//Tanto en la administración pública como en las instituciones de educación superior de casi todo el mundo, se ha caído en el error de pensar que la promoción de la cultura se reduce al fomento de la literatura y las llamadas “bellas artes”.

La verdad es que el hombre culto debería ser aquel que comprendiera, disfrutara y compartiera todos los valores y riquezas de su propia cultura; y que, además, fuera capaz de lograr un desarrollo personal independiente, innovar su entorno y participar con honestidad en las cuestiones públicas. Una personalidad así, sólo puede lograrse con algo que podría llamarse formación integral.

Las instituciones educativas se han conformado con entrenar a sus educandos para que sean capaces simplemente de dominar ciertas tecnologías o funciones administrativas de acuerdo con los esquemas y exigencias del trabajo de su medio, arrastrando, por otra parte, la inercia académica que por años y años repite los mismos programas profesionalizantes en todas partes.

 Es verdad que las crisis económicas que con frecuencia azotan a los países producen altas tasas temporales de desempleo; pero tal vez la causa más insidiosa del creciente desempleo de los egresados se deba precisamente a la incapacidad de las universidades e institutos de enseñanza superior, de evolucionar y renovarse al mismo paso de sociedades humanas que se transforman incesante y profundamente.

Hay que capacitar a quienes se van enfrentar a sociedades esencialmente diferentes a las actuales. Por esta razón, el objetivo del mundo universitario de hoy no es tanto el crecer para satisfacer a la demanda, sino desarrollarse para satisfacer las necesidades de un futuro que ya está aquí, presionando fuertemente nuestras vidas.

El profundo cambio que a la vida humana han impuesto un desarrollo tecnológico que se retroalimenta constantemente así como la globalización indetenible, suponen hombres que manejen varias lenguas, que dominen las técnicas de cada día, que estén fuertes en el conocimiento físico-matemático, que sean flexibles al cambio, creativos e innovadores y, desde luego, poseedores de los valores necesarios para no hundirse en el relativismo moral y ser capaces de resolver los nuevos problemas éticos que habrán de enfrentar.

Entre los procesos que hoy pueden ser fácilmente implementados está el del desarrollo de la creatividad de los estudiantes mediante programas de educación artística que los capaciten, no para ser artistas en sí, sino para despertar la inmensa capacidad educable de la memoria, la fantasía, la inventiva y el juicio, que son facultades del sistema sensorial interno; así como para despertar las enormes posibilidades del otro hemisferio cerebral que los educadores hemos casi siempre desestimado.

Cada vez queda más clara en la mentalidad de los universitarios la importancia de la educación del sistema sensorial humano como fuente esencial de conocimiento y como elemento único para desarrollar la creatividad.

No podemos correr el riesgo de licenciar personas con buena preparación profesional que al mismo tiempo sean ciudadanos incultos, analfabetos funcionales, sujetos insolidarios, incapaces de transformar el medio al que emergen.

Hoy en día está más que probada la enorme influencia que tiene la educación artística en todos los niveles, no sólo para estimular la creatividad sino para facilitar la comprensión de los estudios físico-matemáticos y, en general, el enriquecimiento de la expresión oral y la posibilidad de comunicarse con éxito en cualquier ambiente; o sea, la posibilidad de dotar al educando de las herramientas del desarrollo autónomo y transformante del entorno.

Como resultado del olvido en que esta educación sensorial ha caído en las instituciones educativas por largos años, hoy se comete por doquier el error de concebir la educación artística como la enseñanza de la práctica de las artes mismas, cuando el problema medular de la gestión cultural estriba en la educación de la población general que, a la postre, es la única capaz de consumir el producto realizado por los creadores.

La grosera miopía con que se ha visto por largos años esta verdad tan evidente es la culpable de que tengamos una sociedad que no lee, que no se cultiva, que no consume productos artísticos y que vive sujeta a deglutir una pseudo-cultura chatarra que empobrece la existencia y enferma a las sociedades.

La educación del sistema sensorial humano no es el único componente de lo que podríamos concebir como formación integral.  Pero lo que sí podemos afirmar del mismo es que es la herramienta indispensable para que todo lo demás se pueda dar.

Y otra cosa más: está en nuestras manos el poder implantarla, desde luego.