Galería 1: Sergio Garval
El dibujo no miente
Raquel Mercado
El dibujo es acto, es la estética de la aparición que puede construir ruinas en el momento exacto de su extravío. Pero, ¿cuál es la presencia que anuncia el cataclismo en la obra de Sergio Garval? Desfilan ante nuestros ojos los despojos solitarios de náufragos en el mar de una cultura asfixiante; pequeños detalles que vuelcan los significados a la ironía del mundo contemporáneo: el Papa reconocible, no por su fisonomía sino por la mitra que lo caracteriza como signo sobreviviente a los siglos de los siglos que contamos, observa un reloj incómodo como quién no ha preguntado, hablado, teorizado sobre la eternidad que lo legitima. Volteamos el rostro y simultáneamente los cuerpos-juguetes-despojos que los pepenadores exquisitos recogen se amontonan en las transparencias de las líneas apenas sugeridas, tan anónimos los unos como los otros.
Transición, el rostro de una mujer nos asalta, vestida con una gabardina ‒que le va grande y desaliñada‒ nos muestra los senos desnudos mientras que la mano-dispositivo funciona como un péndulo: un revolver que puede tornarse hacia ella misma o hacia otro, quizás a nosotros, quizá un asesinato recién cometido. Un dibujo más y nos encontramos en los restos de un incendio donde un personaje parece abandonarse en el éxtasis místico de la experiencia de la nada, con la serenidad del paisaje de ruinas.
Toda la serie es la fenomenología perfecta de un instante que desaparece como nuestro tiempo, siempre tan dispuesto a la aniquilación; una bacanal de escorzos, una multitud en perpetuo exilio que va a ninguna parte. Si queremos evadirnos no podremos, habrá que ver cómo la carne convive con la carne, cómo los dedos afilados aprisionan unos tiernos pezones, equilibro montado en un animal que se sacude todas las líneas septentrionales. Los pequeños desastres, cuando son simultáneos, proyectan la sombra de un caos omnipresente en cada cosa. Y aquí estamos ante esa presencia del dibujo que desvanece la imagen construida en una tensión, siempre un paso antes del paroxismo. Garval hace guiños con sus intertextualidades pictóricas, Helena Novel y Luis Carlos Emerich han mencionado a Lucien Freud, Bacon y Jenny Saville como algunas de las fuentes en la construcción de la mirada, podríamos añadir que hay algo de Lautrec en la desnudez clausurada por el gesto, y tal vez, haya algo de la eterna búsqueda de las espigadoras de Millet, pero el paisaje de fragmentos pepenados es otro, es el de los cuerpos amputados que aunque no aparezcan plenos tienen algo de totalmente sórdido y desconsolado a la vez.
Una cosecha de un tiempo infértil que sigue el loop de los desahuciados. Así los dibujos de Garval hacen aparecer lo que está constantemente desapareciendo. El dibujo mismo es ya una resistencia. El dibujo no miente.
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