueda de remedios para sus enfermedades, el hombre ha recurrido durante siglos a diversas prácticas: la protección de sus dioses, la magia, los brebajes de los hechiceros, la búsqueda de vegetales con propiedades curativas y, en las últimas décadas, en el microscópico mundo de las moléculas, analizando incluso la posibilidad de manipular los genes. En efecto, el empleo de sustancias curativas por el hombre es tan antiguo como el hombre mismo, puesto que la necesidad de encontrar recursos para luchar contra la enfermedad ha sido siempre tan importante para su sobrevivencia como la necesidad de obtener alimento y abrigo. Son ejemplos de los éxitos terapéuticos del hombre primitivo el empleo del opio para aliviar el dolor, la corteza del árbol de la quina (origen de la quinina) para tratar el paludismo y la ipecacuana para inducir el vómito en envenenamientos o intoxicaciones.

// La acumulación de este conocimiento ancestral, su diseminación y empleo por hechiceros, sacerdotes y curanderos ha estado ligado a la cultura de diversos pueblos, siendo una tradición que perdura hasta nuestros días.

En el siglo XIX, los avances de la química permitieron que se diera un gran paso en la obtención de fármacos a partir de los vegetales. En el año de 1806, el boticario alemán Friedrich Wilhelm Serturner aisló del opio unos cristales amargos e incoloros, a los cuales acertadamente describió como: “el elemento narcótico específico del opio”. En otras palabras, aisló la morfina, un analgésico potente utilizado ampliamente hasta nuestros días. Luego se obtuvieron otros compuestos farmacológicamente activos, como la quinina, fármaco con propiedades antipiréticas, analgésicas y útil para combatir la malaria. Esto finalmente permitió a los médicos conocer lo que daban a sus pacientes y administrar las dosis de los fármacos que utilizaban. Asimismo, en 1895, el botánico estadounidense John Williams acuñó el término “etnobotánica”. Esta disciplina define el papel de los vegetales en las comunidades humanas; es decir, estudia la interacción de los humanos con las plantas: su empleo para fabricar instrumentos y herramientas de trabajo, para protegerse (viviendas y vestuario), alimentarse, curar enfermedades, así como su asociación en la vida social, como rituales y música. Incluye entre sus áreas de estudio a la etnofarmacología que se ocupa del uso tradicional y los efectos de las sustancias naturales con actividad biológica (sean vegetales, animales o minerales). Al iniciar el siglo XX, el campo de la etnobotánica experimentó un giro radical: pasó de la tradicional compilación de datos a una reorientación metodológica y conceptual.

Es pertinente mencionar que uno de los grandes investigadores en esta área fue Richard Evans, padre de la etnobotánica moderna, quien junto con el químico suizo Albert Hofmann escribieron el libro: Plantas de los dioses: orígenes del uso de alucinógenos. Este texto, publicado en 1979, sentó las bases para el estudio de las propiedades farmacológicas de muchas plantas, incluyendo algunos hongos alucinógenos de uso ritual. Describe al peyote, hongos del género Psilocybe, Ipomoea y la mandrágora, entre otros vegetales. Por otra parte, el aislamiento y la identificación de las hormonas permitieron alcanzar avances farmacológicos significativos en las primeras décadas del siglo XX. Al respecto, en 1949 fue descubierta la cortisona y en la búsqueda de fármacos similares se encontró que algunas plantas mexicanas producen diosgenina, la cual químicamente se puede transformar en progesterona. Con ello se desarrollaron los anticonceptivos y otros fármacos esteroideos.

Concluyo reconociendo el arduo y pertinente trabajo realizado por el maestro Gerardo García Regalado con la escritura de este libro. Este reconocimiento lo hago extensivo a la M. en C. Margarita de la Cerda Lemus, experta en el campo de la herbolaria y Catedrática que ha dejado una huella profunda en la UAA, en el estudio taxonómico de los vegetales.